PERU. LA DIGNIDAD NACIONAL
Por Gustavo Espinoza M.
Hace 52 años, el 9 de octubre de 1968, por disposición del Gobierno Institucional de la Fuerza Amada, las unidades de la Primera Región Militar, comandada por el General Fermín Málaga Prado, ocuparon los yacimientos de la Brea y Pariñas, arrearon la bandera de los Estados Unidos que flameaba en el único mástil existente en el lugar, y en su reemplazo izaron el Emblema Patrio. Fue ése, el origen del Día de la Dignidad Nacional.
Hoy, la fecha pasó casi inadvertida. Curiosamente hubo quienes protestaron porque se suspendió el feriado del día anterior -el 8 de octubre- pero callaron ante el olvido: el Día de la Dignidad Nacional quedó apenas en el recuerdo de quienes valoraron en toda su dimensión aquel episodio de la historia.
Ciertamente la Dignidad no tiene que remitirse a un día. El ser humano debe llegar en su formación de tal, a internalizar la dignidad de modo tal que ella sea su compañera de vida, y no su ocasional visitante. Vivir en dignidad es, sin duda, la categoría más alta, a la que puede arribar quien se considera cumplidor de sus deberes esenciales. Es digno, porque hace de esa virtud, una manera de relacionarse con la sociedad y con los retos de su existencia.
No obstante, un país debe considerar incompatible con su dignidad el ver hollado su suelo por un estandarte extranjero y sin tener la posibilidad de levantar el suyo. Se trata de un hecho que lacera la soberanía del Estado que lo cobija y de cuyas entrañas salió, al arribar al mundo.
“La Soberanía Nacional –dijo Augusto C. Sandino en los años veinte del siglo pasado- no se discute. Se defiende con las armas en la mano”. Pues bien. Cabe recordar que los peruanos aceptamos durante muchos años que una bandera de barras y estrellas reemplazara al Pabellón Nacional en nuestro propio suelo. Y fue preciso que un militar uniformado –Juan Velasco Alvarado- hiciera honor a las palabras de Sandino y dispusiera el uso de las armas para colocar la bandera patria en el lugar en el que le correspondía.
Después se hizo carne en los peruanos de la época, recordar la fecha; pero en la medida que se fueron deponiendo las banderas revolucionarias, y el lugar de ellas fue gradualmente ocupado por la ignominia; se fue borrando de la memoria de algunos, el recuerdo de este acontecimiento de la historia.
Con el “retorno del poder a la civilidad”, y más precisamente con la restauración del Poder Oligárquico, la Dignidad Nacional se fue relegando. Llegaron en cambio, los “caporales rubios”, voceros del capital financiero, que convencieron a los administradores ocasionales del Poder, que lo patriótico y digno era entregar nuestros recursos a las empresas extranjeras; la aplicación de nuestras políticas financieras, al Fondo Monetario Internacional; y la supervisión de nuestros recursos, al Banco Mundial. La bandera de la dignidad nacional, quedó convertida en un guiñapo.
Aún es posible restaurarla. Y colocarla nuevamente en el pedestal que nunca debió abandonar. Pero eso pasa por volver los ojos al pasado, mirar un poco hacia atrás y recuperar el sentimiento nacional que invadiera el alma de los peruanos, en aquel octubre inolvidable.
Vivir con dignidad, ahora, es defender los recursos naturales; combatir para que ellos sirvan al país y a los peruanos; y no sean usufructuados por empresas extranjeras que esquilman nuestro suelo y se llevan las ingentes riquezas nacionales.
Vivir con dignidad, es recuperar la capacidad de decidir nuestras políticas sin supervisores foráneos, ni organismos extranjeros que nos dicten programas económicos y medidas financieras incompatibles con los requerimientos esenciales de la población.
Vivir con dignidad es reivindicar el trabajo como fuente de riqueza, y eliminar la especulación financiera, el lavado de activos, la corrupción galopante y los negocios ilícitos que procura perpetuar en el país la Clase Dominante.
Vivir con dignidad, es aplicar una política exterior independiente y soberana, que no reciba instrucciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos que opera como gigantesco Director de Orquesta en nuestro continente para golpear a pueblos hermanos y a procesos liberadores legítimos y autónomos.
Vivir con dignidad es convertir la solidaridad y la justicia en eslabones fundamentales de una política de desarrollo compatible con los grandes intereses de Perú.
Vivir con dignidad es luchar porque el Perú tenga un gobierno probo y honrado que encare con sensibilidad los problemas del país.
Vivir con dignidad, en suma, es recoger el mensaje de José Carlos Mariátegui y la bandera de lucha de Juan Velasco Alvarado y de los trabajadores. Y enfrentar la tarea de construir un Perú Nuevo, en un Mundo Nuevo (fin)