Por Luis Manuel Arce Isaac
Los estrategas de la Casa Blanca que asesoran a Joe Biden -para mí bastante mal- han acuñado una frase de claras intenciones malignas que creen la maravilla del siglo: “Cuba no está entre las prioridades del presidente”. Su vocera de prensa la difumina en cualquier espacio como si apretara un spray, y la repite, aunque no venga al caso, como cotorra en jaula. Le encanta recordársela a los periodistas o proclamarla ante las cámaras.
Da la impresión que con esa seguidilla piensan que neutralizan a quienes reclaman en todos los continentes el cese de la criminal guerra económica contra la isla. Quizás buscan estimular una pretendida rebelión interna en Cuba con un recrudecimiento de todo tipo de impedimento para acceder a los alimentos y las medicinas, agudizar la agonía de los cubanos para conseguirlos y crear condiciones para intentar cualquier locura.
Está claro que hay una farsa absoluta en el eslogan de que Cuba no le interesa a Biden y no es una prioridad para él. Pero es todo lo contrario. Precisamente por interesarle tanto traiciona su promesa electoral y se alinea a quienes abogan por el continuismo trumpista contra la isla. Cuba es para Estados Unidos la colina Béatrice y Gabrielle de Dien Bien Phu que el general Christian-Marie-Ferdinand de la Croix de Castries jamás pudo rescatar y allí Francia perdió a Vietnam y toda Indochina. La isla mayor de las Antillas es inconquistable y Biden, quien la visitó como negociador de Barack Obama, lo sabe.
Por su conocimiento de causa, no debería dejarse influir o ceder a quienes pretenden hacerle creer lo contrario y lo aconsejan para mantener las casi 250 medidas de castigo de Trump con las cuales buscan quebrar la voluntad de los cubanos. Lamentablemente el presidente demócrata, por naturaleza propia, convicción, compromiso o lo que sea -que al final no importa- sigue la senda trillada mientras los de siempre en Miami y otros lares defienden el reforzamiento del bloqueo, la tenaz persecución contra cualquier tipo de operación comercial en el exterior, como los romanos durante el sitio de Calahorra que provocó aquella triste y antihumana hambre calagurritana.
El bloqueo es muy feroz y teledirigido a puntos clave y básicos para la sobrevivencia del pueblo cubano, como hicieron con los bombardeos por cuadrícula de los B-52 contra Hanoi y Haiphong en 1971 y que al final no doblegaron ni un milímetro la voluntad de vencer de los vietnamitas. Al igual que fue Biden quien apretó los botones para masacrar salvajemente a los palestinos hace apenas unas semanas, aunque usando la mano de Netanyahu, es también él y no Trump -quien ya es prehistoria- el que mantiene el sitio calagurritano a Cuba con la idea equivocada de que va a tener éxito.
Mientras mayor la resistencia gloriosa de los cubanos, más importante se le hace Cuba y su necesidad de desacreditarla, ignorar sus logros como el tener cinco candidatos vacunales contra la Covid-19, y estar soportando estoicamente el perverso y mezquino bloqueo con su innegable y brutal cuota de sufrimiento e incluso de bajas mortales. Cuando en Cuba muere alguien por una enfermedad curable o por un cáncer que se podría dominar, o incluso por el SARS-CoV2 contra el cual ya podría estar vacunada la mitad o más de la población total, se puede acusar a Biden y al gobierno de Estados Unidos como los asesinos premeditados y alevosos porque conocen la consecuencia de esa guerra económica y tienen en sus manos los instrumentos para acabarla y evitar holocaustos.
En esto no hay que llamarse a engaños. Es la pura realidad y no hay argumento ni justificación para exonerar a los criminales. Aunque hace años el bipartidismo no existe en la cúpula gobernante de Estados Unidos y las broncas entre ambas agrupaciones son remolinos en la superficie del sistema y no llegan a su cimiento, que Biden sea demócrata o apostólico y no protestante, no significa ser mejor para Cuba que los republicanos. Es la misma camada, la moneda única de dos caras. Baste recordar que un demócrata como Ike Eisenhower lo inició todo, lo profundizó Kennedy quien llegó hasta a la acción militar, y lo solidificó Clinton, el artífice de la codificación del bloqueo para complicar jurídicamente un levantamiento y facilitar intensificarlo permanentemente.
Biden lo sabe, pero dice que Cuba no es su prioridad. Es decir, actuar para liberarla de esa aberrante política no es prioritario para él. Hay que dejarlo todo como está, piensa, hasta que suceda lo de Calahorra cuando los populares ya no tenían ni hierba para comer, pero no se rindieron a los romanos. Pero sí es importante -y más que en otros lugares del planeta- en los planes de reducirla, someterla, hincarla de rodillas y clavar en la colina de la Plaza de la Revolución, a los pies de José Martí, la bandera de las barras y las estrellas.
Es un sueño, por supuesto. Cuba, hace rato, es el Dien Bien Phu yanqui, aunque Biden pretenda restarle prioridad.