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Por Gustavo Espinoza M.
Nuevas generaciones de peruanos no han oído hablar de Joseph McCarthy, congresista USA nacido en 1908 y que se hiciera célebre por su trabajo en la denominada “Comisión Investigadora de las Actividades Anti Norteamericanas”.
El antecedente de este organismo puede situarse a fines de los años 30, luego de la Guerra Civil Española, cuando autoridades estadounidenses crearon un Comité, preocupados por el surgimiento, en Nueva York y otras ciudades, de un organismo de Ayuda a los Refugiados Antifascistas españoles. Lo juzgaron como una “herramienta soviética de penetración” en USA,
Mc Carthy -heredero de esta idea- integró primero el Partido Demócrata, desde el que emigró al Republicano. Desde allí obtuvo el apoyo de las grandes corporaciones, lo que le permitió ostentar el cargo de Senador por Wisconsin, que desempeñó entre 1947 y 1957,
Pero se proyectó en el escenario mundial cuando, en febrero de 1950, y desde el Capitolio, acusó a 250 integrantes del Departamento de Estado de los Estados Unidos de estar afiliados al Partido Comunista de ese país, y de desarrollar, a partir de esa condición, supuestas actividades anti norteamericanas.
Que la acusación no tuvo la más mínima consistencia, quedó en evidencia, cuando el acusador no pudo probar el cargo en ninguno de los 250 procesos judiciales que se incoaron a los señalados por el Ilustre representante yanqui.
Pero la cosa, no quedó allí. No obstante su descomunal fracaso, el cancerbero de marras siguió en su paranoia, lo que obligó a Bertold Brecht a irse de los Estados Unidos y a Charles Chaplin a renunciar a la posibilidad de visitar ese país. Ambos, fueron acusados, y se pretendió forzarlos a comparecer ante este curioso tribunal.
Pero el caso de ellos, no fue el único. Destacados escritores, como Arthur Miller –“Las brujas de Salem”, Howard Fast –“Mis gloriosos hermanos”– John Steinbeck, -“Viñas de ira”- y Ernest Hemingway -“El viejo y el mar”- fueron acusados –entre otros- por lo mismo, en lo que asomó como una suerte de “cacería de brujas”.
La mayoría de las víctimas de esas denuncias, permanecieron firmes en la defensa de sus derechos; pero otras, como Elia Kazán -“Esplendor en la hierba”-, se doblegaron, y aceptaron comparecer ante el Comité, y declarar allí en contra de sus colegas.
El momento cumbre de esa persecución fue, sin duda, el proceso contra Julius y Ethel Rosenberg, ambos científicos, condenados a muerte y ejecutados en 1953 en la apoteosis de la ofensiva Macartista.
Howard Fast diría en 1996, que aquellos fueron “malos tiempos, los peores tiempos que yo y mi querida esposa, hemos vivido jamás. Nuestro país se parecía más que nunca en su historia a un estado policial”. Fue en ese marco que Fast escribió su célebre “Espartaco”, que fuera llevado al cine con el recientemente fallecido Kirt Douglas, también perseguido por esa causa.
Joseph Mc Carthy fue un anticomunista visceral que cayó en el mayor descrédito a partir de 1955 cuando acusó a la alta jerarquía militar norteamericana de “trabajar para Moscú”. Allí fue expulsado de la comisión senatorial que integraba, por 67 votos contra 22.
En desgracia por su fracaso, y teniendo solamente 46 años, fue ganado por el alcohol, y contrajo una cirrosis hepática que lo llevó a la tumba dos años después, en 1957. La dipsomanía, lo tumbó.
El Marcartismo -como expresión de una obsesión enfermiza- sin embargo, no está muerto. Nace y renace en uno u otro lado, según los intereses de la Clase Dominante. Gentes como Rosa Bartra o López Aliaga, lo simbolizan en nuestro escenario. Por eso, es indispensable siempre, estar alerta. Y cerrarle el paso, sin hacerle concesión alguna.
Es preocupante, entonces, que las autoridades de San Marcos guarden silencio ante los requerimientos que les fueran formulados a partir de un Seminario Marxista. Si Donald Trump es heredero de Mc Carthy; la Universidad Peruana no puede jugar en ese terreno. No hay que olvidar la célebre frase. “¡Bárbaros!, las ideas, no se degüellan” que acuñaran en su tiempo Diderot y Voltaire y que sustentara también Domingo Faustino Sarmiento. Si las autoridades callan, los estudiantes tienen la palabra. (fin)