O EL SUEÑO QUE TERMINÓ EN PESADILLA
Editorial de Revista Sudestada. Escrito en 2019.
Mientras Trump despliega su retórica fascista y racista contra los pueblos de Latinoamérica, se multiplican hoy los homenajes a la figura de Marthin Luther King desde ciertos sectores que vacían de contenido su pensamiento: se “homenajea” una caricatura de Luther King, una visión sesgada, incompleta, edulcorada, que lo transforma en un intelectual «pacifista» y por la «no violencia» y lo limita a esa prédica, cuando su pensamiento revolucionario y contestatario es mucho más profundo y controversial.
King fue quien definió con contundencia al gobierno de Estados Unidos como “el máximo agente de violencia hoy en el mundo… gastándose más en los instrumentos de muerte y destrucción que en programas sociales vitales para las clases populares del país”, y en 1967 llegó a condenar los “tres diablos” que caracterizaban al sistema de poder estadounidense: «el racismo, la explotación económica y el militarismo”, destacando que “las mismas fuerzas que consiguen enormes beneficios a través de las guerras son las responsables de la enorme pobreza en nuestro país”.
Un año antes del día de su asesinato, Martin Luther King dio un discurso en la iglesia Riverside de la ciudad de Nueva York, en el que anunció su rechazo moral a la Guerra de Vietnam: «Estamos tomando a los jóvenes negros que han sido desvalidos por nuestra sociedad y los enviamos a 8.000 millas de aquí para garantizar libertades en el sudeste asiático que ellos no tenían en el sudoeste de Georgia o en el este de Harlem. Así que hemos enfrentado repetidamente la cruel ironía de observar a los chicos negros y blancos en las pantallas de televisión, viendo como ellos matan y mueren juntos porque una nación ha sido incapaz de sentarlos juntos en las mismas escuelas».
ambién era profundamente anticapitalista, como deja en claro en uno de sus discursos: “Deberíamos denunciar a aquellos que se resisten a perder sus privilegios y placeres que vienen junto a los beneficios adquiridos de sus inversiones, extrayendo su riqueza a través de la explotación”. Su último discurso, en apoyo de las reivindicaciones de los trabajadores de los servicios de saneamiento que estaban en huelga, lo mostró crítico y escéptico con sus propios dichos previos, hasta cuando cuestiona su famosa frase «Yo tengo un sueño»: «Hace ya más o menos dos años, me paré con muchos de ustedes frente al Monumento a Lincoln en Washington. Cuando llegué al final del discurso allí, traté de decirle a la nación sobre un sueño que tenía… Debo confesarles esta mañana que desde esa sofocante tarde de agosto de 1963, mi sueño se ha convertido, con frecuencia, en una pesadilla… He visto mi sueño destrozado al caminar por las calles de Chicago y veo a los negros, hombres y mujeres jóvenes, con un sentido de completa desesperanza porque no pueden encontrar ningún trabajo. ….He visto mi sueño destrozarse al recorrer los Apalaches y ver a mis hermanos blancos junto a los negros vivir en la pobreza».
Por último, concluyó con una famosa sentencia: “La lucha central en Estados Unidos es la lucha de clases”.
Algunas semanas más tarde fue asesinado por el mismo sistema que King se ocupó de denunciar desde su rol de vocero por los derechos de los afroamericanos. Su crimen permanece impune, pero queda claro hoy, con Trump en el gobierno, que la prédica de Luther King no fue la que se impuso en su país, sino la de quienes dispararon contra él de manera cobarde.