Por Vladimir Cerrón.
A lo largo de la historia del Perú, desde el Tahuantinsuyo hasta hoy, no ha existido un gobierno como el que se espera implemente la gestión de Pedro Castillo. Su victoria encierra compromisos que deben cumplirse a cabalidad, caso contrario, estaríamos frente al continuismo como sucedáneo del fujimorismo.
Es la primera vez que la izquierda peruana llega al gobierno derrotando a sus adversarios juntos; asimismo la primera vez que un profesor alcanza la primera magistratura del Estado; finalmente, es la primera vez que un partido de origen provinciano, nacido en los Andes, logra imponerse derrotando a las viejas organizaciones de la aristocracia peruana. Estas características, además de ser una singularidad histórica, llevan un profundo compromiso de cambio que el pueblo aguardaba desde hace décadas.
Se logró demostrar que para conquistar Rusia en estos tiempos no era necesario estar en Moscú, que para conquistar el Perú no era necesario estar en Lima. Se concedió una brújula política al pueblo que no necesariamente tenia que ser un partido de masas, por ahora, sino una vanguardia menor, pero bien estructurada, pensante, con capacidad de movilización y disciplinadamente leal.
El país se apresta a ser conducido por la izquierda, y no por cualquier izquierda, sino por la izquierda popular, esa izquierda chola, rebelde, plebeya, reprimida en sus anhelos, esa que estuvo marginada de los planes de un Estado conducido por una burguesía mercantilista y a la vez culturalmente ignorante, desprovista del conocimiento de las necesidades del Perú profundo.
Cuando Marx escribió su tesis del socialismo estaba aún en el derecho de equivocarse, porque era solo teoría, pero cuando Lenin toma el poder en Rusia, ya no cuenta con el beneficio de la duda, está obligado a demostrar ante el mundo la superioridad del socialismo sobre las cenizas del capitalismo. Pedro Castillo es el Lenin del que habló Valcárcel, es decir, ahora está en la obligación de demostrar que su gobierno será superior al del neoliberalismo, construyendo un país con justicia, equidad e igualdad de oportunidades, este es el mayor reto histórico que le permitirá o negará el estatus de estadista.
Si consideramos la llegada al Ejecutivo de un profesor, acompañado en el Legislativo de una bancada parlamentaria mayoritariamente compuesta por sus pares, esto implica que la gestión en educación no puede fallar, está obligada a ser más que efectiva, ejemplar. Lo mismo podríamos aspirar en salud.
En el frente interno debe enfrentarse a los divisionistas, quienes creen que lo ocurrido en estas elecciones parte por hacerse de la inscripción de un partido desconociendo la dinámica social, gran error; quienes no aprenden de la historia, que creen que el magisterio lo ha hecho todo; quienes adulan a Castillo o a Cerrón; quienes están en el afán de privatizar las conquistas del pueblo; y no saben que la pandemia pudo más que todos al levantar la sábana y evidenciarnos la real estructura clasista de este país, donde la clase rica se salva de la pandemia y la pobre muere en cada esquina.
Los analistas y medios de comunicación de la derecha hacen lo imposible para romper la unidad del frente popular, cuyos principales miembros son Perú Libre, el magisterio y el pueblo peruano, infunden miedos, acusaciones, calumnias, amenazas de muerte, estimulan divisiones e instrumentan un terrorismo mediático para lograrlo, pero no lo logran, ni lo lograrán, porque Perú Libre logró un vuelo histórico y mientras los líderes comprendan que la piedra angular de la victoria sigue siendo la unidad, la victoria será cierta.