Por Luis Manuel Arce Isaac
México.
A nadie le puede quedar dudas: la rodilla supremacista blanca del racismo trumpiano mató al
negro George Floyd sin razón legal o humana alguna, porque es un crimen institucional,
ideológico, de poder.
No es momento de investigar si el asesino sintió placer o no al clavar su rodilla al cuello del
hombre que clamaba desde el suelo que no podía respirar y que, en sus ocho minutos y medio de
agonía, mientras se le acercaba la muerte, no conmovió a su victimario directo ni a quienes
observaban actuar al asesino como si fuesen maniquíes.
¿Cuántos afronorteamericanos han muerto en circunstancias semejantes creadas por el
supremacismo blanco que Donald Trump estimula? ¿Cuántos latinoamericanos discriminados y
tratados como cosas, no como seres humanos? ¿Cuántos niños migrantes separados de sus padres y enjaulados por órdenes de Trump?
La diferencia de esos crímenes con el asesinato impúdico de Floyd es que, mientras que con los
demás crearon circunstancias para justificarlos, con este no hubo hojas de parra. Fue brutal,
sádico, impune, cavernícola, y además público, justamente los atributos más horrorosos del
supremacismo y del racismo.
Del asesino material puede decirse todo lo que se quiera para mitigar su culpa e incluso hasta
argumentar desajustes emocionales, pero por mucha que fuese su demencia si el medio no le
hubiese sido propicio, es muy probable que un asesinato así no hubiera ocurrido.
Es imposible, en el caso de Floyd, andarse por las ramas por más demagogia que ahora exhiba el propio Trump al tratar de hacer creer que lo siente y que cosas así no deben ocurrir.
El intento está dirigido a impedir que se vea como un crimen institucional, ideológico, porque en realidad esa rodilla en el cuello de Floyd es una expresión del odioso racismo estructural que
impregna a los cuerpos policiales y a otras instituciones, y poco o nada se diferencia del
exterminio de los piel rojas en el oeste americano o los tiempos más oscuros del Ku Klux Klan.
Lo más peligroso es que la reacción de Trump es también la de poner la rodilla de la 82° División
-de tan triste historia en escenarios de guerra intervencionistas-, en el cuello del pueblo que
repudia el asesinato de Floyd y exige que el país deje ya de vivir quemándose las entrañas en el
fuego del odio racista, la discriminación y los excesos megalómanos que pueden conducir a
tragedias de consecuencias incalculables incluso para toda la humanidad.