HOMENAJE A LOS HÉROES DE SAN JUAN Y MIRAFLORES

Por Delfina Paredes A.

                                  

Convocamos a esta sencilla ceremonia para conmemorar uno de los acontecimientos más conmovedores ocurridos  en defensa de Lima, capital del Perú, los días 13 y 15 de enero de 1881. Constituye pues un acto de admiración a Cáceres y de reconocimiento a los sacerdotes jesuitas, protagonistas del hecho.

La noche del 15 de enero el terror se había apoderado de la ciudad. No había hogar, establecimiento comercial, institución pública, albergue, convento o templo religioso que ofreciera garantía contra el despojo el allanamiento, el abuso y muerte que a su paso dejaba la horda invasora. ¿Era exagerado ese  temor? ¿Qué había sucedido para que los habitantes de la tres veces coronada ciudad sucumbieran al espanto?

Una larga cadena de hechos luctuosos de heroísmos ciméricos de entregas incondicionales al servicio de La Patria, pero también de mezquina  vanidad y hasta de traiciones se habían sucedido desde el 5 de abril de 1879.

 Pero el repase  de los heridos, la invasión de los pueblos, ciudades y villorrios en Tarapacá, Tacna y Arica, estaban a miles de km. de la Capital.

Hasta que al amanecer del 13 de enero, la invasión se hizo presente.

Esa misma noche un gigantesco incendio se reflejaba en las aguas del Mar de Grau y podía ser observado desde distintos lugares de Lima.

Producto del saqueo, embriaguez y vandalismo de las tropas invasoras, Chorrillos era presa de la más abominable conducta.

El holocausto había empezado a  escasas cuatro horas de iniciada la batalla.

 La defensa había sido dirigida por el Dictador Piérola que, contra el criterio de los jefes militares, dispuso una larga línea de 14 km cubierta por menos de 16,000 hombres  que dejaba enormes espacios libres.

El Morro Solar  que sí había sido convenientemente equipado estaba a cargo del General Iglesias  Ministro de  Guerra, que comandaba el 1er Cuerpo del Ejército.  Luego de un largo trecho sin defensa, estaba el 4to cuerpo del Ejército  a cargo del Coronel Cáceres; por ese espacio  es que ingresa el invasor y empieza a atacar por la retaguardia sorprendiendo de tal manera que el Coronel Ayarza, también del 4to cuerpo, cree que es Suárez, jefe de la retaguardia quien alevosamente está atacando.  Lo saca de su error Cáceres. Se entabla una violenta refriega, contra el frente y la retaguardia, hasta que la inferioridad en número y  armamento le hacen ceder alguna posición. Requiere entonces la intervención  de  Belisario Suárez y su Reserva General, pero éste responde que por órdenes del Dictador  Piérola,no puede hacerlo y que más bien de inmediato debe dirigirse a  Chorrillos, como en efecto lo hace.

Cáceres desbordado por el número y armamento del invasor, con su línea totalmente destrozada, y solo con el apoyo de sus ayudantes recluta 200 soldados con los que se dirige  al Morro, donde se observa aún enfrentamientos. En el camino se encuentra con Suárez, quien le informa que el Morro ya ha sido tomado alrededor de la 10 de la mañana cuando Iglesias es apresado. Los enfrentamientos que se observan son de los invasores entre sí, para obtener prendas de valor, ropa y hasta botas de los muertos y heridos.

Cáceres no ceja en su empeño y hacia el Morro va, enfrentándose con algunos grupos de la horda devastora.  Providencialmente llega el Cap. de fragata Leandro Mariátegui  aportando  un cañón , y esto da nuevo impulso a su ataque pero el número de invasores se acrecienta minuto a minuto lo que hace inútil prolongar la lucha.       En sus memorias, expresa:    

“ Sin esperanzas de recibir ningún refuerzo y con soldados que comenzaban ya a flaquear, resolví interrumpir el combate. Anochecía el 13 de enero y di por terminada mi tarea de  recoger dispersos en los campos cercanos a Miraflores. Nuestro empeño no fue infructuoso, pues logramos reunir más de 2,500 hombres de los derrotados en San  Juan. Las fatigas y emociones del día me hicieron sentir la necesidad de descansar. Desmonté, tendí mi capote en el suelo y me acosté un momento.” 

El descanso es breve, Chorrrillos es un infierno. La desorganización y embriaguez del ejército invasor despiertan en Cáceres la necesidad  de dirigirse allí, con los soldados  que ha reunido. El general Silva se entusiasma con la arriesgada tarea que propone Cáceres, la comunica a Piérola, Dictador y Jefe Supremo, que la desestima juzgándola irrealizable.

Llega el 15 de enero y la experiencia de los dos días anteriores hacen presagiar lo peor.

Cientos de ciudadanos  en Barranco y Miraflores, abandonan sus casas  para salvar la vida de mujeres ancianos y niños. Los mayores y aún adolescentes se han enrolado en el esfuerzo final para impedir la afrenta innombrable, la destrucción de la ciudad.

Muchas provincias han acudido  a la convocatoria, y miles de indígenas llegados de las serranías empuñarán un arma de fuego por primera vez, o se enfrentarán con una  huaraca, una maccana o una simple bayoneta.

El 14 y gracias a la intervención decidida del Cuerpo Diplomático acreditado en Lima,  se pacta la suspensión de hostilidades hasta las 12 de la noche del 15.    Sorpresivamente a las 2 de la tarde del día 15 los invasores inician el ataque.

Nuestro diezmado ejército y el pueblo salen a ubicarse en los emplazamientos que  apresuradamente se les había señalado.

Mil páginas de heroísmo se escribieron en los reductos donde artesanos, obreros, mercaderes, médicos, abogados, negociantes, hacendados  acudieron para combatir.

Estudiantes y egresados Sanmarquinos, conformaron el Batallón Carolino.

Pero la lucha se acentuó en el lado derecho de la defensa,  donde Cáceres había acomodado desde el 14, las tropas del 1er cuerpo del ejército.  Con él hizo retroceder dos veces al enemigo,  sus jefes no dejaron de batallar sino cuando  cayeron muertos como los heroicos marinos: Juan Fanning  y Carlos Arrieta.  El refuerzo que recibían  los invasores no se hizo esperar. En respuesta, una y otra vez  los batallones Jauja y Concepción,  rechazaron el ataque que ya se había prolongado hasta la Quebrada de Armendáriz.  Lo que se necesitaba para hacer retroceder definitivamente al invasor era un refuerzo pues ya las balas estaban quedando agotadas y los heroicos defensores ofrendaban  en grupo sus vidas.

¡Como olvidar entonces nombres  de los jóvenes Sanmarquinos José Torres Paz, Eduardo Lecca y Augusto Bedoya   que habían acompañado al héroe desde las batallas de San Francisco Tarapacá y Tacna.! Cáceres recibe un balazo en la pierna y Torres Paz cae muerto.

Como anota Congrais “Refuerzos” a ello se limitaba la diferencia entre la vida y la muerte, entre la victoria y la derrota”.

Una vez más los refuerzos nunca llegaron. Obedeciendo los comandantes  las órdenes del Dictador  algunos batallones no soltaron ni un disparo. La noche descendía. En  el campo de batalla solo el postrer gemido de los moribundos se escuchaba. El espectáculo era desolador. Volvemos al relato de Cáceres

“Quebrantada la resistencia y abrumados por el fuego enemigo ya no

fue posible contener la dispersión de mis diezmadas tropas. Solo, con la pierna atravesada por el balazo recibido y mi caballo también herido, hube de abandonar el campo.”

El dolor  de la herida seguramente le es más llevadero que  la frustración de ver aniquilados todos sus esfuerzos, la impotencia infinita de sentir a la Patria destrozada.  Organiza en un esfuerzo supremo la protección de los heridos y muertos  pues todo el campo estaba cubierto de cadáveres que los invasores  iban pisoteando. . Los temibles  corvos invasores iban aniquilando sin tregua, a los caídos. 

 Cáceres avanza dificultosamente  entre las sombras,  El comandante Zamudio lo reconoce y consigue vendarle la pierna con  su pañuelo y alcanzarle un poco de agua en su kepis;  Pero Cáceres no admite la derrota definitiva. Cuando llega al Parque de La Exposición  y un grupo de soldados lo rodea pidiéndole a gritos ponerse a la cabeza para seguir la lucha, su decisión está tomada, para ello necesita preservar su vida, y el invasor no tardará en buscarlo para hacerlo prisionero. Con ayuda del capitán Barreda  se   dirige a la ambulancia de  San Carlos que está más próxima.   La cantidad de heridos es enorme, los médicos apenas se dan abasto.

En su casa de San Ildefonso, Antonia Moreno su esposa, ha transitado en vilo en estos días. Protege la vida de sus hijas y a medida que pasan las horas crece su agonía temiendo por la vida de Cáceres. Recurre al estimado capitán José Miguel Pérez que comienza a buscarlo por todas las ambulancias. Lo ubica, advierte que las condiciones son precarísimas y  tomando todas las precauciones, lo conduce a  la enfermería de San Pedro. donde el doctor Belisario Sosa, se encarga de su curación. Allí estaban,  siendo atendidos también, sus ayudantes Augusto Bedoya y Joaquín Castellanos.

Cuando el 17 ingresan los invasores a Lima lo empiezan a buscar por todas las ambulancias y puestos de socorro. Llegan a San Pedro.

Este es el relato que él nos deja en el libro de sus Memorias

“En San Pedro, el personal de servicio negó  mi estancia allí, temiendo me tomaran prisionero. Al día siguiente volvieron dos altos jefes diciendo que me querían saludar en nombre del general Baquedano  quien me ofrecía toda clase de garantías. El jefe y personal de la ambulancia agradecieron cortésmente el saludo y los invitaron a pasar donde se atendían los heridos, haciéndoles ver que yo no me encontraba en ese lugar. Los jefes chilenos satisfechos con las atenciones recibidas se retiraron. Pero entre tanto se me había ocultado en la celda del padre Superior, a su bondad y celo debí  el no haber sido prisionero del enemigo”.

Así que San Pedro, este espacio que con cariño y gratitud destacamos hoy, no sólo sirvió para cautelar la vida del héroe, sino que contribuyó a que entre sus claustros se fuera gestando  en la mente de nuestro héroe , la Campaña de resistencia en La Breña, inmensa tarea  que convocó  a  miles de campesinos, soldados oficiales y jefes que siguiendo su ejemplo  y el de doña Antonia Moreno, orgullo de mujer,  lucharon y ofrendaron sus vidas por la dignidad de La Patria.

D.P.A.