Por Gustavo Espinoza M.
El año que se inicia trae en su vientre sugerentes interrogantes que se irán despejando en la próxima etapa de la vida nacional. Veamos algunos.
¿Será posible colocar tras las rejas a la Mafia?
Es este uno de los retos más serios que tiene el país ante sí. Más allá de las penas “preventivas” -que son siempre transitorias- está planteada la posibilidad de incoar un juicio con todas las de ley, juzgar los hechos y dictar sentencia.
Si nos atenemos a las palabras del Ministerio Público, entre febrero y marzo se presentará la acusación formal contra Keiko Fuimori y el grupo que lidera. En la causa deberán estar comprendidos Pier Figari, Ana Hertz, Jorge Yoshiyama y varios más, co-autores o cómplices de numerosos delitos cometidos a lo largo de los últimos años y que gozaron de impunidad por largo tiempo. Como no hay culpa que no se pague, los responsables de estas acciones deberán dar con sus huesos en la cárcel para que pueda admitirse que en el Perú impera la justicia.
¿Será posible lograr un Congreso mejor hacia adelante?
El próximo 26 de enero los peruanos tendremos la posibilidad de elegir a los integrantes de un nuevo Congreso, encargado de la función legislativa hasta mediados del 2021. ¿Será el Parlamento que se elija, mejor, o peor que el disuelto el pasado 30 de septiembre?
Eso dependerá, en buena medida, de nosotros mismos. Y es que son los hombres, los que hacen la historia. Pero como bien lo decía el viejo Marx, no la hacen a su antojo y capricho, ni siquiera a tenor de su voluntad. Se ven forzados a obrar más bien en un contexto concreto, con los elementos que tienen a su alcance en un determinad momento. Aunque quieran, no se podrá entonces evadir los parámetros que normarán esa elección.
Y lo primero que deberá considerarse en la materia, es que la fuerza del pueblo marchará a la contienda en condiciones de división y de dispersión. Aunque los dirigentes de la debilitada izquierda peruana proclamaron a grandes voces su “firme voluntad” de construir la unidad, una vez más forjaron la división. Olvidaron alevosamente esta sabia enseñanza del Amauta:-“Todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria y la misma pasión renovadora”- y se guiaron, finalmente, por conveniencias electorales, afanes hegemónicos, y caprichos partidistas, grupales y aún personales.
Hace algunos años, una figura emblemática del movimiento popular –el Comandante Tomás Borge, dijo a un núcleo de dirigentes de la izquierda peruana: “¡Únanse, o muéranse!”. Medrosos, no quisieron acogerse al reto en ninguna de sus dos variantes. Y ahora persistieron en la errática obsesión que los persigue desde hace ya 25 años: la división.
Es ese escenario los ciudadanos de ideas avanzadas deberán escoger entre 4 -o quizá más- listas que proclaman lo mismo. El consejo será entonces que busquen una, y encuentren en ella –gracias al “voto preferencial”- a dos candidatos que reúnan apenas dos requisitos: honradez, y capacidad de lucha. De todos modos, podrán encontrarlos.
¿Será posible cambiar la Constitución del 93?
Chile y Perú son, en esta parte del mundo, los dos países regidos por una Constitución impuesta por una Dictadura. Los chilenos ya tomaron conciencia del tema y encontraron la forma de deshacerse de ella. Les costó sangre, muerte, dolor y lucha. Pero finalmente lo logaron. Nosotros aún tenemos la tarea.
La Carta Magna del 93 en el Perú fue impuesta por Fujimori y confirmada por un “plebiscito” fraudulento. En el cómputo final alteraron los porcentajes de votación procedentes de los departamentos de Andahuaylas y Huancavelica e invirtieron las cifras, otorgando el “Si” al 51% y el “No” al 49 cuando fue al revés. Tras la maniobra no estuvo sólo la mano del “chinito de la yuca”, sino también la garra del Imperio a través del Fondo Monetario y el Banco Mundial; y la de la oligarquía “envilecida y en derrota”, como la calificara Velasco.
Quizá sea difícil librarse de ese yugo en el marco del Congreso de enero, pero tal vez se pueda modificar el régimen económico, o lograr que se acepte el papel regulador del Estado en el plano de la economía, y hasta su participación en áreas estratégicas de la vida nacional. Eso implicaría un cambio sustantivo que haría lloriquear desconsoladamente a la Mafia Fuji aprista.
¿Y a los trabajadores y al pueblo, cómo les irá?
Esta es una pregunta clave que tiene varios matices, Por ahora, importan dos ¿Se impondrá el capricho del Capital de “invertir” en proyectos mineros que destruyan la bio diversidad? ¿Podrán los empresarios doblar la resistencia de los sindicatos y deteriorar aún más la Legislación del Trabajo?
En torno al primer tema, está planteada la suerte de las Bambas y de Tía María, hermosos y productivos valles que se busca destruir en beneficio de las corporacionemis neras. Y en el caso de lo segundo, la persistencia en el D.L. 345 que avasalla los derechos de los trabajadores. Se trata de dos asuntos que harán historia en el año que se inicia.