WALTER PEÑALOZA EN EL RECUERDO
Por Gustavo Espinoza M.
El 6 de julio se celebra en nuestro país el Día del Maestro. En esa fecha, pero en 1822, don José de San Martín, el Libertador, creó la primera Escuela de Preceptores –es decir, de Maestro- que existiera en el Perú. Fue el antecedente de los Institutos Pedagógicos, de las Escuelas Normales y de lo que es hoy la Universidad Nacional de Educación. Casi 200 años de un vivo itinerario.
Quizá la experiencia más aleccionadora, y la que queda aún en el recuerdo de muchos peruanos, es la que se viviera en su antecedente más reciente, la Escuela Normal Superior “Enrique Guzmán y Valle”, ubicada en La Cantuta. En la cima de ella, brilló Walter Peñaloza Ramella.
El que este año se recuerde el centenario de su nacimiento, quizá sea motivo para dedicar el día a su memoria, toda vez que fue una de las figuras emblemáticas de la educación peruana.
Peñaloza fue, por cierto un maestro excepcional. Y también un hombre excepcional. Probablemente nunca nos pondremos de acuerdo, quienes lo conocimos, en definir cuándo nos enseñó más: si desde el aula, cuando nos brindó su dominio exquisito de la teoría y de la ciencia, o si en las calles, cuando defendió, con firmeza y consecuencia, la dignidad del magisterio.
En una, u otra circunstancia, fue el mismo personaje, que se encumbró a partir de la adversidad y que, puesto en una coyuntura histórica, supo luchar en defensa de una causa justa. En los hechos, nos demostró lo que dijera: “educar es mostrar el sentido de la cultura; mejor aún, alcanzar que los niños y jóvenes aprendan y vivan el significado de las creaciones culturales, es decir, de sus valores y es, simultánea e individualmente, acicatear su capacidad de creación”.
Y esto es fundamental comprenderlo ahora cuando la cultura y la capacidad de creación asoman como un reto indispensable. Vivimos, en efecto, una etapa crucial de nuestra historia. Una crisis profunda en todos los órdenes: la economía, la política, la moral, los valores. Y en ella, naufragaron los ideales de la sociedad que nos oprime. Es por eso que se busca obsesivamente salir adelante aferrándonos a lo que se tiene a mano: la cultura y el pensamiento.
A la manera de José Martí, Walter Peñaloza encarnó por sí mismo la dignidad -la de los jóvenes y la de los Maestros- en la contingencia que nos tocó vivir, cuando la Clase Dominante, buscó quebrar la experiencia educativa de La Cantuta. Allí brindó al país inigualadas lecciones de decoro.
En las aulas y en la academia, el Maestro explicó sus ideas con lucidez asombrosa, delicadeza ejemplar y coherencia absoluta dando verdaderas -y válidas- lecciones de civismo. En calles y plazas públicas, fue tan maestro como en la Cátedra, demostrado que la educación es, sobre todo, un ejemplo de dignidad y de coraje. Por eso se puede hablar hoy de su pasión y de su lucha.
Y es que, en buena medida, esa pasión y esa lucha, forman también parte de nuestro patrimonio. Fueron simiente para nuevas generaciones, algunas de las cuales aún no ha tenido la ocasión de descubrir la historia.
Aunque algunos escritos se han adelantado, en torno a la huelgas nacional universitaria de 1960 y su más preciado epílogo, la de mayo de 1964; está seguramente por reconstruirse la huella de lo que fue un movimiento de enorme trascendencia y significado nacional. Ella será el resultado de un trabajo colectivo en el que debieran intervenir muchos agonistas de aquella contienda. Fue sin duda Walter Peñaloza el primero de ellos. Al modo de Unamuno, batalló hasta el fin por una victoria que llegó tarde, y nunca en su provecho.
Pero no fue ese el único escenario en el que destacó con la brillantez que le caracterizaba. Impulsor de la Reforma Educativa de los 70, dio vida al único proyecto serio y trascendente que ha conocido en la materia el Perú Republicano. Y Director del diario La Prensa, abrió sus páginas a los trabajadores, para que expusieran con amplitud y prestancia sus puntos de vista.
Ocurrió eso en un periodo complejo de nuestra historia. Soplaban vientos de fronda, y las fuerzas progresistas y avanzadas de la sociedad luchaban con ímpetu al calor del proceso patriótico que encabezara Juan Velasco. Y hoy, nuevamente asoman inquietudes patrióticas. Demandas populares enarbolan banderas similares, y el país busca el retorno a un camino de progreso.
Como ayer el petróleo, hoy la minería. Pero como siempre la necesidad de los humildes convertida en trinchera. Es la lucha que persiste en nuestro tiempo.
Y ahora, cuando abundan también las denuncias contra políticos advenedizos e improvisados, es bueno subrayar, en relación a Peñaloza que estando con cierta frecuencia muy cerca del Poder, jamás nadie osó levantar contra él una sola acusación que denigrara su imagen.
Walter Peñaloza es, ciertamente, uno de los peruanos más ilustres del siglo XX. Se le podría comparar, con Porras Barrenechea, José Antonio Encinas, Jorge Basadre, e incluso José Carlos Mariátegui. Y es que fue un constructor de ideas, un organizador del pensamiento, un cultivador de la ciencia, pero sobro todo, un maestro del coraje y la verdad. El Día del Maestro lo recuerda (fin)