EL PARO DEL 19 DE JULIO DEL 77 Y OTRAS ACCIONES CONCURRENTES

Recogido de «Con la esperanza viva. Memorias de un comunista peruano»

Gustavo Espinoza Montesinos

El Paro del 19 de julio de 1977 marcó época. Guardando diferencias y distancias,  resultó en la historia social del Perú tan importante como el Paro de enero de 1919, que diera lugar a la Jornada de las 8 horas.

Pero el Paro fue la culminación de un periodo complejo y difícil en el que se jugaron diversos factores y procesaron distintos debates. Algunos de ellos se proyectan aún en nuestro tiempo.

Con la “nueva línea” aprobada  por el Partido en el Pleno del Comité Central celebrado en diciembre del 76, los cuadros sindicales del Partido estuvieron en  mejores posibilidades de acción, aunque siempre se registraron algunas resistencias y contradicciones.

En verdad, desde inicio del año 77 el Paro Nacional asomaba en el escenario. El descontento social  crecía y se multiplicaban huelgas y luchas que exigían una centralización urgente. Desde las  bases sindicales, se miraba a la dirección de la CGTP para ese efecto.

Las cosas se agravaron desde fines de mayo y comienzos de junio. El gobierno tenía un nuevo Ministro de Economía, Walter Piazza, que había anunciado su voluntad de  “sincerar” la economía y “reinsertar” a país en el sistema financiero internacional a través de los planes del Fondo Monetario  Se hablaba ya de la “necesidad” de introducir “reajustes”  en la política laboral, de “aliviar los costos” de las empresas para “facilitar la inversión”, de “aligerar el peso de las planillas” de “sincerar los precios”; artificios todos destinados a encubrir un “nuevo rumbo” objetivamente contrario a los intereses del país y de los trabajadores.

El “paquetazo” estaba casi listo.  A mediados de ese mes se anunció el “Programa reactivador” aprobado por el gobierno y que se pondría en práctica de inmediato. En reunión de la Comisión Política del Partido, celebrada en una casa de Lince, alrededor del 20 de junio,   propuse que la respuesta al “Plan Piazza” fuera el Paro Nacional. Incluso sugerí una fecha, el 6 de julio -el Día del Maestro-  como una manera de comprometer e involucrar también a las fuerzas sindicales del Magisterio, agrupadas en el SUTEP,   y que nos eran hostiles. Un camarada de la dirección del Partido dijo, en el debate de  mi propuesta, que ella era simplemente “un estupidez” . Lo consigno en estos recuerdos porque de alguna manera muestra la resistencia que aún se registraba en altos niveles del Partido respecto a las luchas reales de los trabajadores.

Por esa resistencia, nuestros dirigentes sindicales trabajaban sigilosamente, en coordinación con destacamentos sindicales independientes, con  los que se había constituido un Comité Unitario de Lucha -el CUL- Al frente de este Comité estaba nuestro camarada Jorge Rabines Bartra, Secretario General de la Federación Gráfica del Perú. El  trabajaba en coordinación con camaradas m uy luchadores, como Carlos Ortiz y otros dirigentes de la CGTP; y todos daban cuenta de la tarea a la Comisión  Sindical del Partido, cuya responsabilidad yo ejercía.  De esa coordinación  había surgido una nueva fecha; el martes 19 de julio. El 3 de julio se conoció la que sería la  fecha definitiva del Paro.

Virtualmente conocida  la convocatoria en los primeros días de julio,  la idea del Paro  tomó fuerza en forma inmediata. Diversos sectores hicieron suya la propuesta y  creció la voluntad de lucha de los trabajadores. La consigna era casi coreada por la gente: que renuncie Piazza y que se deje sin efecto el “Plan”  que anunciara. El 9 de julio, el Paro estaba -como se dice- “voceado”. Y eso generó inquietud en el seno del gobierno. 5 días antes del Paro, el jueves 14, por la noche, las cosas tomaron un giro inesperado: se anuncio la renuncia del Ministro Piazza, en tanto que Morales Bermúdez   aseguró que “El Plan”  propuesto, quedaba suspendido “hasta nuevo aviso “. En otras palabras, las banderas del Paro se habían impuesto, sin  necesidad que se concretara la medida.

El viernes 15 se reunión la dirección  del Partido y allí se resolvió convocar de urgencia al coordinador sindical de la CGTP para el sábado 16. En ese evento, debía evaluarse “la nueva situación”.

La dirección del Partido -en mayor grado unos que otros- había aceptado ya la idea del Paro para el 19, pero el cambio registrado dio pie para que se expresaran algunas dudas. Todos, sin embargo, convinimos en no decidir nada sin consultar previamente con nuestros cuadros sindicales, a los que debíamos explicarles lo que estaba ocurriendo.

El sábado 16, en el local del Partido -Lampa 774- se hizo la reunión prevista con el Coordinador Sindical de la CGTP. Tuve a mi cargo la presentación  del tema y expuse las opiniones que se habían planteado en  la Comisión Política del Partido. Dos fueron los pilares de mi argumentación: La primera:  Si la lucha era por la renuncia de Piazza y el retiro de su “Plan”, estas exigencias se habían alcanzado ya, con tan sólo el anuncio del Paro. La segunda,  estaba referida a la confrontación que se avecinaba. Se trataba, en efecto, de una colisión con  el gobierno, que podía tener durísimas consecuencias para la clase obrera.

Esto estaba vinculado a un hecho real: los medios de comunicación, pero sobre todo los voceros de la derecha más reaccionaria, se empeñaban en asegurar que el Paro era “un paso” de los comunistas para “la captura del Poder”. Lo presentaban como la antesala de una insurrección. Y llamaban al gobierno y a la Fuerza Armada a “tomar medidas” para cerrar el paso a la inminente “insurrección comunista” 

En ese marco, nos preocupaba la represión que  se desataría contra los trabajadores y sus organizaciones de clase; y la necesidad de articular, más adelante, “formas superiores de lucha”; habida cuenta que estábamos ante una verdadera confrontación  con el Poder.

Francamente me sorprendió el  grado de receptividad que encontramos esa mañana en los dirigentes sindicales del Partido. Todos coincidieron con nuestro análisis y celebraron con  nosotros la idea que el Paro ya había triunfado aun antes de su realización. Pero todos coincidieron también en considerar que el Paro ya “estaba en marcha”, y que era imposible detenerlo. Se dijo, entonces, que el Paro se haría “de todos modos”, y que tendríamos que “estar preparados para asumir las consecuencias de la acción” Esta, finalmente no fue sino una frase, Objetivamente ni nosotros, ni la CGTP, estaba en capacidad de responder  a lo que se avecinaba.

Al día siguiente el domingo 17, arribó a Lima el camarada Del Prado. Había regresado de Moscú con la preocupación del Paro y nos planteó -no como una propuesta, sino como un interrogante-  la idea de suspender el Paro. Informado de lo hecho, aceptó la decisión  que ya era unánime en   la dirección del Partido. Esa misma noche, varios cuadros de la dirección adoptamos lo que se llamaba “medidas de protección”  Es  decir, abandonamos nuestros domicilios y fuimos conducidos a “casas de seguridad”, donde permanecimos virtualmente ocultos.

Estos pequeños detalles fueron usados en su momento por nuestros enemigos, que pretendieron ver en ellos “pasos falsos”, “posiciones dubitativas” y hasta “maniobras” destinadas a hacer abortar el movimiento. Nada más falso, por cierto. Lo que existió, y era legítimo, fue una franca preocupación por el destino del movimiento. Lo que se había construido tan laboriosa y esforzadamente, no podía ser de pronto jugado “a una sola carta”. Hoy pienso que los hechos que ocurrieron  después, validaron plenamente nuestras inquietudes.

El lunes 18, al mediodía, la policía allanó el local de la CGTP en  la Plaza Dos de Mayo. Detuvo a  Eduardo Castillo -Secretario General de la Central- y a otros dirigentes sindicales. Clausuró el local y retiró archivos y documentación que, finalmente, nunca fue devuelta. Ese mismo día, el semanario “El Tiempo”, que dirigía el periodista Alfonso Baella Tuesta, dedicó casi toda su edición, a denunciar la “inminente conjura comunista”.  En una parte destacada, insertó mi foto con un titular escandaloso:  “El estratega del Martes Rojo”.

Desde la noche del sábado, nosotros virtualmente “desaparecimos” del escenario. Permanecimos celosamente ocultos por decisión de la dirección del Partido. Esa fue la situación de Jorge. Isidoro y la mía. Los otros miembros de la Dirección también tomaron medidas de seguridad, pero actuaron con mayor soltura.

Grupos aparentemente “radicales”, mostraron una absoluta inconsecuencia a la hora de la verdad. “Patria Roja”,  por ejemplo, hizo pública una declaración rechazando el “paro revisionista”. Y el SUTEP llamó a sus bases a no acatarlo. Este “llamamiento” carecía de importancia por cuanto las labores escolares quedarían suspendidas por la misma dinámica de la acción; pero sirvió para mostrar la  naturaleza de una política contraria a los intereses de los trabajadores. Otros grupos izquierdistas que habían combatido antes a la CGTP, se sumaron, sin embargo al Paro y luego trataron de explotarlo como si hubiese sido un  éxito suyo.

El Paro del 19 de julio del 77 –como se reconoce unánimemente- fue un notable éxito. Sirvió para mostrar la fuerza y el prestigio que había adquirido la CGTP  y la clase obrera como tal. Pero al mismo  tiempo,   puso en evidencia la aguda tensión  social que se vivía, y el nivel que había alcanzado la lucha de clases en una sociedad convulsa. El Paro fue una acción violenta, pero n o por voluntad de los trabajadores. Fue  el gobierno el que puso  ala parte dura del conflicto al tratar de “atenuar” los efectos del Paro. La confrontación dejó una dolorosa estela: 5 pobladores muertos, caídos por efecto de la represión a cargo o de la Infantería de Marina, en una zona de la ciudad en la que, estrictamente hablando, no le correspondía operar

El 19 de julio, desde las primeras horas de la madrugada, se movilizó activamente la población. No fueron esta vez “las avenidas industriales”, las únicas que marcaron la huella. Fueron los “Conos”, en cuyos extremos actuaron las poblaciones más deprimidas, las que estuvieron “en  primera fila” cerrando carreteras,  avenidas y, en general vías de acceso y de tránsito  hacia la ciudad capital, los nudos más violentos de la confrontación; pero en las calles, ganó el pueblo.  Eso no lo pudo ocultar el régimen de Morales Bermúdez   que fracasó en toda la línea cuando pretendió detener la protesta social.

Virtualmente todo el día  hubo enfrentamientos no solo en Lima, sino en  casi todo el país. El Paro fue contundente en Arequipa,  Cusco, Puno, Huancayo, Trujillo, Chimbote, Chiclayo  y otras ciudades. Los puertos, se paralizaron  y hasta los aeropuertos debieron reducir al mínimo sus servicios. El transporte terrestre se plegó –por adhesión, o por  miedo- a la protesta nacional.. Sólo en Lima se registraron más de 800 detenciones  el mismo día del Paro, sin contar con  el número de dirigentes sindicales encarcelados uno o dos días antes. El local de la CGTP permaneció absolutamente cerrado y con ocupación militar, pero en la Plaza Dos de Mayo, y en las avenidas colindantes: Colmena, Alfonso Ugarte y  Colonial, se sucedieron violentas refriegas.

El gobierno no supo “embolsar” el Paro. En lugar de hacerlo así, optó por la violencia y eso alimentó la ira de las masas. Desde la noche anterior comenzó el asedio policial en barrios,  carretera s, avenidas y aún calles de la ciudad. Se buscaba intimidar a la población para “ponerla en vereda” a partir del miedo. Pero esa estrategia, no dio resultados. Por el contrario, alentó la respuesta agresiva de las multitudes descontroladas. Pero un hubo  esta vez actos de pillaje, o de vandalismo. Y es que esta vez no fueron los “comandos de acción del APRA”, los que actuaron; sino los trabajadores y  las poblaciones organizadas las que tomaron la iniciativa. Ellos resistieron, pero no atacaron  ni a la policía ni a  los militares. Simplemente obraron, para concretar el Paro Y lo lograron.

La respuesta de la clase dominante fue sencillamente brutal. El gobierno dictó los decretos 010 y 011 mediante los que autorizó a las empresas a despedir, sin  posibilidad de reclamo algunos a los trabajadores que desee. Los despedidos podían ser dirigentes, o ex dirigentes sindicales, o simples trabajadores; pero igual, no tendrían  derecho a apelar del despido,  ni a pedir reposición, ni cobrar beneficios de ningún  tipo. Como si esa norma hubiese sido previamente concertada, en una sola noche las empresas despidieron a 5,000 trabajadores. Así cayó, de un sólo tajo, todo el ejército sindical laboriosamente preparado y organizado a partir de 1968 durante 9 años de incesante lucha.  Y nadie pudo responder ante esa acción.

Las consecuencias del Paro  fueron múltiples. Con el  despido masivo de trabajadores arreció la ofensiva global contra la clase obrera. Aunque no fue capaz de unirse en un sólo movimiento contra los sindicatos, sí hizo uso de la “unidad de acción” y con ella influyó de manera decisiva en los medios de comunicación a su alcance. Cundió la confusión  en algunos sectores del movimiento obrero y afloró  el caldo de cultivo para el aliento de posiciones  extremistas. Aun así, sin embargo, los sindicatos duramente golpeados no se dejaron arrastrar a la provocación. “Patria Roja”, -que había condenado el Paro del 19 de julio- dijo que la CGTP estaba “traicionando a los trabajadores al permitir el despido decretado por el gobierno”, y llamó a una huelga  general indefinida a partir del 20 de septiembre, hasta lograr la reposición de los mismos. Por cierto, nadie hizo caso a ese llamamiento.

Quizá aquí resulta apropiado acotar algo respecto a “Patria Roja”, que no debe pasa inadvertido.

Luego de la descomposición del segmento que se apartara del PC en el 64, distintos grupos de enfrentaron en el área del “maoísmo”. El primero en abandonar ese barco, fue José Sotomayor, por razones que el mismo explicó posteriormente. Después, se produjo la deserción de Abimael Guzmán y el pequeño núcleo que  lideraba en  Ayacucho  Más tarde, se registró la ruptura de Saturnino Paredes, que hizo “tienda aparte “. Luego de un nuevo “enfrentamiento interno” con  un grupo más reducido y menos conocido, finalmente en 1969 surgió “Patria  Roja”. Desde su inicio, hasta fines de los años 70  PR tuvo una línea política muy extraña. En el periodo inicial, estuvo abiertamente contra Cuba, a la que llevó a considerar “portaaviones soviético en el Caribe” y “punta de lanza del revisionismo”.  Como parte de esa política, los activistas de PR en el Cusco, pretendieron agredir al embajador de Cuba en el Perú, compañero Antonio Núñez Jiménez y quisieron impedir su acceso a la Universidad San Antonio de Abad. Incluso  forzaron una “polémica” contra el diplomático cubano, que corrió a cargo de Tany Valer. Pero eso, no fue lo único. También estuvieron contra la experiencia chilena de la Unidad Popular calificándola como “baluarte del social imperialismo ruso en América Latina”. Y hasta saludaron el golpe de Pinochet. Y batieron palmas cuando el gobierno chino, a inicios de 1979 desplegó una guerra de agresión contra Vietnam. Es verdad que todo eso, es pasado, y que PR superó ya esa etapa increíble en  la historia de un Partido Comunista. Hoy, su línea política tiene otro sentido y una orientación más acorde con los ideales revolucionarios de los pueblos Pero es verdad también que sus dirigentes nunca han  reconocido que actuaron así, ni que cometieron esos errores. Por el contrario, glorifican toda  “su historia” y educan a jóvenes que se acercan a ellos, en el “culto”  a ese pasado.

Volviendo al tema, hay que recordar que el Paro del 77 y su secuela, trajo un debate intenso en el seno del movimiento obrero y también al interior de la CGTP y de la izquierda, incluido el PC. Fue difícil encontrar un  lenguaje común para calificar el resultado de la acción y caracterizar el momento que se vivía. Aunque los dirigentes sindicales que fueran detenidos quedaron libres después del Paro, no se  generó un clima apacible entre los trabajadores. Por el contrario, arreció un  espíritu de lucha que hizo posible un nuevo Paro Nacional  -esta vez de 48 horas- que se concretó los días 22 y 23 de mayo de 1978.

A diferencia del 19 de julio, este Paro fue absoluto y total. No fue violento, sino enteramente pacífico. Y no fue violento porque no fue necesario ejercer ninguna presión sobre nadie para que acatara el Paro. En la circunstancia, el gobierno no tuvo más opción que “embolsar” el Paro para que éste no derivara en acciones francamente insurgentes, que hubiesen generado incalculables daños. En Mayo del 78, todos se sumaron al Paro porque ya estaban hastiados del gobierno de Morales Bermúdez. El éxito de la acción derivó así en la Convocatoria a la Asamblea Constituyente y puso al país ante un  nuevo escenario. Ocurrió, sin embargo, otro h echo. A fines de 1977  fui desplazado del cargo de Responsable Sindical del Partido y en mi lugar fue designado el camarada Pedro Mayta.

El tema no se discutió mucho en la dirección porque no se trataba de argumentar posiciones o puntos de vista, sino simplemente de medir votos. Era un asunto de “correlación de  fuerzas”.  Y ya era claro desde antes del 19 de julio que yo había perdido la confianza de la mayoría de la dirección nacional del PC. Allí había cuajado una mayoría más bien pragmática que pensó que yo hacía “muchas concesiones” a las “posiciones radicales”;  y que eso, podía resultar “peligroso”. Creyeron que era  mejor un  camarada menos “comprometido” con los sindicatos, que viniera “de afuera” un poco a “poner orden”. Este era el camarada  Pedro Mayta que asomaba más como un “ teórico” en  ciernes, que como  un “político” . El, podía tener “más peso” y “más autoridad” sobre los sindicalistas. Ese fue el criterio que primó en una decisión que no compartí.  No obstante, como para dejar constancia que no se trataba de ningún “gesto hostil”, me permitieron decidir cuál sería mi nueva función. Pasé así a la secretaria de Relaciones Internacionales, que  desempeñé entre 1978 e inicios de 1982.