Jorge Gómez Barata
Luis Arce Catacora (la Paz 1963), presidente electo de Bolivia tiene
ante sí la tarea de administrar una victoria que, aunque extraña es
contundente y legítima. Lo sorprendente no fue la extraordinaria
participación del electorado ni la preferencia por Arce que logró el
55.1 por ciento de los sufragios, sino el modo casi bucólico como se
desarrolló la consulta y la moderación con que la poderosa oligarquía,
la reacción y los medios, hasta la víspera hostiles, acataron los
resultados.
Pocas veces en América Latina se ha realizado una elección sin
presiones sobre los votantes, desórdenes, acusaciones de fraude y
descalificaciones y en raras ocasiones, los vencidos han reconocido de
modo tan expedito a los triunfadores. Ante los primeros reportes no
oficiales “a boca de urna”, con un bajo por ciento de las mesas
escrutadas, la presidenta provisional, también llamada “de facto”,
reconoció la victoria del binomio Arce-Choquehuanca y los felicitó.
Todo eso sin embargo es agua pasada. Sin importar qué factores
influyeron en los resultados, lo importante es que, el pueblo derrotó
a la demagogia y, por primera vez en mucho tiempo, Bolivia tiene un
gobierno y no al revés. Nadie debe esperar que la administración Arce
sea un cuarto período de Morales ni un nuevo ejercicio populista, con
encendidos discursos anticapitalistas e innecesarios abalorios
indigenistas que los pueblos originarios, urgidos de justicia social y
oportunidades, no necesitan.
Se trata de una nueva oportunidad de sumar al país sudamericano que en
las últimas décadas, sobre todo en la economía, avanzó con “botas de
siete leguas” a las corrientes políticas más avanzadas. Presumo que
Arce tomará distancia de los extremos (izquierda y derecha) lo cual lo
llevaría a un territorio en el cual es posibles avanzar hacía
consensos nacionales y entendimientos que permitan gobernar con
razonable paz social.
Entre lo mejor en las administraciones de Evo Morales estuvo la
movilización social de las mayorías que ahora se han hecho justicia y
el desempeño económico que alcanzó sostenidos crecimientos, promovió
incentivos al mercado y el consumo interno, impulsó programas de
industrialización, logró acuerdos con el capital extranjero, atrayendo
inversión directa, redujo la inflación y el desempleo e hizo
retroceder la pobreza. El arquitecto de esos resultados que, en 2011,
2012, y 2013 fue considerado por The Wall Street Journal entre los
diez mejores ministros de economía del continente, es ahora el
presidente.
Si el nuevo presidente logra evadir la retórica, no se considera
obligado por enfoques y compromisos políticos e ideológicos
precedentes y evita las confrontaciones internacionales, sumándose
solo a proyectos consensuados y viables, el éxito de su mandato y el
avance de su pueblo pudiera ser un hecho. La guinda del pastel sería
la renuncia a los afanes reeleccionistas que sirvieron de excusa a los
elementos golpistas contra Evo Morales.
Luis Arce parece comprender la necesidad de un nuevo pacto social para
lo cual no tiene necesidad de cambiar las reglas con las cuales
triunfó. Él y su administración tienen un trabajo que hacer, pero no
tienen que hacerlo todo, el mandato que el pueblo le ha otorgado es
para ejercer un buen gobierno. Un buen gobierno es lo máximo a que un
político puede aspirar.
Gobernar solo a favor de los ricos es una abyección, pero hacerlo solo
para los pobres no es un buen programa. Sumar a todos los actores
sociales, en primer lugar, al empresariado nacional y a las clases
medias si lo es. Otros lo han logrado. Buena suerte.
Allá nos vemos.
25/10/2020
El presente artículo fue publicado por el diario ¡Por esto