Por Andrés Schiapichetti (Colaborador de Prensa Latina)
Buenos Aires, 26 nov (Prensa Latina)
Hubo una generación que conoció fútbol en los tiempos de Diego Armando Maradona, una generación que aprendió a ver y respirar fútbol a partir de su figura genial.
Para esta generación, a la que pertenece quien escribe, nada volvió a ser igual. Haber vivido y disfrutado de la era del futbolista más grande de la historia fue un hecho determinante.
Fue una sensación fascinante, sorprendente, fue una aventura nueva en cada partido, fue tener la certeza de que en cualquier momento aparecía Diego y resolvía la cuestión.
Fue contar con la seguridad de que Maradona algo iba a inventar. En ese tiempo nada resultaba imposible. Diego enfrentaba a los poderosos y los humillaba. Pero al mismo tiempo, esa generación quedó marcada por esa matriz. Acostumbrados a Diego, de ahí para abajo todo comenzó a saber a poco.
Maradona es uno de los íconos mundiales más importantes de la era moderna (dejamos el plural para no polemizar). Fue un símbolo universal del ser argentino, un símbolo del fútbol, un origen social, y un símbolo del latinoamericanismo.
No hay figura con mayor carga socio-política que la de Diego Maradona. Surgió de un extracto social muy humilde y logró, en base a su magia, que presidentes y reyes desearan retratarse a su lado. Diego invirtió el orden preestablecido, a partir de una pelota de fútbol, haciendo que aquellos que ostentaban poder y riquezas, se rindieran ante ese pibe de Villa Fiorito.
Maradona fue, en sí mismo, un foco insurreccional. Fue un revolucionario del fútbol.
Esa fue su esencia. Dentro y fuera de la cancha. Fue el más grande por lejos, y sobre esto bastan un par de argumentos:
Maradona cambió la historia de un equipo humilde como Napoli, que casi no conocía de éxitos hasta su llegada. De la mano de Diego, el cuadro partenopeo conquistó cinco títulos (dos Scudettos, una Copa UEFA, una Copa Italia y una Supercopa italiana).
Diego no llegó a un equipo que venía de salir campeón de Europa. Llegó a un club que cada temporada peleaba por no descender, y a partir de entonces comenzó a disputarles, de tú a tú, cada torneo a los poderosos.
Es decir, Napoli fue grande durante Maradona. Ni antes ni después. El cuadro del sur italiano lo elevó al grado de máxima deidad. Maradona fue algo así como el redentor de los campanos,
despreciados y segregados por el norte industrial y millonario.
Diego fue conocido universalmente en una época en que el mundo aún no estaba tan globalizado, ni existían las redes sociales. Maradona reunía multitudes que lo ovacionaban en Asia o África,
cuando aún era jugador de Boca y no había salido campeón mundial en México. Imposible dimensionar lo que hubiera sido hoy.
Diego jugó y fue el mejor en tiempos en los que no se protegía al habilidoso como pasa actualmente. Maradona fue sometido a marcajes verdaderamente criminales, y aun
así demostró, no solamente su guapeza ante ese rigor, sino que de todas maneras logró imponer su talento.
Fue factótum principal del título mundial conquistado por Argentina en 1986. Fue la carta de triunfo de un equipo que se consolidó y se armó en torno a su figura, porque si bien es cierto que con Diego sólo no alcanzaba, mucho más cierto es que sin Diego era imposible. Maradona no integró un seleccionado en donde si él se lesionaba, su equipo igual podía salir campeón mundial.
Aquí volvemos al principio. ¿Dónde está el gran lazo de sangre que une a Maradona con el hincha argentino? Maradona florecía en la adversidad. Cuanto más compleja era la situación, ahí aparecía Maradona. Se agrandaba en las difíciles. Esto quedó demostrado en dos mundiales (1986 y 1990).
En México resolvió cuartos de final, semifinal y final: Los dos goles a Inglaterra que no necesitan descripción, otros dos a Bélgica, y el pase gol a Burruchaga, para el 3-2 a Alemania,
después de sufrir 83 minutos de marca personal.
En Italia 90 jugó con el tobillo destruido y rindió sus mejores partidos ante Brasil (habilitación para el gol de Caniggia) y ante la azzurra (para eliminar al anfitrión).
Ahí se explica el amor eterno del hincha argentino por el viejo capitán de su seleccionado.
Jugó al máximo, vivió al máximo y no se guardó nada. Tampoco se calló jamás. Nunca temió expresar lo que sentía y manifestarse en contra de los círculos de poder, apuntándoles a magnates, mandatarios y pontífices.
Puso en palabras lo que mucha gente hubiera querido decir. Auténtico, como era adentro de la cancha. No le tembló la voz para constituirse en un defensor de la Patria Grande y manifestarse a favor de los líderes del campo popular como Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo morales, Néstor y Cristina Fernández.
Increíblemente, su último día entre nosotros, coincidió con el aniversario del adiós del Comandante Fidel Castro, su entrañable amigo. Representó de forma inequívoca la idiosincrasia argentina. Maradona es Argentina. No le busquen peros. Por eso fue ídolo por encima de cualquier camiseta. Porque encarnó como nadie el sentir de este país.
Aún con sus fallas y sus errores, Maradona se cayó y se levantó muchas veces, mostrando su costado humano y eso lo agigantó más. Las figuras inmaculadas nunca llegan a ídolos populares.
Símbolo futbolístico, social, cultural y político, representante de un país, de un continente y de una forma de sentir. El mejor de los nuestros.
mem/ach/may