CHARLES DARWIN EN EL PERU
CARLOS ALVARADO DE PIÉROLA
Una fría y brumosa mañana del 19 de julio de 1835 ancló en el puerto del Callao el bergantín de su Graciosísima Majestad Británica HMS Beagle, que realizaba un viaje alrededor del mundo y estaba al mando del capitán FitzRoy. Este sería ahora un hecho intrascendente, hubiera pasado totalmente inadvertido y no habría quedado de él registro alguno de no haber sido por una circunstancia especial: trajo hasta nuestro país nada menos que al que llegaría a ser famoso hombre de ciencia Charles Robert Darwin (1809-1882), coautor de la moderna teoría evolucionista (junto con él y trabajando en simultáneo, también llegaría a similares conclusiones su compatriota Alfred Russel Wallace (1823-1913), pero eso es otra historia).
De esta visita nuestro personaje dejó constancia en su libro Diario de un naturalista alrededor del mundo (1839), que constituye un interesante testimonio, de primera mano, de importantes acontecimientos históricos que afectaron al Perú de aquella época, como veremos a continuación.
Darwin se encontraba en El Callao, luego de tres años y seis meses de haber zarpado del puerto de Davenport, Inglaterra, un 27 de diciembre de 1831, como parte de un viaje de circunnavegación que hacía en calidad de naturalista y que sería decisivo en la gestación de su futura teoría. Sin embargo, lo que pudo haber sido una interesante experiencia en su carrera de acucioso investigador de la naturaleza, se vio convertido en una frustración. Lamentablemente, la llegada de quien llegaría a ser un distinguido personaje en la historia de la ciencia y protagonista de una de las más grandes revoluciones científicas, coincidió con un momento particularmente dramático de nuestra historia republicana. Eran los tiempos de la discutida Confederación Perú-Boliviana y se enfrentaban violentamente cuatro conocidos personajes de nuestra historia: los generales Santa Cruz, Orbegoso, Gamarra y Salaverry. Darwin, quien no parece estar muy al corriente del contexto que constituía el telón de fondo de este drama, interpreta lo que ve como la manifestación de un estado de anarquía. De su Diario de Viaje, extraemos este testimonio:
Ningún estado sudamericano ha sido tan castigado por la anarquía desde su declaración de Independencia que Perú. En la época de nuestra visita había cuatro partidos en armas disputándose el poder. Si uno triunfa se coaligan los otros contra él; pero tan pronto como vencen éstos, se dividen de nuevo.[1]
Esta conflictiva situación hacía muy insegura la vida de los ciudadanos; consecuentemente, nuestro personaje no pudo emprender ningún viaje de exploración, como acostumbraba hacer en los lugares a los que llegaba. Por ello escribió, decepcionado, en su Diario: «Este estado de los negocios me contrariaba mucho, porque apenas podía hacer algunas excursiones más allá de los límites de la ciudad.»[2] Los temores de Darwin no eran injustificados, la seguridad pública estaba seriamente afectada por salteadores, que, como escribe el historiador Jorge Basadre, se habían convertido en un mal endémico en la ciudad de Lima. Uno de estos era el famoso bandido León Escobar.
En estas circunstancias, un insólito episodio, que no hizo sino acrecentar la pobre impresión que le produjeron los personajes de nuestra política, incluyendo a quien en esos momentos ocupaba la silla presidencial, parece haberle impresionado mucho:
Hace unos días, el del aniversario de la proclamación de la independencia, se celebró una gran misa, durante la cual comulgó el presidente. Durante el Te Deum, en lugar de presentar las tropas la bandera peruana, desplegaron una bandera negra que llevaba una calavera. ¿Qué puede pensarse de un gobierno a cuya vista se permite el desarrollo de semejante escena y en ocasión tan solemne?[3]
No cabe duda de que el presidente al cual se refiere es Salaverry, quien había declarado que lucharía ¡a muerte! contra la confederación.[4] A él hace también referencia Darwin a propósito de su visita a la fortaleza del Real Felipe, en términos que resulta interesante destacar:
La fortaleza, que sostuvo, sin rendirse, el largo sitio de lord Cochrane tiene un aspecto imponente. Pero durante nuestra permanencia en el puerto, vendió el presidente [Salaverry, anot. nos., C. A.] los cañones de bronce que la defendían y ordenó su demolición. Por única razón justificativa de esta medida decía que no había ningún oficial a quien poder encargar la defensa de puesto tan importante. Y había muchos motivos para creerlo; puesto que él había llegado a proclamarse presidente levantando bandera de insurrección cuando mandaba la misma fortaleza. Después de salir nosotros de América meridional le sucedió a éste lo que a todos: fue derrotado, hecho prisionero y fusilado.[5]
Como sabemos, al año siguiente, luego de ser derrotado en el campo de batalla por Santa Cruz, fue hecho prisionero y fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa.
Lamentablemente, ya desde la primera impresión nuestra tierra no le había producido atracción alguna, de lo cual deja testimonio:
El Callao es un puertecillo sucio y mal construido; (…). Me ha parecido este pueblo muy depravado y muy dado a la embriaguez. Siempre está la atmósfera cargada de malos olores: el olor particular de casi todas las poblaciones de estos países intertropicales es aquí extraordinariamente fuerte.[6]
Pero Lima, la ciudad capital, la Ciudad de los Reyes, tampoco le causó una mejor impresión:
La ciudad de Lima está hoy casi en ruinas; no están pavimentadas las calles, y por todas partes se ven en ellas montones de inmundicias, arrojadas de las casas, en los cuales los gallinazos negros, tan domesticados como nuestras gallinas, buscan los pedazos de carne podrida.[7]
Para colmo, ni las condiciones climáticas parecían ser las más favorables. Al respecto, anotó:
Espesa capa de nubes cubre casi siempre las tierras, de tal modo que durante los diez y seis primeros días no vimos más que una vez la cordillera detrás de Lima. (…) Casi ha pasado a ser un proverbio que nunca llueve en la parte baja del Perú. No creo que esto sea exacto, porque casi todos los días cae una especie de llovizna que pone embarradas las calles y moja las ropas; verdad que no se da a esa niebla el nombre de lluvia, se le llama rocío peruano. (…).[8]
Sin embargo, a pesar de las circunstancias adversas, se las arregló para hacer algunas observaciones en el campo de la geología, en aquel tiempo su disciplina favorita, en la isla de San Lorenzo. Los resultados de su visita a la isla ocupan buena parte de lo que escribió con motivo de su estadía en nuestra capital y ponen de manifiesto la importancia que tenía dicha ciencia en el marco de sus intereses de naturalista.
Finalmente, luego de una corta estadía que duró solo seis semanas, Darwin abandonó nuestro país. Antes había escrito en su Diario: «No acierto a decir si lo que he visto del Perú me ha gustado mucho». En setiembre, se encontraba ya en las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, donde tendría una famosa experiencia con un tipo especial de aves, que en el futuro serían llamados los “pinzones de Darwin” y que al regreso de su viaje le darían la clave para obtener interesantes deducciones que le servirían para desarrollar su teoría acerca del papel de la selección natural en el proceso evolutivo.
FUENTE:
Darwin, Charles Viaje de un naturalista alrededor del mundo. Madrid, Akal, 1983. 2 vols.
Basadre, Jorge,
Historia de la república del Perú.
(*) Una primera versión fue publicada en el periódico Ama Llulla, de circulación limitada, que fundara el ya desaparecido profesor sanmarquino de la Facultad de Letras Dr. Parra Morzán, allá por los años 90 del siglo pasado.
[1] Charles Darwin, Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo, II, pp. 171-172.
[2] Ibíd., p. 172.
[3] Loc. Cit.
[4] Sobre la personalidad de Salaverry, los historiadores parecen coincidir en atribuirle mal carácter y frecuentes arrebatos.
[5] Loc. Cit.
[6] Ibíd, p. 172.
[7] Ibíd., p. 173.
[8] Ibíd., p. 170.