En el Centenario de su nacimiento
¨Por Gustavo Espinoza M.
Walter Peñaloza fue, por cierto un maestro excepcional. Y también un hombre excepcional. Probablemente nunca nos pondremos de acuerdo, quienes lo conocimos desde aquella época, en definir cuándo nos enseñó más: si cuando desde el aula nos brindó su dominio exquisito de la teoría y de la ciencia, o si cuando en las calles defendió con firmeza y consecuencia la autonomía universitaria y la dignidad del magisterio.
En una, u otra ocasión, fue el mismo personaje, que se encumbró a partir de la adversidad, y que puesto en una coyuntura histórica supo luchar con firmeza y consecuencia en defensa de una causa justa.
En los hechos, nos demostró lo que dijera en sus escritos: “educar es mostrar el sentido de la cultura, mejor aún, alcanzar que los niños y jóvenes aprendan y vivan el significado de las creaciones culturales, es decir, de sus valores y es, simultánea e individualmente, acicatear su capacidad de creación”.
Y esto es fundamental comprenderlo ahora cuando la cultura y la capacidad de creación asoman como un reto indispensable. Vivimos, en efecto, una etapa crucial de nuestra historia. Venimos de una crisis profunda en todos los órdenes: la economía, la política, la moral, los valores.
Y en ella –siempre es bueno recordarlo, naufragaron todos los grandes ideales de cualquier sociedad civilizada. Y por eso hoy buscamos obsesivamente salir adelante aferrándonos a lo poco que tenemos: la cultura y el pensamiento humano.
A la manera de José Martí, Walter Peñaloza encarnó por sí mismo la dignidad -la de los jóvenes y la de los Maestros- en la contingencia que nos tocó vivir, cuando la mediocre sociedad tradicional buscó quebrar la experiencia educativa de La Cantuta. Allí brindó al país inigualadas lecciones de decoro.
En las aulas y en la academia, en el histórico auditorio de Administración, o en el General de San Marcos siempre, el Maestro explicó sus ideas con lucidez asombrosa, delicadeza ejemplar y coherencia absoluta dando verdaderas -y válidas- lecciones de civismo incluso a las fuerzas conservadoras y aún reaccionarias de la sociedad.
En calles y plazas públicas, fue tan maestro como en la Cátedra Universitaria demostrado que la educación es, sobre todo, un ejemplo de dignidad y de coraje. Por eso podemos hablar hoy de su pasión y de su lucha.
Y es que, en buena medida, esa pasión y esa lucha forman también parte de nuestro patrimonio. Fueron simiente para nuevas generaciones, algunas de las cuales aún no han tenido la ocasión de descubrir la historia.
Aunque algunos escritos se han adelantado, en torno a la huelgas nacional universitaria de 1960 y su más preciado epílogo, la de mayo de 1964; está seguramente por reconstruirse la huella de lo que fue un movimiento de enorme trascendencia y significado nacional.
Ella será no la obra de una persona, sino el resultado de un trabajo colectivo en el que debieran intervenir muchos agonistas de aquella contienda.
Fue sin duda Walter Peñaloza el primero de ellos. Al modo de Unamuno, batalló hasta el fin por una victoria que llegó tarde, y nunca en su provecho.
Pero no fue ese el único escenario en el que destacó con la brillantez que le caracterizaba.
Impulsor de la Reforma Educativa de los 70, dio vida al único proyecto serio y trascendente que ha conocido en la materia el Perú Republicano. Y Director del diario La Prensa, abrió sus páginas, por primera vez, a los trabajadores para que expusieran con amplitud y prestancia sus puntos de vista.
Ocurrió eso en un periodo complejo de nuestra historia. Soplaban en ese entonces vientos de fronda, y las fuerzas progresistas y avanzadas de la sociedad luchaban con ímpetu al calor del proceso patriótico que encabezara en ese entonces don Juan Velasco Alvarado.
Hoy nuevamente asoman inquietudes patrióticas. Demandas populares enarbolan banderas similares y el país busca otra vez su camino de afirmación y progreso.
Como ayer el petróleo, hoy la minería. Pero como siempre la necesidad de los humildes convertida en trinchera. Es la lucha que persiste en nuestro tiempo.
Y ahora, cuando abundan también las denuncias contra políticos advenedizos e improvisados, es bueno subrayar, en relación a Peñaloza que estando con cierta frecuencia muy cerca del Poder, jamás nadie osó levantar contra él una sola acusación que denigrara su imagen. Walter Peñaloza es, ciertamente, uno de los peruanos más ilustres del siglo XX. Se le podría comparar, con pleno derecho, con Porras Barrenechea, José Antonio Encinas y Jorge Basadre. Y es que fue un constructor de ideas, un organizador del pensamiento, un cultivador de la ciencia, pero sobro todo, un maestro del coraje y de la verdad.