OMAR ZILBERT, EDUCADOR Y COMBATIENTE
Por Gustavo Espinoza M.
Hablar de Omar Zilbert Salas, es aludir a una de las personalidades más destacadas de la educación peruana en el siglo XX. Nacido en 1914, tuvo una vida muy rica en diversas experiencias, y nos dejó en 1997, cuando había cumplido 83 años.
Vino al mundo en Tacna, cuando esa ciudad era aún parte de los denominados “territorios cautivos” que quedaran bajo la administración chilena, luego de la Guerra del Pacífico. Cuando en 1929 la ciudad se reintegró formalmente al suelo patrio, Omar era un adolescente de 15 años que ya tenía conciencia de los problemas que agobiaban a los suyos viviendo bajo dominio extranjero. Por eso alentó gran cariño por su tierra, que quedó patentizado en una de las Polcas más conocidas en el Perú -“Mi Tacna”- creada en 1947, y musicalizada por Eduardo Pérez Gamboa.
CANCION Y POESÍA
En verdad que la canción, es casi un poema que recoge los más finos sentimientos incubados en el alma de los peruanos privados de su vínculo con una patria a la que siempre amaron y por la que desfilaron con genuino orgullo nacional.
También en poesía dedicada a los niños trabajo durante muchos años, esta figura del pensamiento peruano, que se proyectó en la historia nacional como un revolucionario verdadero y un defensor intransigente de valores y de principios.
Pero la personalidad de Omar Zilbert fue más allá de la poesía. Maestro de Escuela, Pedagogo calificado, escritor, dirigente sindical del magisterio y político identificado con los grandes intereses nacionales; supo asumir responsabilidades, y las cumplió trabajando empeñosamente casi hasta el final de sus días.
Una de sus obras iniciales -Pallardelle y la revolución tacneña de 1813”- fue un aporte a la historia, pero también un modo de refrescar los vínculos patrióticos que ligaron a Tacna con la lucha de todos los peruanos contra el yugo español. Y es que esa ciudad, como se recuerda, no sólo cobijó los ideales de Pallardelle, sino también los de Francisco de Zela, otro de los grandes héroes nacionales que muriera en 1819, en oprobiosas condiciones de exilio y casi en víspera de la independencia por la que luchó.
Omar estuvo ya integrado al Perú cuando tuvo la posibilidad de seguir estudios y graduarse como normalista, vocación que cumplió por su amor a la infancia virtualmente durante la vida entera. Nunca, en efecto, abandonó sus lazos con la Escuela Pública y menos con la tarea educativa, emprendida a inicios de los años 30, cuando pudo diplomarse para el ejercicio docente.
DOCENTE Y LÍDER SINDICA DEL MAGISTERIO
Por eso, en reconocimiento a su aporte al área educativa, hoy en Tacna existen escuelas que llevan su nombre, que enorgullece a los que trabajan en ellas y a los niños y jóvenes que albergan sus aulas.
Dos aportes particularmente significativos entregó Omar en el marco de su actividad docente. “La Escuela por dentro”, y “El magisterio americano de Mariáegui”.
En la primera de ellas, siguiendo el derrotero de José Antonio Encina, plantea las tareas de la Escuela Nueva orientada a forjar en el alma de los educandos, un espíritu enaltecedor y genuinamente creador. Una Escuela Productiva, profundamente reflexiva e identificada legítimamente con los grandes ideales de la Patria; fue diseñada por Omar con calidad literaria, pero también con fina sensibilidad e infinita ternura.
Escrita de un modo directo y sencillo, la obra aporta al forjamiento de un mensaje nuestro -es decir, verdaderamente peruano- para ser situado en el corazón de los jóvenes. Y busca convertir al maestro en un líder social, en un hombre vinculado de manera estrecha con la cultura y el pensamiento humano.
Otros educadores de la época -el propio Encinas, Walter Peñaloza, Emilio Barrantes- buscaron anidar en la conciencia de cada docente, una idea que brotaba de la misma realidad: en cada aldea, las autoridades supremas, reconocidas como tales por la población entera, eran el cura, el comisario del pueblo y el Maestro de Escuela. Ellos, objetivamente, eran los “Notables” del pueblo y tenían el deber y la responsabilidad de promover y alentar el desarrollo social, con miras a forjar las bases del bienestar.
Esa identificación constante con las tareas de la educación, y el hecho mismo de recoger en la modesta escuela del pueblo o del barrio, la suma de inquietudes nacionales, convirtió rápidamente a Omar en un líder sindical.
Hizo, en efecto, una activa tarea al frente del Sindicato Provincial de Maestros Primarios de Lima, en acogedor local situado en la séptima cuadra de la avenida Arenales, en Santa Beatriz. Fue esa sede nido de inquietudes y plaza de intercambio de ideas y opiniones, de experiencias y lecciones, de aprendizajes y debates. Allí, docentes de distintas edades recogieron siempre un sólo mensaje: la necesidad de vincular la educación con la cultura, amalgamando un contenido progresista y renovador.
El aporte sindical de Omar sin embargo, se proyectó más allá. Trabajando con otros destacados educadores, como Horacio Sánchez Ortiz o Jorge Béjar Rivera; alentó la investigación docente y colaboró activamente para la edición de publicación de publicaciones selectas, como la revista “Cuadernos de Pedagogía”, dirigida ya en ese entonces por Manuel Valdivia
Desde las páginas de estas publicaciones se intercambiaron experiencias pedagógicas con destacados educadores chilenos, como César Godoy Urrutia, autor de “Educación y Política”; y con Crisólogo Gatica a la sazón Director de la Revista “Educadores del mundo”, vinculada a la Federación Internacional Sindical de la Enseñanza, la FISE, de brillante trayectoria académica y política
Fueron los años de los Congresos de Educadores Americanos, uno de los cuales, en enero de 1960, tuvo lugar en Lima, convocado por la matriz representativa de los docentes a nivel continental
CON LA CLASE OBRERA
Retirado del servicio oficial, ya en los años 70, Omar ofreció voluntariamente su colaboración a la Central Obrera Nacional, la Confederación General de Trabajadores del Perú, la CGTP. Allí fue creada –con el ánimo de formar líderes sindicales con sentimiento y conciencia de clase- la Escuela Nacional Sindical que buscaba cultivar laboriosamente en el espíritu y en la conciencia de los trabajadores, el mensaje de clase de José Carlos Mariátegui.
En coordinación con Andrés Paredes Luyo -también calificado docente- y proyectando su tarea educativa hacia Jorge Aliaga Merino y Flor de María González; Omar supo dirigir la Escuela Sindical de la Central Obrera con verdadera y legitima responsabilidad.
En paralelo, creó con ellos un verdadero núcleo de educación docente, que fue capaz de forjar una nutrida pléyade de dirigentes de clase, destacada misión en aquellos años en los que el proceso militar revolucionario de Velasco Alvarado, lanzaba retos creadores para los trabajadores y los sindicatos.
Sin duda el proceso revolucionario iniciado el 3 de octubre de 1968 creó un nuevo escenario en el país. Con la reforma agraria quedó herida de muerte la herencia colonial que había humillado y doblegado por siglos al campesino peruano. Pero aún antes, con la nacionalización del Petróleo y la recuperación de Talara, se generó un verdadero proceso de unción patriótica que alimentó el espíritu de los peruanos y sirvió como aliento para nuevas batallas.
Y aunque quedó inconclusa, la reforma de la educación sentó bases en el proceso de afirmación de una Escuela Pública demócrata y de calidad que, en su momento, pudo resistir sucesivas oleadas privatizadoras que la acosaron desde concepciones clericales hasta propósitos lucrativos.
EN EL ESCENARIO POLITICO
Pero unida a su actividad de cultura, Omar desplegó a lo largo de su vida, una activa lucha política.
En el enfrentamiento a las dictaduras militares de la época -sobre todo en los años del gobierno del Mariscal Oscar R. Benavides- Omar Zilbert se ligó a los núcleos revolucionarios de la época, al Grupo Rojo “Vanguardia”, en el que escritores como José María Arguedas y poetas como Manuel Moreno Jimeno, cumplieron delicadas tareas.
Pero fue a mediado de los años cuarenta, cuando asomó aún más nítidamente la actividad política de Zilbert y su inabdicable compromiso con los trabajadores y el pueblo. Allí, en las tareas del Frente Democrático Nacional, y en lucha contra los Exportadores y las camarillas militares reaccionarias, supo alzar su mensaje de lucha, el mismo que alumbraría las tinieblas cuando retornaron los años de las viejas dictaduras, lideradas por Manuel Odría.
Esos fueron años duros para los comunistas. Sobre todo en “El Ochenio”, fueron salvajemente perseguidos y reprimidos. Centenares fueron encarcelados y permanecieron por años tras las rejas, como fue el caso de Emiliano Huamantica, Isidoro Gamarra o Raúl Acosta. Otros. Fueron simplemente asesinados en las mazmorras del régimen, como ocurrió con Apaza Mamani y José Herrera Farfán. Hubo quienes debieron irse del país para salvar su vida, como sucedió con Jorge del Prado. Pero hubo también quienes soportaron el oprobio en las rigurosas condiciones de clandestinidad que les impusiera l dictadura.
Ese fue el caso, entre otros, de Ernesto Rojas Zavala, Omar Zilbert Salas y Ángel Flores de Paz, menos conocidos en la actividad política, lo que les permitió desarrollar tareas con alta responsabilidad y sigilo. Así, los tres tuvieron tareas de conducción de Partido en los primeros años de la década del cincuenta, y cumplir con honor y lealtad su cometido.
Fue ese reconocimiento el que llevó a Omar Zilbert a integrar el Comité Central del Partido años después en los año ochenta, cuando le fueron adjudicadas tareas de alta responsabilidad, al ser ungido como responsable de la Comisión Nacional de Control y Cuadros del PCP entre 1982 y 1987.
De este modo, Omar Zilbert sirvió a la causa del socialismo virtualmente toda su vida, por lo que su nombre, y su ejemplo, deben quedar como aliciente de dignidad y de lucha para las nuevas generaciones. (fin)