MARCO MARTOS: CON LA ESPERANZA VIVA

PALABRAS LIMINARES

Marco Martos Carrera

Gustave Flaubert solía decir que basta con observar detenidamente la vida de cualquier ser humano para encontrarla interesante. Ese detalle, de apariencia nimio, le sirvió para pergeñar su magnífica obra literaria que le ha dado justa celebridad. Los individuos van construyendo su vida y combinados en las sociedades ofrecen a la posteridad un espectáculo siempre colorido.

La historia y la literatura van siempre en líneas paralelas y de pronto se cruzan dando inesperados frutos. La historia de Roma nos es familiar, sus primeros reyes, los monarcas etruscos, el fin de los primeros gobernantes, la aparición de César y luego de Augusto. De pronto la literatura ilumina con sus potentes rayos esta etapa de la historia tan singular, y aparecen las novelas que trazan un cuadro animado de la Roma inicial, la de la república y la de era imperial. Los escritores sienten poética la historia. Y las vidas de Marco Antonio, Cleopatra, y las de los grandes poetas Virgilio, Horacio, Ovidio se nos hacen familiares. De pronto ad- vertimos que hay algo que está faltando, la vida cotidiana de los ciudadanos, y aparecen otras novelas o investigaciones históricas sobre el día a día de la Roma que imaginamos.

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Durante todo el siglo XX y parte del XXI, los estudiosos se han preguntado por el campo que abarca la literatura. Las antiguas divisiones de géneros que vienen de Aristóteles tienen que ceder el campo a nuevas formas de poetizar. La novela puede es- tar asociada a la ficción, lo que no es ni ha sido, aunque tenga un hilo delgado o grueso con la historia. Hay otra variedad literaria que es la literatura de no ficción, donde se pueden ubicar las bio- grafías, los diarios, los carnets, las cartas. Todas estas categorías literarias gozan de mucho interés por parte de los lectores y se multiplican. Su mayor o menor éxito está ligado una vez más a las bondades de la escritura. Un escritor como Julio Ramón Ribeyro, de creciente popularidad, debe su fama justamente a estos apartados que han hecho crecer el interés de la colectividad por sus escritos. Antes, solo con sus cuentos y sus obras de teatro y sus novelas, era un escritor de culto, leído por un conjunto cerrado de admiradores, ahora ha saltado al centro del interés de una gama de interesados que no cesa de buscar sus páginas.

La autobiografía despierta ahora mucha curiosidad. El escritor habla sobre sí mismo y mezcla con mayor o menor fortu- na sus acontecimientos íntimos, personales, con los hechos de la historia; la novedad es que la fuente es él mismo, su memoria, su propia capacidad de selección.

En el siglo XX hubo un afortunado escritor, Arthur Koestler, un húngaro que era comunista en Alemania en la época de Hitler y tuvo que huir para salvar la vida; convertido en pere- grino, cruzó Europa entera con su libreta de apuntes, conoció la Unión Soviética de Stalin, la Francia de las vísperas de la guerra, la España republicana que luchaba por su supervivencia. Detenido por Franco, fue condenado a muerte y salvó la vida por milagro. Entretanto, se fue desengañando de lo que creía. Se enteró de todo lo que significaba Stalin: de un lado, un líder capaz de llevar a la victoria a un pueblo herido; de otro, un duro aniquilador de sus adversarios políticos.

Koestler, equivocándose, creyó encontrar en el Israel de 1948 una coincidencia socialista con sus sueños. Y la amargura se fue filtrando en su corazón, hasta que decidió suicidarse junto con su esposa. Tenía 81 años. Si ahora lo traemos a esta página, es porque el método de Koestler, mezclar lo personal con lo político en una rigurosa autobiografía, es precisamente lo que hace Gus tavo Espinoza Montesinos en las páginas que ahora se publican. Lo escrito por Espinoza tiene profundo interés para los ciudadanos peruanos. Nacido en Arequipa en un hogar de lu chadores comunistas, se formó en la Universidad Enrique Guzmán y Valle, conocida popularmente como La Cantuta en los años aurorales, cuando era dirigida por Walter  Peñaloza.  Le tocó vivir en los momentos cruciales de la lucha por la autonomía de ese centro de estudios, y poco a poco, merced a sus habilidades políticas, en esas circunstancias complejas fue designado para asumir papeles directivos. Las páginas que escribe sobre el día a día de ese conflicto son notables. Aquí y allá aparecen datos desconocidos incluso por quienes sabíamos de esa circunstancia política, como la participación del estudiante José Bravo Amézaga, quien más tarde se convertiría en un afamado novelista. Lo más interesante del libro es la manera cómo Gustavo Espinoza va mezclando los hechos personales, la intrahistoria, como decía Unamuno, con las circunstancias históricas en varios pasajes de esta autobiografía.

El autor hace gala de una memoria prodigiosa, de las que se llaman “de elefante”. Se acuerda, por ejemplo, qué dijo él y qué dijo Abimael Guzmán en un congreso de estudiantes en 1963 en Ayacucho. Nos muestra también con honradez absoluta las forta- lezas y las debilidades de la izquierda en el periodo del gobierno militar, la asamblea constituyente y el periodo democrático que se inauguró después.

De particular interés son las páginas sobre su participación como diputado en 1985, mezclada siempre con las causas po- pulares, como la defensa en el Callao de los pobladores del sector de Bocanegra que dio lugar al nacimiento de ese barrio popular.

Lo que atraviesa todo el libro es la pasión política. Espi- noza no deja de hablar y de sentir la política en cada circunstancia que vive, aun las más extremas personales, como cuando está en- fermo en Moscú y se da tiempo para escribir artículos polémicos con los mismos comunistas rusos partidarios de la perestroika.

El libro tiene sazón peruana, una de las cosas más interesantes que el lector puede descubrir es cómo se dan las pasiones personales en los dirigentes políticos. Espinoza no ahorra detalles en explicar las sutiles relaciones que tuvo con Jorge del Prado a lo largo de décadas, los vaivenes de una profunda amistad y desacuerdos específicos. Y la manera en que fueron solucionados sus conflictos.

Aparecen todos los dirigentes de Izquierda Unida: Diez Canseco, Barrantes, Ledesma, juzgados con esfuerzos de objetivi- dad por la pluma de Espinoza Montesinos, profesor graduado en Literatura, que ejerció su profesión por décadas y que hace gala de un o

Gustavo Espinoza Montesinos  

correcto modo de escribir. Son resaltantes también las páginas que dedica al proceso de la Revolución Cubana, la entrega límpida a los ideales de Martí y de Fidel Castro, la consecuente lucha por los cinco compañeros detenidos injustamente y la manera clara en que discute lo que podríamos llamar la herencia del stalinismo.

En el plano personal, siempre supe, desde los años sesenta, de la existencia de Gustavo Espinoza, de su entrega a las causas populares, de su manera dura de defender sus ideales, sin fisuras ni concesiones. Me tocó estar en el Diario de Marka du- rante los años ochenta, cuando la izquierda era un hervidero de posiciones encontradas.

He lamentado con posterioridad que Gustavo Espinoza no hubiera sido designado para esas tareas. Como es un hombre que sabe discutir, pero también entender a los otros, los acuerdos con él hubieran sido más rápidos. Por eso me alegra leer en las páginas de sus memorias que ha sido capaz de entenderse y em- prender labores concretas con Javier Diez Canseco, con Manuel Dammert, a pesar de haber tenido diferencias en el pasado. Como lo ha dicho en su propio texto: cuando hay tareas comunes, no hay tiempo para las discrepancias.

Creo sinceramente que la izquierda en el Perú necesita ser refundada, que nuevos objetivos le esperan a ella y a la pro- pia especie humana que necesita cuidarse a sí misma y a su casa que es la tierra. Que los actuales objetivos de aumentar al infinito el producto bruto interno y la extracción de materias primas necesitan ser abandonados para retomar ideales de crecimiento sin daño enorme para el medio ambiente. Y en todo lugar tiene que primar la justicia social, el amor entre los semejantes. Es una utopía, dirán, pero sin utopías no hay porvenir posible. Todo esto para decir que Gustavo Espinoza, por su entrega a las causas del pueblo, tiene ya un lugar en la historia. Es para mí motivo de íntimo solaz considerarme su amigo.