EL ENCANTADOR «MISTERIO» DE UNA FRASE

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El carácter testamentario de la carta, trunca, destinada a Manuel Mercado, que José Martí escribió en la víspera de su muerte, subraya su valor y hace de ella un documento fundamental, dentro de una obra que es toda extraordinaria

Autor: Luis Toledo Sande | internet@granma.cu

18 de mayo de 2020 22:05:35

El carácter testamentario de la carta, trunca, destinada a Manuel Mercado, que José Martí escribió en la víspera de su muerte, subraya su valor y hace de ella un documento fundamental, dentro de una obra que es toda extraordinaria.

Sintetiza el ideario político, social y ético –se interrumpe en la palabra honestidad– de Martí. Pero ese ideario se conocería aunque la carta no existiera. Así y todo, hay en ella una frase que le ha dado un halo como de misterio, un encanto por el que quizás no siempre la carta se descifre como debe y merece entenderse.

Quien lea estas líneas estará ya pensando: «En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente…», frase que suele usarse en las más disímiles circunstancias –algo propio de la poesía, y aquí se trata de un poeta descomunal–, y se conoce, por añadidura, en la versión errática que aparece en la mayor parte de sus ediciones, donde a lo citado le sigue: «porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin».

El facsímil que se conserva del hasta ahora perdido original, pone fuera de duda la autenticidad del texto, y muestra que Martí escribió «para logradas». Es un giro menos común, pero no le habría resultado raro al destinatario que tuvo la dicha de ser amigo y confidente de uno de los más extraordinarios creadores en lengua española.

El mayor peligro de la frase –y no se ha de responsabilizar por él al autor, sino a lecturas deficientes– es suponer que lo de «en silencio» y «como indirectamente» se pudiera aplicar en general a lo que atañe a Estados Unidos y al antimperialismo de Martí. Aunque él hizo un guiño, un «como», que vale por todo un documento: no escribió «indirectamente», sino «como indirectamente».

Si se descuentan algunos datos circunstanciales y puntos que –sin exagerar– pueden calificarse de anecdóticos, «casi» todo lo escrito por Martí en esa carta –y ese «casi» es otra advertencia– son ideas y conceptos que no tenían nada de secreto. En lo más anecdótico estaría la entrevista con el corresponsal de The New York Herald, la cual le ratificó a Martí preocupaciones que tenía de mucho antes, y que dio origen al mensaje que ese diario publicó, mutilado y falseado, en inglés. Pero Patria reprodujo, felizmente, el original.

Con mayor o menor claridad, sin los matices y ahondamientos de una comunicación confidencial, lo dicho en la carta puede leerse en otras cartas suyas, y en textos periodísticos y discursos. Entre los ahondamientos vale mencionar lo relativo a su ideario social. Resultan más terminantes que en otros textos suyos la identificación con los humildes –en quienes veía «el arca de la alianza revolucionaria»– y la denuncia de que, salvo dignas excepciones, en los ricos tenían sus ideólogos y cómplices el anexionismo y el autonomismo, opciones antipatrióticas.

Pero asimismo esas posiciones de Martí las conocían quienes leían sus textos o atendían sus discursos. Lo novedoso encuentra mayor terreno con respecto a Estados Unidos y el peligro que esa naciente ­potencia imperialista representaba para Cuba y nuestra América toda y, por ese camino, para el mundo. Y también de ello había hablado claramente en páginas como El tercer año del Partido Revolucionario Cubano y el Manifiesto de Montecristi.

Un elemento, sin embargo, no había hecho público Martí, ni podía hacerlo, pues le habría creado dificultades todavía más recias a la lucha revolucionaria: su convicción –que ni siquiera todos sus seguidores entenderían con su claridad y su hondura–, de que ya la guerra que él había preparado no era, en lo principal, contra el dominio español, sino contra las pretensiones de Estados Unidos.

Tal era el peso de esa realidad, que a Mercado, cuando aún la guerra está en sus inicios, y ni se ha podido organizar la República en Armas, no solo le dice que esa es su gran misión: «mi deber», escribe, y lo define así: «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». Hasta le confiesa que ese ha terminado siendo el sentido de su vida: «Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso», dice rotundamente.

Eso sí había tenido que mantener en silencio, y como indirectamente, porque no estaba del todo oculto en sus declaraciones. Y no se olvide el espionaje con que España creía que le servían agentes de Estados Unidos que actuaban, sobre todo, para el gobierno de su país; ni hechos como el que, ocurrido en Fernandina, frustró la sorpresa que Martí había planeado para el alzamiento en Cuba.

A las redes oficiosas urdidas por Estados Unidos alude Martí al hablarle a Mercado «de un conocido nuestro, y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual presidente desaparezca, a la presidencia de México».

No intenta este artículo agotar el tema, pero aspira, por lo menos, a llamar la atención sobre el sentido de una frase que suele descontextualizarse, con el peligro de perder de vista –y de pensamiento– las honduras que cobija en el ideario de quien, frente a Goliat, asumió «la honda de David» para todo cuanto había hecho, y haría.

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