AFGANISTAN, VISTO POR FEDERICO ENGELS

AFGANISTÁN, ENGELS Y NUESTRO TIEMPO

Por Gustavo Espinoza M.

Después de la Guerra de Crimea, en 1854, se despertó en Europa un inusitado interés editorial por los temas militares. El conflicto, que originalmente involucrara a Rusia y Turquía, se había extendido pronto hasta comprometer a Inglaterra, Francia y algunas regiones de Italia, tornándose un fenómeno de interés general.

Siempre atento a las exigencias de su tiempo, Federico Engels, el entrañable amigo y colaborador de Marx, comenzó a trabajar en ese periodo diversos artículos que fue remitiendo a «The New American Cyclopaedia», editada en Nueva York por Charles Dana.

Con la modestia inherente a su personalidad, Engels le aseguró al autor de «Das Kapital» que se trataba apenas de «una ocupación regular para mis noches«, pero en verdad era un conjunto sustancioso de temas militares que ha legado a la posteridad.

Uno de estos artículos, escrito a mediados de 1857 y reeditado recientemente por la revista bogotana «Gatopardo», abordó un asunto silenciado por la prensa de la época y que dejaba a las potencias de entonces inmensas lecciones de estrategia.

El autor lo tituló simplemente «Afganistán», y lo dedicó a comentar la guerra librada por el ejército inglés entre 1839 y 1842 en el oscuro y sorprendente país que hoy es escenario de un conflicto en extremo delicado y peligroso.

Era Inglaterra de aquellos años, una de las más grandes potencias coloniales. No solamente había logrado el control de Irlanda, Escocia y otros territorios aledaños, sino que había extendido sus dominios a ciertas regiones del norte africano -como Sudán y Egipto- y a amplios territorios del Asia Central, en particular la India que, por ese entonces era mucho más extensa que hoy puesto que incluía también lo que ahora es Pakistán, Bangladesh y una parte de Birmania.

Empeñado en consolidar su dominio en la región, y por iniciativa del capitán Burnes y de Lord Auckland, Gobernador General de La India, un ejército británico integrado por 12.000 soldados cruzó las tumultuosas aguas del río Indo el 20 de febrero de 1839 y se desplazó por la fértil llanura afgana en el intento de someter al país a la Corona Inglesa.

Dos meses demoraron los británicos para apoderarse de la ciudad de Kandahar; cinco para ocupar Ghuzni, considerada una fortaleza inexpugnable, y uno más para arribar a Kabul, que finalmente fue tomada el 6 de agosto de ese año.

Los afganos son una raza valiente, tenaz e independiente, dedicada al pastoreo o a la agricultura, dijo Federico Engels, caracterizando con precisión los principales rasgos de ese pueblo.

La guerra -añadió- es para ellos una actividad excitante que los redime de las ocupaciones monótonas o de las tareas industriales. «Su indomable odio hacia la autoridad y su amor por la independencia individual son lo único que les impide convertirse en una poderosa nación», añadió de manera concluyente. Un pueblo con esos rasgos no podía aceptar el dominio extranjero.

Los afganos nunca estuvieron dispuestos a dejarse gobernar por los «Kafires Feringui» (los infieles europeos) a los que detestaban por motivos raciales, religiosos y nacionales. Por esa razón, desde 1840 y hasta el final de 1841 desplegaron sucesivas sublevaciones que finalmente culminaron con la deshonrosa expulsión del ejército invasor.

A partir de octubre de 1841 se desató en el país una suerte de insurrección popular generalizada y el 2 de noviembre fue asesinado en Kabul el representante del odiado Imperio, Alexander Burnes, en tanto que su casa fue horrorosamente devastada.

Desde el día siguiente, los soldados británicos, parapetados en aisladas fortalezas, fueron cercados y sitiados. Muchos de ellos debieron rendirse y otros simplemente perecer abatidos por el hambre, la sed y las epidemias.

El 1 de enero de 1842, y luego del asesinato de su jefe el general McNagthen, los británicos debieron capitular, y cinco días más tarde emprender la salida de Kabul en medio de uno de los inviernos más crudos e implacables de la época.

Eran en ese entonces 4.500 soldados y 12.000 acompañantes los que buscaron retirarse con destino a La India, enfrentando el hostigamiento constante de los francotiradores que los atacaron sin descanso desde lo alto de las montañas.

 El punto crítico del desplazamiento fue por cierto el célebre paso de Kurd Kabul, que se convirtió en muy pocas horas en la gigantesca tumba de un ejército desmoralizado, pero además rendido. Menos de 200 soldados salieron vivos de ese desfiladero de sangre, pero aun así casi todos fueron muertos en la entrada del paso de Yugduluk. Tan sólo uno de ellos, el Dr. Brydon, logró salvar la vida y arribar dramáticamente a la ciudad más cercana para contar la historia.

Aunque algunos meses más tarde, en agosto de ese año, liderados por el general Pollock los británicos lograron recomponer su precaria presencia y retomar la capital afgana, no pudieron consolidar su dominio y debieron emprender nuevamente la huida hacia la India en octubre, poniendo fin a una guerra absurda.

Ella selló un episodio de la historia, pero convirtió en verosímil una plegaria que suelen elevar al cielo los vecinos de Afganistán: «¡Líbranos Señor – dicen- del veneno de una cobra, de los colmillos de un tigre y de la venganza de un afgano!».

No obstante su derrota, los ingleses no cejaron en su intento de controlar el suelo afgano. Debieron, sin embargo, hacerlo por vía indirecta sometiendo al control de la India este país montañoso, de valles espléndidos y de quebradas profundas, de nieves perpetuas y de sabrosos dátiles que prosperan sugerentes en el desierto. Así, la independencia afgana no se concretó sino bastante entrado ya el siglo XX.

Se dice que el general Gromov, encargado de retirar las tropas soviéticas de Afganistán en 1989 aseguró que si los dirigentes de su país hubieran conocido el artículo de Engels no hubieran ordenado la invasión una década antes. Sorprendente, claro.

Tanto como que, probablemente, la profecía del colaborador de Marx tampoco fue tomada en cuenta por el gobierno de los Estados Unidos, pese a la publicación de la Enciclopedia Americana 150 años antes. La asombrosa visión de los fundadores del socialismo, entretanto, se confirmó una vez más.

(*) Publicado en Nuestra Bandera. 2014