PERU. FUE HACE MEDIO SIGLO
Por Gustavo Espinoza M.
Los peruanos que hoy tienen cincuenta años, no vivieron esta historia. Aún no habían nacido, cuanto ocurrió el terremoto del 31 de mayo de 1970. En esa circunstancia, tembló la tierra, se abrieron los caminos, se desprendió la montaña, cayó un alud de nieve sobre pobladores indefensos; y más 70 mil personas perdieron la vida, al unísono, en apenas un minuto.
Era un domingo cualquiera que coincidía con la inauguración del Campeonato Mundial de Futbol México-70. A la 1 de la tarde se dio el pitazo inicial del que sería el encuentro inicial del evento, entre México y la Unión Soviética, que concluyera 90 minutos más tarde con un empate a cero goles.
Había un tenue sol, al mediodía en la capital peruana, pero se registraban temperaturas aún elevadas en diversas regiones del país. El cielo abierto en el Callejón de Huaylas, no ayudaba a presagiar nada funesto. Alrededor de las 3 y 20 de la tarde, el piso comenzó a moverse violentamente.
En Lima y Callao, se contarían pocas horas después, alrededor de 800 muertos, pero no se conocía aún la magnitud de la tragedia. Poco a poco fueron llegando las ´primeras noticias. Así se supo que en Chimbote las cosas habían ocurrido peor que en Lima, y que las muertes llegarían contándose de a pocos desde parajes más lejanos.
El gobierno tuvo una rápida respuesta. En horas de la noche, al conocerse el bloqueo de las carreteras que conducían al norte del país, el Presidente Velasco partió en un buque de guerra rumbo al Puerto de Chimbote. Allí, no alcanzó a percibir, en su real dimensión, lo sucedido.
Los primeros reportes hablaban de una densa niebla que venía de la sierra. Ni siquiera los aviones que sobrevolaron la Cordillera Blanca lograron advertir los hechos. Solo se percibía una intensa capa de polvo y nubes que no permitía visualizar nada, ni aldeas, ni personas. Sólo la versión proporcionada más tarde por esforzados y valerosos paracaidistas de la FAP y del Ejército, lanzados al albur en medio de los andes; pudo entregar tener un relato más objetivo.
Fue ése un espectáculo terrible, una visión dantesca: el desprendimiento de una montaña de hielo ocurrida desde lo alto del Huascarán, había aplastado y desaparecido todo un pueblo: Yungay. Solo allí podría presumirse algo más de veinte mil muertos.
En Lima, la población no salía de su asombro Asustada por la violencia y las repercusiones del sismo, recibía con angustia los partes que llegaban de la zona más afectada, el departamento de Ancash. Se sabía que en Huaraz se habían registrado grandes daños materiales y elevado número de víctimas; pero se desconocía aún lo del callejón de Huaylas. El espíritu de los peruanos era de temor y asombro; pero también de sentida tristeza, de profunda congoja.
Ella no fue obstáculo para que 48 horas después del sismo. El martes 2 de junio, en un estadio mexicano, la selección peruana -esa de Cubillas y Sotil- volteara un partido de futbol con Bulgaria, que venía perdiendo 2 x 0 en el entretiempo, y lo culminara con una histórica victoria: 3 x 2. Los asistentes al encuentro, aplaudieron de pie a los peruanos que, llorando ante el dolor de su pueblo, habían dado todo de sí, pensando en su país.
En Lima y en otras ciudades, la gente celebró enfervorizada esa hazaña, pero el gobierno muy pronto dio una clarinada: por grande que fuera la fiesta deportiva, los peruanos no podíamos celebrar; imbuidos, como estábamos, por el más profundo desconsuelo. En la calle, el pueblo tomó conciencia de la magnitud de la tragedia.
La solidaridad tomó fuerza pronto. Muchos peruanos asumimos la tarea de brindar ayu8da a nuestros compatri0tas. Desde la CGTP –que representábamos entonces- llenamos un camión con víveres y ropa y acompañados por otros dos vehículos más viajamos a Chimbote a entregar nuestro aporte. La vía a Huaraz, estaba cerrada.
Fue en así como se tuvo real comprensión de lo ocurrido. Se confirmó Yungay, y hubo claridad del drama vivido en todos los pueblos ubicados en la Cordillera Blanca, uno de los tesoros majestuosos de la naturaleza.
Ya en ese entonces, la televisión nos fue trayendo las versiones recogidas en el exterior que comentaban consternadas las inmensas pérdidas registradas en nuestro país. De pronto, en todas las pantallas apareció Fidel Castro hablando al pueblo de Cuba de los hechos ocurridos en esta parte del mundo.
Luego, percibimos su imponente figura, reclinada en una camilla, donando sangre para los peruanos. Centenares de miles de cubanos hicieron fila en la Plaza de la Revolución, de La Habana, para sumar su sangre, la que requerían nuestros hermanos en las zonas más devastadas de la patria.
El Perú y Cuba, en ese momento, no tenían relaciones diplomáticas. Cumpliendo un mandato de la OEA adoptado por presiones del gobierno de los Estados Unidos, en 1962 el Perú había roto sus vínculos con Cuba, y se había sumado a la fila de gobiernos que, sumisos, hacían eco a las demandas de la Casa Blanca.
Y eso había ocurrido, no obstante la erguida posición del Titular de Torre Tagle, Raúl Porras, quien resolvió trocar su cargo por el destacado título de Canciller de la Dignidad, como quedara registrado en la posteridad.
Después, fueron otros países; pero sobre todo la Unión Soviética que hizo un verdadero Puente Aéreo entre Moscú y Lima para asistir a nuestro pueblo. Uno de esos aviones cayó al mar con todos sus tripulantes en el Círculo Polar Ártico cuando venía al Perú. También la URSS selló con sangre, su identificación con nuestra causa.
Hoy, medio sigo después, es bueno recordarlo (fin)