MENSAJE AL SEÑOR SANTIAGO ABASCAL



El mundo necesita instrumentos de vida, no de muerte

Por Luis Manuel Arce Isaac
  
Definitivamente al líder de Vox, el español Santiago Abascal, se le acaba el dinero o las neuronas, y delira como quienes se quedan sin agua en el desierto y ven espejismos que por segundos les
aviva la esperanza de sobrevivir.  

Esta persona, que hace años vive de su primitivo anticomunismo gracias a la existencia de
millonarios que piensan como él, le está vendiendo a sus albaceas otra de sus ocurrencias: una
estructura internacional que bautiza con el nombre de Iberosfera.  

Aunque de entrada le da un apelativo español peninsular polémico y rechazable hasta a los ojos
de Estados Unidos, es bufónica la pretensión de que algo de ese tipo operará «como una auténtica oposición en defensa de las libertades y la democracia».    El término inventado de “Iberoesfera”
debería ser rechazado por Estados Unidos y Canadá porque incluye a ambos bajo la argucia de
una identidad cultural hispánica impropia la cual niega, minimiza o subordina las raíces anglosajonas y francesas de esa región. 

Pero más allá del interés comercial de su producto y de los cálculos financieros tal como hizo
cuando vendió la idea de su partido Vox a la ultraderecha europea y estadounidense, el señor
Abascal se comporta como un burdo copiador de ideas de contenido, por demás ya fracasadas,
como las que adornan a la Organización de Estados Americanos (OEA).  

Quien se tome el trabajo de leerse el Acta Final de la VII Reunión de Consulta de Ministros de
Relaciones Exteriores en Punta del Este, Uruguay, en enero de 1962, para aplicar el Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca contra Cuba y expulsarla de la OEA, se dará cuenta que las ideas y dinámicas anticomunistas de la presunta Iberosfera de Abascal son repetitivas y carecen
de imaginación.   

Su proclamada “deriva comunista” actual en América Latina en la cual basa su propuesta de crear -ni más ni menos que desde España- una institución para enfrentar el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla (a los que presenta como ejemplos de comunismo), ni siquiera aporta algo diferente a
los capítulos I y II de aquella bochornosa reunión en Uruguay contra Cuba.   

Es muy clara su búsqueda de dinero y su oportunismo para aprovechar la crisis irreversible de la
OEA que, de desaparecer como está exigiendo una mayoría creciente de países, dejaría en teoría a Estados Unidos sin su instrumento de excelencia para intervenir militar y políticamente en
América Latina y el Caribe, y justificar violaciones de sus propios principios al apoyar la invasión
de Las Malvinas y avalar su robo por parte de Gran Bretaña, cuando debió combatirla.   

Sin embargo, algo se rescata de esa alucinación abascalesa, y es la tendencia bien marcada en
esta parte del mundo de un regreso al establecimiento de gobiernos progresistas por vías
electorales, interrumpidas momentáneamente por los efímeros triunfos de Mauricio Macri en
Argentina, de Joao Bolsonaro en Brasil, y la vil traición de Lenin Moreno en Ecuador, todos venidos a menos.  

Las trampas en Ecuador para arrebatarle la victoria a un candidato no derechista, el golpe de
estado en Bolivia para impedir la continuación de Evo Morales en el gobierno, la brutal represión
en Chile y Colombia contra los opositores de Piñera y Márquez, son expresiones de la degradación de la ultraderecha, y la lucha popular contra ellos son hitos que marcan cambios profundos en el
continente y justifican el clamor de que la OEA vuele en pedazos.  

Así lo demuestra también la debacle del Grupo de Lima creado por su secretario general Luis
Almagro que se fue a bolina con la victoria electoral de Pedro Castillo en Perú a pesar de los cintos de millones de dólares invertidos y los intentos de golpe de estado para entregarle el poder a la
ultraderechista y obsesiva Keiko Fujimori, y la consolidación en Bolivia del gobierno de Luis Arce a pesar de todo tipo de presiones.  

La propuesta del cabecilla de Vox de crear otro organismo anticomunista en América es un
desfase histórico y un oportunismo político evidentes, pero no por ello una botella plástica
desechable pues puede obnubilar a aquellos que no tengan capacidad de discernimiento, o si la
tienen sea más débil que la fuerza de sus intereses.

Ese es un gran peligro que se nota más en Estados Unidos donde no se aprecian muchos cerebros brillantes.   Pero frente a todas esas realidades hay otras más innegables en América, y es que el
continente tiene que soltar amarras ante un mundo cambiante que la pandemia de Covid-19 ha
puesto patas arriba, y en el que ya no pueden prevalecer políticas neoliberales, de opresión y de tanta desigualdad social, económica y humanitaria.  

Si no hay soluciones comunes y masivas las invasiones por hambre, miseria, enfermedades y
violencias serán indetenibles, y el éxodo de hoy es simplemente un pequeño adelanto de lo que
podrá ser mañana, y eso no es consecuencia, ni mucho menos, de una “deriva comunista” como
pretende hacer creer el señor Abascal con sus ideas colonialistas.   

Lo sensato no está en la aplicación de instrumentos de sometimiento y represión como ha sido la OEA a la que remeda Abascal, sino en los nuevos mecanismos de respeto a la soberanía nacional
que el hombre racional pueda crear para matar el hambre, no al hambriento, a la enfermedad y no al enfermo, a lo que esclaviza y no al esclavizado, a la violencia, y no a su víctima. Hay que lograr
instrumentos de vida, no de muerte. (fin)