LA GENERACIÓN DE JAVIER HERAUD


Héctor Béjar 

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El cineasta Javier Corcuera ha estrenado en Lima su bello largometraje documental sobre Javier Heraud. Lleno el Teatro Nacional. Asistencia del presidente del Consejo de Ministros, el rector de la Universidad Católica, intelectuales, autoridades. Grandes luces en la apertura del festival de cine de la Católica y el nombre de Javier Heraud al centro de doscientas películas de alta calidad.

Se anuncia en los cines de gran público de Lima otro largo metraje, esta vez de ficción, sobre Javier Heraud.

Libros, artículos se ocupan de Javier Heraud.

Javier ha sido admitido por una parte del Perú oficial.

Javier, pero no sus ideas. Dicen que oficializar a alguien es una forma de matarlo por segunda vez.

Esperemos que esta vez no sea así, porque hay decenas de promociones de escolares y barrios populares con el nombre de Javier Heraud. Para ellos, es un símbolo, inseparable de la idea de revolución.

No era solamente una revolución política y económica sino una liberación mental, un ingreso masivo de gentes nuevas, un rejuvenecimiento, aquél que Javier encontró en Cuba en 1962. Tenía veintiún años, pero su cultura era mayor que la de cualquier adulto ilustrado. Era grande de cuerpo y de espíritu.

Todo parecía despertar en la Cuba que vio Javier. Todo era posible. También había estado en la Unión Soviética un año antes y ya era un poeta joven premiado en el Perú.

Cuando fue cerrado el último candado norteamericano con el bloqueo y los barcos soviéticos tuvieron que surcar los mares para llevar petróleo, medicinas y alimentos a ese territorio libre de América, reapareció en La Habana la idea de Francisco de Miranda, San Martín y Bolívar. ¿Por qué si ellos habían hecho la guerra por una patria continental republicana con el apoyo de Inglaterra no se podía completar esa obra trunca haciendo la guerra por una patria continental socialista con el apoyo de la Unión Soviética? Se podía hacer de la expedición del Gramma, el ataque al Cuartel Moncada y el triunfo de 1959, los actos iniciales de una gran marcha hacia los Andes y desde los Andes. Convertir los Andes en una gran Sierra Maestra.

Entonces las repúblicas criollas del siglo XIX, traicioneras de los libertadores, serían apenas un paréntesis que era mejor olvidar. Cada pequeño grupo armado luchando por sobrevivir en selvas y montañas, sería una fracción del gran movimiento de liberación que recorrería el continente. Y decenas de jóvenes empezaron a entrenarse militarmente para combatir al imperialismo en Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Argentina, el Perú.

Fue éste el ambiente en que Javier Heraud y otros jóvenes becados para hacer estudios universitarios, se embarcaron hacia Cuba aquel marzo de 1962. Javier formó parte de una generación de estudiantes y campesinos, que no debe ser olvidada cuando se evoca su nombre. Ese es el ambiente que explica su decisión y su sacrificio.


Estuvo en la vanguardia de la primera operación del Ejército de Liberación Nacional que intentó penetrar al territorio peruano por Puerto Maldonado, en el sudoriente selvático. Lo asesinaron a tiros en el río Madre de Dios el 15 de mayo de 1963.


A la altura de estos años, no recordemos solo a Javier. También a los que lucharon y murieron entre muchos otros: Javier Heraud, Edgardo Tello, Moisés Valiente, Pablo Manrique, Manuel Gurrionero, Jorge Toque Apaza, José Pareja, Fortunato Silva Sánchez, Lucio Galván, Hugo Ricra, que formaron el Ejército de Liberación Nacional en setiembre de 1962. Pero recordemos también a Pedro Pinillos y a quienes murieron en las acciones del MIR. Sus nombres van perdiéndose en el tiempo junto con los de cientos de personas que entregaron sus vidas por una revolución liberadora.

Ellos formaron parte de un gran movimiento de cientos de jóvenes, hombres y mujeres de todas las edades, que se extendió por América Latina.

Nuestros países hoy son distintos. Las poblaciones crecieron, la migración pobló las ciudades convirtiéndolas en monstruos urbanos, la educación básica se masificó, la vida política se hizo múltiple. Pero los problemas de fondo, la injusticia, la desigualdad, la corrupción y la pobreza, siguen ahí, interpelándonos. Esa realidad lacerante, comparada con la transparencia y honestidad del sacrificio de Javier, es la que mantiene vigente su recuerdo. En esa medida y ese sentido vive en nosotros su obra breve pero inmensa, perdurable.