Por Pablo Jofré Leal / España
Recuerdo, que al ver los programas sobre fauna marina, solía sorprenderme la visión de un pez, considerado una especie de parásito de los mares, que solía utilizar a los tiburones como medio de transporte, adhiriéndose a su cuerpo. Así viaja gratis, se alimenta de sus sobras, actuando al ritmo de la vida de los escualos.
Esa es la imagen que tengo de la denominada Organización de Estados Americanos (OEA) a la cual considero como una institución caduca, decimonónica, destinada a desaparecer. Un organismo sometido a los designios de la Casa Banca, sujeta cual rémora y cuya sede institucional, donde radica la oficina del secretario general y sesiona el consejo permanente, se distancia por apenas por un par de cientos de metros de la sede del ejecutivo estadounidense, cruzando los jardines traseros, simbolizando, con esta imagen, esta noción imperial de considerar a nuestros países como parte de su propiedad. El mayordomo de la OEA, el jardinero fiel de este patio es el más incondicional de los secretarios generales que haya tenido la Organización de Estados Americanos: el camaleónico político y diplomático uruguayo, recientemente reelecto secretario general, Luis Leonardo Almagro Lemes.
Además de jardinero, en este patio vigilado estrechamente desde la Avenida Pennsylvania (donde se ubica el salón Oval de la Casa Blanca) Almagro ejecuta la labor de verdugo de la soberanía de numerosos países, que conforman el continente americano. La función de Almagro es la de sepulturero, que sumiso concreta las labores mandatadas por su amo. Almagro es simplemente un político cínico, manipulador, despreciable y traicionero.
Expulsado incluso del movimiento donde militó, el Frente Amplio Uruguay, pues el hedor revisionista y converso que expele, generaba contagios más mortíferos que el Covid-19 entre la militancia del movimiento charrúa, que lo tuvo como embajador en China bajo Tabaré Vásquez y canciller bajo el gobierno de José Mujica ambos ex presidentes y previo a tomar la jefatura de la OEA el año 2015.
Almagro el mercenario
En términos menos elogiosos que aquellos que lo visualizan como un político experimentado, Luis Almagro es considerado un converso, un mercenario, una especie de símil a una cortesana del templo en la antigua fenicia, al estilo del poema quedeshim quedeshoth del vate chileno Gonzalo Rojas. Un secretario general que ha dedicado sus esfuerzos a tratar de desmoronar, principalmente al gobierno venezolano, al cual le ha declarado la guerra, como también a su pueblo.
Un político servil, impúdico, manipulador, traicionero, coordinador del llamado Grupo de Lima, que ha servido de punta de lanza de las políticas de Estados Unidos contra los llamados gobiernos progresistas en Latinoamérica.
Bajo el mandato de Almagro, la OEA ha llegado al extremo de mayor servilismo al cual podría llegar una institución, que en su seno reúne a 35 miembros a excepción de Venezuela que se retiró de la institución en abril del 2019, por el abierto tutelaje estadounidense. Como también Cuba, que fue expulsada, en la reunión celebrada en Punta del Este, Uruguay el año 1962, en una acción que lleno de gloria a la isla y de oprobio a la OEA calificada por el comandante Fidel Castro Ruz, en un célebre y hermoso discurso en la segunda asamblea nacional del pueblo de Cuba celebrada en la Plaza de la Revolución de La Habana, el 4 de febrero del año 1962, como «El Ministerio de Colonias» de Washington.
La OEA fue fundada con el objetivo estipulado, en el artículo Nº 1 de la carta fundacional de crear «un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia». Objetivos abiertamente traicionados, convirtiendo a esta organización en aval y cómplice de los servicios de inteligencia, dictaduras, bajo la dirección de los gobiernos estadounidenses y la CIA en materia de instaurar, apoyar, estimular golpes de estados, asonadas, procesos de desestabilización contra numerosos países: Nicaragua, Cuba, Panamá, Brasil, Haití, República Dominicana, Venezuela, Chile, Bolivia entre otros.
Ximena Roncal nos recuerda que «el poder imperial con la anuencia de la OEA ha forzado decisiones legislativas en los parlamentos de las naciones latinoamericanas: el golpe de Estado jurídico parlamentario al presidente Fernando Lugo en Paraguay cuyo resultado es su destitución y juicio político y en 2016 cuando la cámara de diputados en Brasil aprueba el juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff además de perseguir y encarcelar a Lula Da Silva».
Almagro el testaferro de Trump
En los últimos meses, el proceso de desestabilización de la nación boliviana ha sido el sumun del descalabro político y moral de Almagro y sus incondicionales convirtiéndose en testaferro de las acciones planeadas por la administración Trump, para derrocar el gobierno del ex presidente Evo Morales, a quien se obligó a renunciar tras el golpe cívico-militar, que denunció supuestas irregularidades en la primera vuelta. Todo ello enmarcado ello en una auditoria y un informe absolutamente irregular, elaborado por una comisión de la OEA, que ha sido demostrado fue parte del plan golpista contra el gobierno del MAS, al generar cuestionamiento al triunfo en primera vuelta y con ello impedir la propuesta del candidato ganador de efectuar un balotaje. La orientación del norte era clara: impedir cualquier salida constitucional, simplemente derrocar a Evo Morales. Y, en esa tarea, la OEA y Almagro cumplieron obedientemente.
El papel que jugó Almagro, arrastrando al conjunto del organismo regional, en la desestabilización de Bolivia se expresa en lo que Rolcan define como «la hipocresía de la OEA y el cinismo de Almagro, que respaldan la usurpación de la autoproclamada presidenta en un parlamento sin quórum en nombre de la democracia, claro está con el reconocimiento inmediato de Donald Trump… El sepulcral silencio de la OEA fue cuestionado por el gobierno mexicano y ante este hecho Almagro solicitaba una salida «constitucional» legitimando la «inconstitucionalidad» del golpe» clara incongruencia de quien en esencia lo es y que bien sabe que su conducta lo conduce al basurero de la historia.
La OEA y el grupo de Lima representan lo más obsceno de la política de sometimiento a Washington, por parte de la casta política derechista de Latinoamérica. El trasiego político de Almagro y sus escuderos, cuyos fondos financieros no parecen tener límites, se ha sometido en condición de servidumbre a lo que diga y ordene la administración de gobierno estadounidense, obsesionada con Cuba, Nicaragua, en su momento con Bolivia y en esta crónica persecución contra Venezuela, con derrocar al gobierno bolivariano y usurpar sus riquezas hidrocarburíferas. Una OEA obsequiosa, borrega, genuflexa, ordinaria en su sumisión, incluyendo el silencio brutal frente a las agresiones armadas contra Venezuela, ejecutada por mercenarios estadounidenses junto a traidores y desertores del ejército venezolano, desde suelo de Colombia, con autorización del narcogobierno de Iván Duque.
Todo ello comprobado y sin embargo, Luis Almagro, regularmente verborreico y denunciante, enmudece frente a esto. Puede más el poder del dólar y ese sillón de secretario general de una organización regional moralmente en ruinas, apuntalado por los brazos generosos de Washington cuando se trata de sus títeres fieles y obedientes. Hago mía las palabras del canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, al señalar respecto a este organismo el pasado viernes 26 de junio: «ni siquiera podemos afirmar que la OEA está en ruinas. De ella sólo queda una serie de escombros apilados en un rincón de Washington, cuyo inevitable destino final es el basurero de la historia».Por Pablo Jofre Leal