Fabrizio Casari(*)
Nicaragua es, en muchos sentidos, una tierra mágica. El devenir diario siempre tiene el sabor de un evento. Quizás debido a volcanes, temperaturas y pasiones incandescentes, nada resulta obvio, poco es pacífico. Produce energía liberadora y alegría contaminante, se dedica a hacer posible lo que no lo es en otra parte, le gusta ser diferente de quien es siempre y tristemente lo mismo.
Hasta el tiempo es diferente, ya que sí tiene su huso horario, su meridiano y paralelo, pero luego hay tardes, en Nicaragua, donde cuando se va el sol comienza un nuevo día en lugar de la noche. Una de ellas fue la noche del 10 de enero de 2007.
El nuevo y de nuevo Presidente de Nicaragua, el comandante sandinista Daniel Ortega Saavedra, en nombre y por cuenta de su pueblo se puso la banda presidencial.
De Nicaragua no brindo testimonio imparcial. De su historia política y humana no soy relato indiferente y considero la imparcialidad entre lo justo y lo injusto lo peor que pueda producirse en un ser humano, al igual que confundir víctimas con verdugos, la suerte de la multitud con los privilegios de unos cuantos, la patria con los enemigos de la patria. De aquella noche de enero del 2007 recuerdo bien el clima, las sonrisas, el entusiasmo. Era la segunda vez que Daniel vivía este rito de la toma de posesión después de la victoria electoral en la década de los 80.
Pero esta vez fue diferente, tuvo otro sabor, porque la victoria no fue solo una batalla política y electoral: fue el final de un túnel que duró 16 malditos años. A diferencia de 1979 no hubo la fuga de un dictador, pero la tiranía del neoliberalismo igualmente tuvo que ser expulsada.
No se emitió esa noche una simple entrega de poderes, no hubo una canónica demostración de la alternancia de gobierno en un régimen democrático. Fue mucho más. Fue una ceremonia de restitución de los derechos colectivos, se formalizó el regreso a la democracia popular. La Revolución volvió a su trabajo y Nicaragua volvió a abrazarla, como cuando una familia se reúne después de una distancia larga y dolorosa.
En aquella noche, en tomar posesión de los poderes presidenciales, Daniel Ortega Saavedra puso la historia del sandinismo sobre sus hombros. La plaza repleta recordó a los desmemoriados y oportunistas que allí el pueblo se hacía Presidente: decenas de miles de personas caminaron del brazo con millones de esperanzas. Hacía falta tenerlas, pues el país estaba de rodillas.
Unión Fenosa era el presidente de facto: su política energética impedía que Nicaragua no solo produjera, sino que incluso sobreviviera. Expulsarla del país fue indispensable y fue la primera iniciativa socialmente útil después de 16 años. El espacio era limitado, no había escape: o Nicaragua salía inmediatamente afuera de las tinieblas, o estas mismas se hubieran tragado su futuro.
El terrible menú del neoliberalismo
Fue la generosidad del comandante Chávez y su afecto absoluto por Daniel Ortega lo que puso a Nicaragua en posición de correr a los nuevos conquistadores. Dos plantas eléctricas donadas al instante y el nacimiento de un proyecto integrado para el suministro de energía a Nicaragua fueron el comienzo de la carrera hacia la normalización del país. Por segunda vez en la historia, el sandinismo estaba volviendo al poder para restaurar, reconstruir, proyectar. Vestida durante 16 años como colonia del imperio, Nicaragua desafió las leyes de supervivencia.
El espectáculo que aparecía en los ’90 y hasta el 2006 en los ojos del extranjero que visitaba el país ofrecía el esqueleto del mismo. Durante la década de 1990, reduje la frecuencia de mis viajes a Nicaragua. Me dolía ver tanta pobreza y desesperación. Por supuesto que hubo pobreza en la década de 1980, pero a pesar de la guerra, la esperanza ocupaba los discursos. Desde enero de 1991, en cambio, se habían abierto las puertas del infierno para la Nicaragüita que desde años había aprendido a amar.
Muy pocas antiguas amistades estaban donde las había dejado. Se dieron despidos políticos masivos: la militancia sandinista costaba el desempleo. Sin electricidad durante varias horas al día, falta de agua; se hizo imposible poner comida en la mesa tres veces al día, se había convertido en el privilegio de un porcentaje menor.
Para la mayoría el menú proveía hambre, analfabetismo y enfermedades endémicas de retorno, desempleo masivo, un estado de coma de la atención y seguridad social, aumento de la mortalidad infantil y reducción de la esperanza de vida: nacer se convirtió en una aventura peligrosa y el envejecimiento un lujo. Los más débiles, las mujeres mayores, los niños, no aparecían en las estadísticas oficiales, pero se apiñaron en las aceras. Las manos no saludaban, pedían. Los números de la desesperación se perdieron en los falsos positivos. Dieciséis años de saqueo liberal agotaron al país.
Sin embargo, los tecnócratas habían ido cuesta abajo. No solo terminó la guerra y, por lo tanto, se pudo eliminar el enorme cuanto necesario gasto militar, sino que la reapertura de los canales comerciales con todo el mundo abrió líneas de crédito y suministros. De hecho, la deuda contraída en el extranjero había sido generosamente perdonada.
Aquellos países indiferentes en la década de 1980, de repente se apasionaron por el destino de Nicaragua. La condonacìón de la deuda había sido el regalo que el imperio y sus seguidores habían ofrecido a la rendición de un pueblo que usó los lápices desesperados para marcar la cruz en la boleta electoral. Quería detener la guerra, que tenía enredada en la carne y lo logró, creyendo que el fin de la guerra podría significar paz y también bienestar.
Se convenció quizás que las dificultades se debían a la impronta socialista del gobierno revolucionario, mientras que la guerra, el bloqueo económico y la presión internacional eran el corazón del asedio imperial, ejercido también con la complicidad de los que fueron gobierno en los ’90 y que sueñan inutilmente de volver a serlo.
Nicaragua es ahora otro país
En la era liberal se agregaron dos desgracias: las políticas económica y social de los diferentes gobiernos y el hambre de recursos de familias oligárquicas y sus compiches liberales.
Fue un tsunami de robo y corrupción que se extendió encima a una nación ahora pobre hasta en esperanzas. En la primera fila, con los dientes duros, los Chamorro, que también tenían el camino pavimentado por sus patrocinadores.
Esto no fue ni la primera ni la ultima vez: en la historia de Nicaragua ese apellido está asociado con la traición; la inteligencia con el enemigo parece un vicio antiguo y repetido.
El arte que se le reconoce es transferir la riqueza pública del país al patrimonio privado de la familia; un cambio a ciclo continuado que los hace fascinantes en Washington, envidiados en Miami, detestados en Managua.
En esos años, a menudo me encontraba al comandante Daniel por el mundo: por diferentes razones, ambos participábamos en eventos internacionales. Viajaba yo como corresponsal extranjero de mi periódico, él para mediar en conflictos internacionales y para su país. Sí, porque aun durante los gobiernos liberales, el Comandante trabajaba para obtener ayuda para su Nicaragua. Porque, incluso cuando estaba en la oposición, seguía siendo el Jefe del Sandinismo y el Presidente de los nicaragüenses (en parte la misma cosa, valga la redundancia).
Otro tejido, otra ética, otra profundidad humana y política de quienes viajan solo para pedir sancionar a su país. Los estadistas lo son por vocacìón y capacidad de amar su país; los traidores asalariados, donde quiera que se encuentren y cualquier posición que tengan, siempre son portadores de intereses ajenos.
Vista por un extranjero Nicaragua es ahora otro país, completamente distinto y distante de lo que Daniel tuvo que heredar de manos de los tecnócratas liberales, quizás con licenciaturas y maestrías, pero cleptómanos e ineptos. La Nicaragua Sandinista, desde el 10 de enero de 2007, se ha comprometido a implementar lo que había comenzado a hacer después de la liberación del país de la tiranía somocista. Estos últimos 13 años han sido la segunda etapa de esa revolución que triunfó en 1979.
Las condiciones generales del país no son comparables a lo que se veía cuando gobernaba la derecha. Ahora la educación es gratuita, porque el gobierno sandinista invierte en Nicaragua y la idea de país prevé un pueblo educado y culto. El 6% del PIB (porcentaje enorme, en Europa no alcanza nunca el 2%) se destina a la educación universitaria, así dispone la Constitución, única en el mundo que prevé la obligación de darse un futuro.
Pero el derecho a estudiar comienza en los primeros años y, además de los fondos públicos que lo hacen posible directamente, el apoyo económico para las familias lo hace efectivo, incluso indirectamente: una merienda escolar gratuita, un millón y medio de mochilas como obsequio para cada escolar es una manera concreta de brindar el derecho al estudio.
La chavala se ha vuelto adulta
La salud es gratuita y de calidad, 20 hospitales han sido construidos y equipados con los mejores instrumentos. La atención médica nicaragüense alcanza hoy picos de excelencia que no se encuentran en ningún otro país de América Central.
Deben agregarse las 170 guarderías y las docenas y docenas de centros de salud restaurados o construidos. Las pensiones son las más generosas del mundo, especialmente vistas desde Europa, donde se requieren 40 años de contribución para poder acceder a la jubilación que, en enorme mayoría, es mínima.
Comer ya dejó de ser solo un derecho, ahora es un gusto. Se logra sustancialmente la autosuficiencia alimentaria y la autosuficiencia energética está significativamente por delante, lo que hace que todo el país sea abastecido por la red eléctrica, con una proporción de las renovables en la energía total utilizada muy por encima de los europeos y norteamericanos
Hay 52 programas sociales diseñados para reducir la distancia entre la pobreza y el bienestar y más de 3,500 son los kilómetros de carreteras construida con concreto de drenaje. Son consideradas las mejores en América Central y sirven para reducir las distancias de todo con todos. El transporte público tiene el costo más bajo en toda la región.
Más de 50,000 hogares se hicieron para las familias que no estaban en condiciones de comprarlos; se entrega un promedio de uno por día y a esto se suman más de cien mil paquetes de alimentos por mes, porque el hambre y la pobreza extrema son los enemigos irreductibles del sandinismo.
Algunas reaccionarias fingen ser feministas, pero es un engaño. Descubrieron cuán rentable es la tendencia para los sepulcros blanqueados de los falsos progresistas: un negocio de varios millones de dólares por año. En la Nicaragua Sandinista, el feminismo no se encuentra entre quienes venden su país al extranjero, sino en mujeres identificadas como jefas de familia y receptoras de fondos familiares nicaraguenses; está en haberse convertido en el quinto país (de 194) del mundo en la brecha de género. Qué resultado más grande por un país tan chiquito, ¿no?
El 52 por ciento de los nicaragüenses, según las encuestas independientes, expresan su simpatía por el gobierno cristiano, solidario y socialista del comandante Daniel Ortega. Los que tienen alrededor de 30 años por lo menos recuerdan bien lo que fue el neoliberalismo, y por esto no podrá volver.
La política -ciencia entre las ciencias- enseña que incluso cuando el contexto es de cambio, la lógica mantiene sus pilares. Desde hace 13 años el FSLN sigue ganando toda competición electoral, no importa cuál sea. El país que cambia y cambiando enseña, no cambia idea.
El sandinismo ha declarado la guerra al neoliberalismo y han sido trece años de victorias. El proyecto de transformación más grande del país se ha realizado, como nunca antes ni imaginado. Más que una nación, Nicaragua parece ser la realización de una utopía que ha derrotado la hostilidad política y el terrorismo, subvirtiendo las estadísticas de las probabilidades. La chavala nacida en el 1979 se ha vuelto adulta.
(*) Periodista, analista político y director del periódico online
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