UNA MAÑANA DE DOMINGO, PEDRO HUILCA

PERÚ. UNA MAÑANA DE DOMINGO, PEDRO HUILCA

Por Gustavo Espinoza M.

Fue un domingo como hoy, 20 de diciembre de 1992, cuando miles de trabajadores acompañamos silentes el cortejo fúnebre que llevaba los restos de un modesto obrero de la Construcción, Pedro Huilca Tecse, el Secretario General de la CGTP; alevosamente asesinado 48 horas antes.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes, desde entonces. Pero aún no ha coagulado la sangre del difunto, ni se han secado las lágrimas derramada por dolientes ojos, de genuina conciencia proletaria.

Mucho se ha escrito ya sobre los hechos que tuvieron lugar aquellos días y acerca de los entretelones de este aciago acontecimiento de la vida nacional. No es preciso, por eso, rememorar de modo reiterado, episodios que aún viven en la retina, y en la memoria de muchos.

Corresponde más bien reflexionar un poco acerca de la vida de este hombre verdadero, y evocar el mensaje que dejó como bandera. Elementos de uno y otro signo engalanan los días que transcurren, y en los que nuevas tareas y grandes retos se levantan ante la mirada de todo nuestro pueblo.

Pedro Huilca fue un luchador ejemplar. Tuvo una infancia difícil, virtualmente sin padres, encontró un hogar de acogida que supo entregarle valores y compromisos. Ellos anidaron en su conciencia, y lo forjaron en la tarea de cumplir sus deberes con el pueblo.

Desde la adolescencia, fue capaz de construirse un espíritu crítico, y percibir la esencia de sus responsabilidades. Así, fue leal a la causa de los trabajadores, en cuyas filas hizo  sus primeros aprendizajes de clase. Obrero de la Construcción, supo desde un inicio, construir y edificar; y nunca, destruir ni demoler.

Y como dirigente sindical, veló siempre por la causa de los suyos. Por eso, hizo bandera con demandas legítimas y puntuales; y arrancó conquistas que perduran en nuestros días. La jubilación anticipada, la Bolsa del Trabajo, y el deber del FONAVI para atender preferentemente la demanda de los trabajadores sin techo; fue un trio de exigencias de primer nivel, que Pedro supo enarbolar y conquistar.

No lo hizo a costa de la dignidad de los trabajadores, porque siempre fue consciente que los derechos no se mendigan, sino que se arrancan a partir de una voluntad de lucha consecuente.

Es bueno entonces recordar que estas demandas obreras no fueron una dádiva de los empresarios de la Construcción ni un obsequio del gobierno. Fueron el resultado de una dura batalla en la que los trabajadores se volcaron a las calles. Marchas, mítines y legítimas huelgas sindicales se perfilaron en el escenario nacional, alentadas por una definida decisión de combate.

Aun podemos apreciar las imágenes de aciagos episodios en los que los trabajadores del andamio, con sus dirigentes al frente, eran violentamente reprimidos por gobiernos que se decían “democráticos” pero que, en el terreno de la lucha de clases, se situaban sin titubeo alguno al lado de los patronos.

El enfrentar de manera directa y clara la contienda por los intereses concretos de los trabajadores; no lo llevó nunca a desconocer los intereses históricos de su clase. Y por eso supo situarse, desde su condición de Secretario General del Sindicato de la Construcción del Cusco y de dirigente de la FDTC, al lado del proceso anti imperialista liderado por Velasco Alvarado desde octubre de 1968.

Desde aquella circunstancia, tomó en sus manos la bandera de la CGTP, con la que fuera ungido como su dirigente más alto, en marzo de 1992, venciendo obscuras y protervas resistencias.

Su paso por la Central Obrera, fue breve. Se extendió apenas desde marzo, hasta diciembre de 1992 y estuvo inscrito en un tempestuoso mar de confrontaciones sociales en las que, finalmente, ofrendó su vida.

No obstante, en esos nueve meses de labor, dejó huella profunda en la conciencia, y en el corazón de millones. Por eso, y por su muerte alevosa en manos de sicarios despreciables; la vida de Pedro señala el camino de los trabajadores¸ su palabra, se vuelve cotidiana; su ejemplo perdura en nuestro tiempo; su luz alumbra nuestros sueños.

Hoy, hay muchos que recuerdan y le rinden homenaje. Pero a todos hay que recordarles que no fue un ícono inofensivo. No basta, entonces proclamarle adhesiones: hay que ser como él: sencillo, modesto, infatigable luchador, intransigente en la defensa de posiciones de clase, leal a los principios del socialismo. Consecuente hasta el fin. Y tener siempre un corazón dispuesto a la batalla.  

Evocándolo, podríamos citar a Maiacovski, el genial poeta ruso de los años revolucionarios de Octubre: “Si les estrellas se encienden / quiere decir que a alguien les hace falta / quieres decir que son necesarias / quiere decir que es indispensable / que todas las noches / sobre cada techo/ se encienda aunque más no sea una estrella”  (fin)