Por ALFONSO TORRES VALDIVIA
Es un sueño de casi todos los jóvenes que estudian secundaria. Pero los que gobiernan nuestro país, expertos por dos centurias en ahogar sueños, especialmente de los jóvenes del pueblo peruano, pone una valla del tamaño de la Torre de Lima. Sí, porque los exámenes de ingreso a las universidades estatales, en la actualidad, son eso, una valla que ni con garrocha, pueden pasarla los que egresan de la secundaria.
La derecha como siempre mira con escepticismo y sorna, la propuesta de Castillo. No dicen que es imposible llevarla a cabo, y su silencio, obedece a que ellos han viajado a Argentina y Bolivia. Ahí los jóvenes tienen acceso a la universidad sin traba alguna. Pero sus adláteres hablan y tratan de convencer que la propuesta de Castillo es populista. Un saludo a la bandera, una jugada para las tribunas, nos dicen cada noche en su programa de televisión, los dueños de una bola de cristal, que son aceitados por los dueños de universidades particulares. Pero bueno, es cierto que si todos los jóvenes entraran a la universidad, obligados por sus padres, tendríamos legiones de frustrados en lugar de tener magníficos carpinteros, electricistas, albañiles y gasfiteros. Pero también es cierto que millares de jóvenes con talento se quedaron a mitad del camino y terminaron como marcas, sicarios, drogadictos, mochileros, fumones o alcohólicos, de esos que se ensucian en los pantalones y en sus cabellos no entra el peine.
Necesitaban una oportunidad y se la mezquinaron. Los que se ufanan de gritar a los cuatro vientos que la educación es política de estado, como Crisóstomo Mamani ni Evaristo Caccha eran sus hijos, los dejaron a la deriva. Sálvese quien pueda. Los medio de comunicación, líderes en crear confusión y engaño, argumentaron que la educación secundaria en el Perú era una estafa del tamaño de un océano, y los profesores y su gremio, una sarta de oligofrénicos. El egresado de un colegio debía de pasar, según estos pitonisos, por una academia pre universitaria. Algunos padres de familia, que se sentaban, luego de la dura jornada, frente al televisor para ver las noticias, alarmados por lo que afirmaban psicólogos con master en la Sorbona, sobre la pésima educación que recibían sus hijos, dejaron de visitar pollerías e invirtieron en sus muchachos. Pero los que no tenían dinero ni para una salchipapa de carreta los llevaron a trabajar como peones de albañilería o los metieron de recicladores. No eran una decena de muchachos sino miles y luego fueron millones.
La calle con su alcohol, chicas con arete en la lengua, porros de marihuana y los medios de comunicación con sus titulares sangrientos los terminó de educar. Ese bombardeo diario de humo, racumín, crímenes y violaciones los volvió insensibles. La capacidad de conmoverse se hizo nada. Se volvieron cínicos y adictos al sexo rápido en los baños de las discotecas. La violencia en el país alcanzó cifras alarmantes. Se habló de endurecer las leyes, mutilaciones de miembros y hasta de fusilar a los violadores de niños. Pero nadie habló de terminar de educar a esos jóvenes. Porque de eso se trata, de concluir la educación de la juventud peruana.
En el último debate, Keiko expuso su plan para mejorar la educación. Construir treinta mil colegios, nombrar a 50 mil profesores, desayuno almuerzo y comida para 9 millones de estudiantes de primaria, bla, bla, bla…Pero se abstuvo de decir que la educación del hombre peruano debía ser completada con estudios superiores. Se comió la lengua. Miró al cielo despejado de Chota. Es evidente que no quería chocar con el helicóptero de Acuña, plata como cancha.
La propuesta de Castillo es revolucionaria en el Perú. Golpeó el cerebro del hombre peruano, ese que se levanta a las 4 de la mañana y sale de su casa sin nada caliente en la pacha. Completar la educación de sus hijos con estudios superiores. ¿Por qué nadie propuso eso? Su hijo quiso estudiar ingeniería. Pero él no tuvo dinero para que postule. Y ahora, su muchacho se gana la vida asentando ladrillos en la curva de Nueva Esperanza, y los sábados, viene borracho y le pega a la mujer y se quiere abrir las venas con una lata oxidada. Cuántas tragedias se hubieran evitado si les hubiéramos dado una oportunidad a los jóvenes. No hubo voluntad política. Pero eso es imposible dicen los aguafiestas. Es cierto, afirman los esbirros de los dueños de las universidades. Es malo darle todo comido al hombre. Debe sufrir para salir adelante con su propio esfuerzo. El mundo es de los valientes, de los que tienen agallas. Olvidan que un muchacho que egresa de la secundaria tiene 16 o 17 años. Todavía está en formación. Su único trabajo ha sido estudiar. No hay que truncar esa secuencia. Es imposible recalcan los cínicos, en cantinas y plazas, no hay infraestructura para albergar a tantos jóvenes. Olvidan que los colegios emblemáticos no funcionan en la tarde y algunos en la noche. Y cada colegio emblemático alberga a 5 mil estudiantes. La cosa es empezar. Como dice el gran Machado: camino se hace al andar… Ojalá que el pueblo le dé su confianza a Castillo y empecemos con entusiasmo. Luego será muy tarde, y la historia nos señalará con su dedo acusador.