ESTADOS UNIDOS DEBE CAMBIAR TODO LO QUE DEBA SER CAMBIADO

por Pedro Martínez Pírez

 Mi colega y amigo brasileño Beto Almeida me pide una reflexión sobre la situación actual de Cuba para el programa SALIR POR ARRIBA, de la emisora Radio Rebelde de Buenos Aires.

Es un honor para mí participar en ese programa en una emisora que en la fraterna Argentina lleva el mismo nombre de la planta fundada por el Comandante Ernesto Ché Guevara en la Sierra Maestra, y por cuyas ondas salieran las colaboraciones del joven periodista ecuatoriano Carlos Bastidas Argüello, quien habló identificándose con el seudónimo de Atahualpa Recio.

Bastidas fue el último periodista asesinado en Cuba el 13 de mayo de 1958, y el autor del crimen fue un sicario de la dictadura de Batista, quien como muchos criminales y ladrones fugados de Cuba, se refugió en la ciudad de Miami luego del triunfo de la Revolución en enero de 1959.

Y fue precisamente de la ciudad de Miami de donde salieron los centenares de miles de mensajes activados por robots llamando a los cubanos a través de las redes sociales a salir a las calles y protestar en forma violenta contra las autoridades del Gobierno Revolucionario.

De ahí los hechos del pasado domingo en varias localidades cubanas, entre ellas San Antonio de los Baños y Palma Soriano, en las provincias de la occidental Artemisa y la oriental Santiago de Cuba, respectivamente.

Las condiciones estaban dadas por la situación económica provocada por seis décadas de cruel bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba; los efectos sociales, económicos y sicológicos de una pandemia que en las últimas semanas ha elevado la cifra de enfermos y fallecidos en todo el país, y el mantenimiento por la actual administración de Joe Biden de las más de 240 medidas de intensificación del bloqueo tomadas en los últimos años por Donald Trump.

Todo ello a pesar de los esfuerzos del gobierno por inmunizar al pueblo mediante dos vacunas logradas por los científicos cubanos, lo cual constituye una verdadera hazaña en estos dificiles momentos que vive el país.

Dos semanas antes de la operación mediática para alentar las protestas en Cuba la diplomacia cubana había obtenido en la ONU una gran victoria frente al bloqueo, logrando que por vigesima novena ocasión consecutiva la Asamblea General de Naciones Unidas aprobara por una amplísima mayoria una resolución que pide a Washington levantar el asedio económico contra la pequeña nación de las Antillas.

Fueron 184 países que votaron en la ONU contra el bloqueo, mientras que Estados Unidos obtuvo el solitario apoyo de Israel, su incondicional aliado. Se confirmó así, en forma rotunda, el aislamiento yanqui en el mundo en el tema del bloqueo.

De ahí que la nueva campaña de Estados Unidos y de los anexionistas de origen cubano que se adueñaron durante el mandato de Trump de la política de Washington hacia Cuba, hayan priorizado en su campaña convencer a ciertos sectores de la población cubana de que las penurias que afrontan las familias no son consecuencia del bloqueo, sino de la mala gestión del gobierno presidido por el ingeniero Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Es increíble, pero cierto. Como cierto es también que en el seno de la administración cubana hay negligencias y burocracia, que enlentecen las decisiones que se toman para no contribuir al cruel impacto del bloqueo yanqui.

Las últimas comparecencias del Presidente Díaz-Canel, el Primer Ministro Manuel Marrero, el Canciller Bruno Rodríguez y otros dirigentes, y las medidas que se anuncian, van en la dirección correcta de un pueblo que exige que se aplique la ley a los delincuentes que aprovecharon las protestas para dañar establecimientos del Estado y vehículos particulares, entre otros bienes.

Para la Administración Biden las acusaciones de Cuba de no haber cumplido con sus promesas de campaña y dar continuidad a la cruel política de Trump, lo colocan en una situación nada fácil ante sectores de su propio partido y de la emigración cubana que le exigen ejercer su papel en la presidencia de Estados Unidos.

La Florida y Miami, constituyen bastiones del Partido Republicano y de Donald Trump, desde donde se organizan lo mismo una operación de terrorismo mediático contra Cuba, que el asesinato del Presidente de Haití.

Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, nos dijo José Martí, y para Cuba es un deber elemental en estas circunstancias de guerra de cuarta generación actuar con inteligencia, perfeccionar la obra de su gobierno, intensificar el trabajo con los jóvenes, y, como recomendó Fidel Castro, cambiar todo lo que deba ser cambiado.

José Martí luchó por la primera independencia de Cuba, pero no odió a España, y reconoció a los españoles buenos. El prócer de la independencia cubana vivió muchos años en Nueva York, fue un iluminado y consecuente antiimperialista, pero supo distinguir entre el pueblo y el Gobierno de Estados Unidos.

Los mensajes de odio que llegan desde Miami deben ser desmontados de manera inteligente. El imperio y los anexionistas buscan dividir a los cubanos, pescar en río revuelto en forma oportunista en este momento de dificultades, para que se cumpla en Cuba aquel mensaje secreto del 6 de abril de 1960 emitido por el Subsecretario de Estado Lester D. Mallory:

“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfaccón que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… Hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducir sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno.”

Y esta es la política llevada a cabo por el ex presidente Donald Trump, con el apoyo, entre otros, del republicano Marco Rubio y el demócrata Bob Menéndez, que el presidente Joe Biden debe cambiar, por el bien de su propia administración y para lograr que un día pueda existir una relación civilizada entre Estados Unidos y Cuba.

La Habana, 15 de julio de 2021.