Por ALFONSO TORRES VALDIVIA
Así de cruel. Estaba sentado leyendo a Julio Ramón Ribeyro y en eso el televisor reventó al soltar noticas de la muerte de quince personas entre las que se encontraban dos niños. Fue en el VRAEM y los periodistas no dudaron en culpar a Sendero.
El terrorismo no ha muerto decían los medios. Y alucinaban el apocalipsis. Esa noticia fue más explotada que los rayos y truenos que hicieron su aparición en Lima, después de sesenta años. Sin pérdida de tiempo fueron enviados decenas de reporteros a buscar a Castillo para que hiciera un deslinde con ese grupo subversivo.
El candidato de los pobres que estaba en campaña por Huánuco, apenas pudo decir que lo sentía y le enviaba sus condolencias a la familia de los asesinados. En la noche la prensa en su totalidad criticó a Castillo y su parquedad fue criticada, y según ellos, había un tono de desprecio e indiferencia por esas muertes. Algo que ponía en duda la condición humana del profesor de Chota. La postura de Castillo fue objeto de entrevista a psicólogos, politólogos, economistas y hasta a nigromantes con bola de cristal y turbante azul.
Todo el día lunes la noticia fue objeto de análisis y suposiciones. Se exprimieron cerebros y se invitó a gente de Perú libre para que den su opinión. Se exigía un deslinde contra el camarada Artemio, la camarada Fátima, y otros nombres de difícil pronunciación. Al día siguiente se amplificó la noticia y se aseguró que los causantes eran 15 subversivos armados con cohetes y granadas de mano. Quince hombres armados hasta los dientes para matar a quince campesinos, incluyendo a dos niños. La noticia se volvió no solo viral sino pavorosa, superior al ataque Israelí sobre Palestina.
Alarmado por los hechos, el canal 2 mandó a un reportero al VRAEM. Este joven periodista llegó al pueblo y se puso en contacto con los sobrevivientes, tres personas, entre ellas dos mujeres. En realidad hizo un trabajo de campo. Se tomó su tiempo y entrevistó a decenas de campesinos. Con las versiones recogidas pensaba armar el rompecabezas. Pero faltaban datos. La figura se difuminaba como una cintura de humo. Volvió al ataque y entrevistó nuevamente a las dos mujeres que sobrevivieron a la masacre.
Ellas afirmaron que fueron tres los asesinos, de ninguna manera eran quince. Vinieron en motos lineales y amparados por la oscuridad cogieron desprevenidos a las víctimas. Cuando indagó el posible motivo de la masacre, ellas que se abstenían de dar su nombre por temor a represalias, manifestaron que los asesinos eran extranjeros. Tres días atrás el pueblo ajustició a un joven extranjero. Lo flagelaron en medio de la plaza. Lo soltaron y le dijeron que si volvía al pueblo le aplicarían un castigo ejemplar. El muchacho se alejó y antes de salir del pueblo, juró vengarse. Sus palabras no fueron tomadas en cuenta por los pobladores. Pero fue un error, según la informante, el joven, antes de ir por otros rumbos, amenazó de muerte a los pobladores.
Tres días después, con metralleta en mano, llegó acompañado por sus paisanos. Empezó el tiroteo y se ensañaron con los asistentes a la reunión. Entre los fallecidos se encontraban reservistas del ejército. Se sintió vengado.
Extraña que esa entrevista hecha por un joven reportero del canal 2 no haya sido difundida y se siga lanzando teorías cada vez más descabelladas. Propias de una novela de terror de serie C. El jueves, cuatro días después del asesinato de los pobladores del VRAEM, la prensa escrita y visual ahora pone en boca de agentes policiales que los asesinos son miembros de Sendero.
La noticia ha perdido fuerza. Ya no impacta, y extraña la terquedad de medios de comunicación que fungían de serios. Si se trata de ser objetivo, buscar la verdad clara y cristalina como agua de mesa, se debe acudir al vídeo del reportero del canal 2. Ahí, el día miércoles pasado, miles de peruanos, después del desayuno, vimos y oímos, un poco más allá de las nueve de la mañana como un jovencito con la única arma que le ha dado la vida se acercaba a la verdad.
Su naturalidad, su valentía o quizá su ingenuidad, debe aterrar a muchos de sus consagrados colegas que son tomados como referencia y ejemplo de imparcialidad. Porca vida.