por Julio Cortázar
Entablar una amistad con Tomás Borge fue una de las más altas recompensas que me dio este primer viaje a Nicaragua. Conocer a Borge, como jefe y como hombre, fue una de esas experiencias que jamás alcanzarán a entrar en la palabra escrita. Encontré en él esa difícil alianza de la sensibilidad poética con el duro oficio de llevar a un pueblo hacia su auténtico destino.
Conocía ya su libro de recuerdos sobre Carlos Fonseca. En ese breve texto escrito en la cárcel, Tomás revelaba su propia personalidad sin ponerse jamás en primer plano, limitándose a aludir a esas páginas como «poseídas por el dios de la furia y el demonio de la ternura». Nadie como él hubiera podido describir con tan pocas palabras la admirable personalidad de Carlos, y a la vez describirse a sí mismo sin saberlo, retratándose a contraluz a través de un estilo donde el pudor elimina toda retórica.
Hosco, tierno, amigo ya para siempre: sé que en algún momento en que yo no podía escucharte, le dijiste a Carol: «Cuidá de Julio, cuidalo mucho». Claro que ella me cuidará, pero eres tú quien debe cuidarse, Tomás, porque tu pueblo te necesita. No te diré más, no es necesario entre nosotros ahora. Vives con Nicaragua, y tu pueblo es hoy el pueblo más vivo del mundo, el más hermoso y el más libre.
CORTÁZAR, Julio, “Nicaragua la nueva” en Nicaragua tan violentamente dulce, Managua: Nueva Nicaragua, 1983. pp. 30-31