Por HUGO GUZMAN / Director de EL SIGLO
El inmenso triunfo de las fuerzas antineoliberales y de izquierda, y la debacle de la socialdemocracia y la derecha. Irrupción de independientes que están por profundas transformaciones. Se logró una composición mayoritaria anti modelo en la Convención Constitucional. El posicionamiento del Partido Comunista, con su candidato presidencial como el mejor instalado, ganando la alcaldía de la capital y aumentando su votación.
Hugo Guzmán. Periodista.
Santiago. 17/05/2021. El primer sello de la megaelección efectuada en Chile este fin de semana es el inmenso triunfo de las fuerzas antineoliberales y de izquierda. Obtuvieron gravitantes logros en sus candidaturas a la Convención Constitucional (que a partir de julio redactará la nueva Constitución chilena), y en los resultados de las elecciones de gobernadores, alcaldes y concejales. El Partido Comunista, el Frente Amplio, junto a otras organizaciones, superaron en su votación a la derecha y a la ex Concertación.
El segundo sello, fue la debacle de los partidos socialdemócratas y democristiano que bajaron masivamente su votación, perdieron lugares prioritarios en el escenario político e institucional. Las colectividades de la ex Concertación fueron superadas por la izquierda y los sectores antineliberales.
El tercero sello, fue la estrepitosa derrota de la derecha que quedó con menos del 30% de votación nacional (la peor derrota en casi medio siglo), perdió sitiales fundamentales en alcaldías, tuvo en escaso logro al tener menos de 5 de las 16 gobernaciones (hay regiones donde habrá segunda vuelta) y no consiguió tener el tercio que requería para vetar los contenidos transformadores de la nueva Carta Magna.
Un cuarto sello, fue la irrupción de los independientes, en un 90% identificados con posturas antineoliberales y transformadoras, logrando el 31% en la Convención, y otros triunfos sorpresivos. A eso se agregó el resultado positivo de la Lista del Pueblo, con organizaciones sociales y antisistémicas, que tendrá 27 convencionales, cifra superior, por ejemplo, a la de partidos hegemónicos y tradicionales como la Democracia Cristiana y el Partido Socialista.
Todo este cuadro se perfila como una extensión de lo que fue la revuelta social de 2019 que estremeció al país y que configuró un nuevo escenario social, político, territorial y electoral, y que puso en jaque al modelo neoliberal y la institucionalidad autoritaria.
No hay que olvidar que ese proceso de lucha popular fue el que logró y dio paso a que hoy haya Convención Constitucional para redactar una nueva Constitución que deje atrás la de Pinochet y la socialdemocracia. Ahora, esa expresión movilizadora de las calles, los cabildos, las protestas, la organización barrial y territorial, se expresó en un abrumador triunfo de las fuerzas antineoliberales y de izquierda. Como lo señaló el académico Ernesto Águila, “pasamos del estallido social al estallido electoral”.
Aquello de “Chile cambió” se volvió a representar en este proceso electoral. Porque en definitiva, se entró al ciclo del desarme del modelo político/económico hegemónico, a la construcción de un nuevo edificio institucional y a la senda de la garantía de derechos sociales, humanos y civiles.
En términos numéricos globales (el desglose requiere más espacios y detalles), los sectores de oposición estuvieron en el 80% de la votación y la derecha oficialista en el orden del 20%. La izquierda obtuvo resultados en principales alcaldías, subió la votación de sus partidos y tuvo triunfos importantes en regiones como la Metropolitana y Valparaíso. Es cierto que rondó el fantasma del abstencionismo y es posible que ya con los datos finales, la participación sólo se acerque al 50%; en eso influye la falta de promoción del voto y la información electoral de parte del gobierno y el Servicio Electoral, las malas medidas sanitarias ante la pandemia, el negar transporte gratuito los días de la elección y bajarlo en un 50% en algunas áreas (por la pandemia los comicios fueron sábado y domingo), un distorsionado papel de los medios de comunicación (el día de la elección el periódico más leído, de un grupo financiero, tituló con un tema de la realidad de los arquitectos en Chile…). Pero al final, mandan los que votan.
El caso del PC
Hay un dato específico y es el triunfo del Partido Comunista. Colectividad vilipendiada en el país y afuera por, supuesta y teóricamente, estar anclada en el pasado y en programas rígidos, es ahora una organización gravitante que tiene un extenso apoyo social y popular.
Hoy, el candidato presidencial mejor posicionado es el alcalde del municipio de Recoleta, Daniel Jadue, dirigente del PC, que en esta elección alcaldicia obtuvo el 65% de los votos, está arriba en los sondeos entre el 20 y el 30 por ciento y que fue la figura política que mejor capitaliza el resultado de la megaelección. Las y los comunistas ganaron de manera sorpresiva pero concreta, la alcaldía de Santiago, la capital chilena, con su dirigenta Irací Hassler, quien proviene de las Juventudes Comunistas. Hasta este día, el PC había subido casi cuatro puntos su electorado, dobló la elección de concejales y tenía siete convencionales.
La mayoría de las y los candidatos comunistas llevan años de trabajo territorial y social, tienen un promedio de edad de 35 años, destacan en sus profesiones y oficios, y plantean propuestas como el impuesto a los súper ricos, aumento del impuesto a los consorcios mineros locales y trasnacionales, postulan gobiernos feministas y antipatriarcales, están por avanzar a un sistema de pensiones que deje atrás el modelo privatizador, apoyan el aborto libre y seguro, postulan un sueldo para las mujeres que efectúan trabajo domésticos en sus hogares (“dueñas de casa”), están por un nuevo modelo de desarrollo sustentable, por un Estado democrático y de derechos, por garantizare el acceso a la salud y la educación pública, gratuita y de calidad, y por una política exterior soberana y latinoamericanista.
Fuerzas y proyectos en disputa
Varios analistas indicaron este fin de semana que la megaelección y el triunfo popular y ciudadano es una parte importante de un proceso que viene desde 2019 (en rigor desde las luchas antidictatoriales y por revertir planes conservadores durante la transición), y que se proyecta a los próximos doce meses donde habrá otros hitos trascendentales.
En noviembre próximo habrá en Chile elección del Parlamento y del Presidente de la República. Desde junio hasta el 2022 se vivirá el proceso constituyente y el próximo año deben estar las condiciones para el plebiscito donde se apruebe o rechace el nuevo texto constitucional. Ese año habrá nuevo Presidente y nuevo Parlamento y si se mantiene la correlación de fuerzas de este fin de semana, todo estaría encabezado por fuerzas y personeros antineoliberales, de izquierda y progresistas.
Claro, la socialdemocracia y los democristianos van a intentar rearmarse y eso puede llevarlos a derechizarse o, como se reclama hacia el Partido Socialista, que entren a la alianza transformadora.
La derecha, cuyas colectividades hoy responsabilizan de su estruendoso fracaso a Sebastián Piñera y su funesto y errático gobierno, también irá por sus fueros y en eso cuentan, para empezar, con el apoyo del poder económico, de los hegemónicos y unidireccionales medios de comunicación, del alto mando de las Fuerzas Armadas y Carabineros, de poderes fácticos, de los directivos de trasnacionales y de grupos conservadores en varias áreas.
En definitiva, y no es nada novedoso, la disputa de proyecto/país entra en una fase más aguda y decisiva.
Como sea, si se considera la revuelta social de octubre de 2019 a febrero de 2020, las movilizaciones, organización y protesta popular del 2020 en medio de la pandemia del Covid-19, y los resultados electorales de este fin de semana, se configura un escenario favorable para las fuerzas del cambio y para avanzar en objetivos democratizadores y populares.
Pero eso trae aparejado más trabajo, donde la izquierda deberá reforzar y refrendar su acción eficaz, su sintonía con el pueblo, su ética, honestidad y transparencia, la capacidad de organización, la unidad antineoliberal, la labor territorial y sectorial, y estar junto a los movimientos feministas, indígenas, sindicales, juveniles/estudiantiles, pobladores/sin casa, de adultos mayores, del mundo de los derechos humanos y la cultura.
Como siempre, el proceso electoral define/muestra realidades, pero es solo el inicio del proceso político y social que entra en marcha. En este caso, en un marco donde Chile sigue cambiando.