Por Delia Proenza
“La celda 267 canta. (…). No hay vida sin canto, como no hay vida sin sol”, escribía, desde la cárcel de Pankrác, el periodista y escritor checoslovaco Julius Fucik. Apresado por la Gestapo la noche del 24 de abril de 1942, ya una vez se había declarado su defunción, tras ser golpeado y torturado brutalmente.
Escribiría aún mucho más, entre tortura y tortura, en medio de dolores que lo hacían caer en la inconciencia. De aquellos textos inspirados y asombrosos saldría su Reportaje al pie de la horca, hoja por hoja sacado de prisión y publicado en 1945.
Julius Fucik fue asesinado por los nazis el 8 de septiembre de 1943. Legó a los profesionales de la prensa en el mundo una fecha que desde 1968 se rememora como Día Internacional del Periodista, a la que Cuba se sumó como parte de la comunidad de países socialistas, donde se celebraba.
A comienzos de la década del 90, la Upec eligió el 14 de marzo, cuando fue fundado el periódico Patria por José Martí, para instaurar el Día de la Prensa Cubana. También muchos otros países latinoamericanos adoptaron un día del calendario para agasajar a los del gremio, de acuerdo con el acontecer de su nación.
Cuando muchos de los que ahora hacemos periodismo en Cuba entramos al sector, alrededor del 8 de septiembre proliferaban los homenajes. Entonces se hablaba solo de los que escribíamos, pero el agasajo llegaba por igual a los que complementan esa labor. Nadie dijo nunca que se aboliera la efeméride, aunque poco a poco se ha ido desplazando.
En el entorno nacional, ya apenas se menciona dentro del medio, y el legado de Fucik continúa vivo, como no muchos. Al fin y al cabo, no cualquier periodista es capaz de dejarse matar, sin que su dignidad merme ni un ápice, por no traicionar el ideal que lo llevó a la lucha.
Nuevas tendencias de fascismo asoman su cabeza en la era de la internet, y los mensajes de sus simpatizantes se esparcen ahora casi con la misma rapidez que el sonido o la pólvora. Figuras con un poder que podría compararse al de Hitler consiguen hacerse creíbles, o, cuando menos, influir en el curso de los acontecimientos mundiales.
“He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza”, escribió Fucik en sus anotaciones, generalmente sin fecha, porque desconocía la jornada que transcurría. Habló todo el tiempo en su reportaje, en el que describía tanto a allegados como a enemigos, de una segura muerte, y el día de sus últimas anotaciones reseñó: “También mi juego se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es un juego. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado. ¡Estad alerta!”.
He hecho una asociación involuntaria con el canto en la celda 267 de la cárcel de Pankrác y las palabras de Miguel Díaz-Canel en su discurso de asunción como presidente de Cuba: “Intelectuales, artistas, periodistas, creadores, nos acompañarán siempre en el empeño de que este archipiélago que la Revolución puso en el mapa político del mundo siga siendo reconocido también por su singular modo de pelear cantando, bailando, riendo y venciendo”. Es una misma alegoría sobre el poder de la alegría en la lucha.
Y lo advirtió también Díaz- Canel en aquella propia alocución: “Nos corresponde ser más creativos en la difusión de nuestras verdades. En tiempos en que las tribunas no son solo las abiertas y multitudinarias que en otra época fueron el altavoz de la Revolución, debemos aprender a emplear más y mejor las posibilidades de la tecnología para inundar de verdades los infinitos espacios del planeta internet donde hoy reina la mentira”.
Dispuesta a todos los combates, la Revolución cubana sigue de verde olivo. Junto a ella, el gremio de la prensa mantiene la línea de los reclamos de justicia, de amor y apego a la verdad, a la ética, al honor y al decoro, como parte de América Latina y del mundo. Así se proclamaba un 9 de septiembre, pocos años atrás, en el sitio Cubaperiodistas.cu.
Reportaje al pie de la horca es una obra repleta de dramatismo, dirigida a difundir la verdad de la ignominia fascista, de la cual Fucik fue apenas una víctima más. Ahora son otros los problemas que atentan contra la integridad física y la vida de los periodistas del mundo, según el escenario en que se desenvuelvan. En México, y no solo allí, se les asesina por su labor de denuncia política, y en medio de los conflictos bélicos que estallan casi cada año, azuzados por las fuerzas hegemónicas que se enriquecen con el comercio y el uso de las armas, también se les liquida.
Sin mirar hacia un lado para evitar la macha en la obra que nos ennoblece, porque sería indecoroso no mencionarla en aras de ayudar a que desaparezca, los periodistas cubanos seguimos también de verde olivo. Sobre la prensa diría el fundador del periódico Patria e inspirador del día en que se nos celebra: “Debe desobedecer los apetitos del bien personal, y atender imparcialmente al bien público. Debe ser coqueta para seducir, catedrático para explicar, filósofo para mejorar, pilluelo para penetrar, guerrero para combatir”.
El periódico, según Martí, debe “estar siempre como los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano, y la espuela en el tacón”. Encomendaba, al menor accidente, “saltar sobre la silla, sacudir la fusta, y echar a escape el caballo para salir pronto y para que nadie llegue antes que él”.
Es menester librar la pelea como describía nuestro presidente: “cantando, bailando, riendo y venciendo”. De ahí que no dejara de provocarme una mezcla de admiración y asombro aquella otra descripción de Julius Fucik en su reportaje a la vera de la muerte: “Y hoy día, hasta los guardianes saben —y se han acostumbrado a ello— que la celda 267 canta. Y ya no gritan detrás de la puerta para imponer silencio”.