Por EDUARDO ABUSADA FRANCO
Si tienen poco tiempo para ver películas, y solo pueden escoger unas cuantas, y si acaso tienen acceso a Netflix, deben considerar ‘Boy Erased’ (comercializada como ‘Corazón Borrado’). Un guion muy bien hecho, con actores de fuste como Russell Crowe y Nicole Kidman. Trata sobre ‘terapias de conversión’, esas donde someten a chicos y chicas a pseudoterapias llevadas a cabo por charlatanes para que dejen de ser homosexuales.
Es un film emotivo y crudo, pero, sobre todo, terriblemente real. Pues recrea la historia vivida por Garrard Conley, quien fue empujado por su padre —un pastor religioso de creencias muy cerradas— a llevar una de estas terapias en un sitio llamado ‘Love in Action’. Conlye contaría su horrible experiencia en un libro testimonial.
El método es previsible: torturas psicológicas, físicas, humillación, incluso violaciones sexuales (de parte de quienes deberían “curarles” de su homosexualidad). Adolescentes que son llevados al límite de la resistencia para que dejen de ser lo que son y como nacieron. Para curar algo que no tiene cura; y que no la necesita, pues no es ninguna enfermedad. Muchos jóvenes sometidos a terapias de conversión acabaron en depresión, drogas y suicidios.
Hace años tuve un amigo, un empresario alemán afincado en Perú, de esos que firman contratos con varios ceros a la derecha. Conversábamos temas de cultura oriental. Lamentablemente perdí contacto con él. Su historia, aunque interesante, no la voy a contar acá. Solo recuerdo que llegó a nuestro Perú de manera bastante azarosa. Era homosexual, ya en edad avanzada cuando lo conocí. Y me contó que en los años en que era joven y vivía en Alemania también había cierto rechazo o prejuicios hacia los gays. Un día fue a una psicóloga y le dijo que tenía un problema. La doctora le dijo que le cuente, y le confesó que era gay. “Ok, pero aún no me has dicho tu problema”, le decía la psicóloga. Mi amigo entonces le comentó que la sociedad podía sentirse mal. “Ah, entonces la sociedad tiene un problema. Que venga pues la sociedad a mi consultorio y me hago millonaria”, le contestó. El entonces chico nunca más consultó un especialista. Vivió su vida plenamente feliz. Espero que lo siga haciendo, pues hace años que no lo veo.
Alguien podrá, tal vez un por un tiempo, cubrir la luz del sol; pero éste seguirá ardiendo y dando calor. De igual manera, la homosexualidad podrá ser escondida, por un tiempo o toda la vida, pero seguirá allí, esperando el momento. Es mejor vivir lo que se es, a vivir sin ser. Como dijo el inglés, se es o no se es. Y la película resume en una consigna la estrategia de Sykes, el encargado de la conversión, que era “fingir para sobrevivir”. Esa era la columna de la terapia: te enseñan a aparentar y convencerte de que tu realidad es vergonzosa, mala y, principalmente, pecaminosa. He ahí la otra pata de estas terapias: el miedo a Dios. Usan la religión como marco para asustar a los jóvenes con la ira de Dios, con el infierno. Les hacen creer que no están en el plan de Cristo y son unas vergüenzas para sus familias. Nada de eso, claro está, tiene basamento científico. Pues la religión juega la misma trampa, no admite la prueba de campo, la evidencia. “Dichosos los que creen sin ver”, dice la Palabra. Es un ardid sin salida, como cuando te acusan de algo y decir “el primer síntoma de que es verdad es negarlo”. Cabe agregar que Sykes, en la vida real, terminó dejando aquel centro y se afincó en Texas… con su esposo. La naturaleza siempre gana.
En países como Australia, Brasil y muchos más están prohibidas estas brutales terapias en menores de edad. A fin de cuentas, la mejor terapia, es la tolerancia y el amor.