«CON LA ESPERANZA VIVA», UN LIBRO DE COMBATE

Presentación de la autobiografía de Gustavo Espinoza:

Con la esperanza viva

Por Grace Gálvez Núñez

Yo conocí a Gustavo Espinoza en setiembre del 2011. Ambos disertamos en un encuentro para conmemorar un aniversario más de la muerte de Pablo Neruda. Al concluir aquel evento, Gustavo me dijo que los poemas que recité resultaban ser sus favoritos del poeta. Que me felicitaba. Que sigamos en contacto. Desde aquel entonces se ha forjado nuestra amistad.

Él, con una sabiduría que admiro, ha sabido aconsejarme acertadamente a lo largo de estos años cuando he acudido a él. Pero más que eso, como el maestro que es y siempre ha sido, en nuestras enriquecedoras conversaciones me ha hecho conocer aún más sobre literatura y política, y sus enseñanzas me han hecho crecer como persona y profesional.

Es por eso que cuando me pidió que revise y presente sus memorias, me sentí honrada. En ellas pude comprobar lo que yo pienso de Gustavo desde que lo conocí: que es una persona consecuente. Él ha vivido una vida coherente con sus ideales y no ha cejado un solo instante en su lucha por un país mejor. Por ello el título de su autobiografía: Con la esperanza viva. Porque él mejor que nadie sabe lo que es sostener una esperanza y luchar por ella, y conseguir victorias y aceptar derrotas con humildad.

Una victoria sin duda fue lograr que la ley del pasaje universitario se haga efectiva sin restricciones. Luego de que la federación de estudiantes de San Marcos haga posible dicha ley en 1960, los transportistas no querían acatarla y pusieron una serie de obstáculos, como horarios y días en los que no se podía pagar el medio pasaje. Esto afectaba directamente a los universitarios, por lo que en 1964 la Federación de Estudiantes del Perú, de la cual Gustavo era presidente, tuvo que realizar duras manifestaciones callejeras. El resultado: hasta la fecha el pasaje universitario se respeta y mantiene su vigencia.

Asimismo, durante estos años, la Federación de Estudiantes del Perú realizó otras conquistas, como la atención médica para los estudiantes de Huancayo heridos en el cerro Santa Rosa y la compensación a los familiares de quienes allí murieron; la reorganización de la Universidad de Huancayo para liberarla de los apristas; y la restitución de la categoría universitaria y la autonomía de La Cantuta.

Pero retrocedamos un poco a los inicios. Gustavo Espinoza Montesinos es arequipeño, hijo de Adela y Gustavo, ambos militantes y dirigentes del Partido Comunista desde inicios de los años 30. Desde muy joven, Gustavo ayudaba a sus padres con sus labores clandestinas partidarias. Es claro que de aquí viene su lealtad al partido.

Él mismo lo enuncia en una parte de sus memorias (cito): «Tuve una dilatada actividad política, siempre en las filas del Partido Comunista. Nunca en otro. Como lo he recordado en anteriores oportunidades y lo recojo también en estas páginas, mi actividad partidaria comenzó realmente en los últimos años de la década del 50, y se extendió virtualmente hasta hoy. Tengo el firme propósito de que no me apartaré de ese derrotero sino cuando haya dejado de pensar, de luchar y de vivir […] Me alegra decir ahora, en la etapa final de mi vida, que he sido leal a esa formulación, pese a todas las contrariedades que he debido afrontar. Nunca he dejado de ser comunista, y nunca tampoco he renunciado a tener ideas propias y a defenderlas con pasión».

Sin duda, estas palabras pueden ser refrendadas por muchos de sus amigos y familiares aquí presentes, y también por las personas que lo han rodeado a lo largo de estos años.

Su vida política se divide en etapas. Hasta 1965, estuvo vinculado a las tareas de la Juventud Comunista, y dedicado sobre todo al movimiento estudiantil. Después, hasta inicios de los 80, se abocó al movimiento sindical y en particular a la actividad de la CGTP. Posteriormente se dedicó al trabajo de prensa, hasta 1986.

En 1985 fue elegido diputado por Lima en las filas de Izquierda Unida y en representación del Partido Comunista. Mantuvo la representación parlamentaria durante el primer gobierno de Alan García, hasta 1990, y nunca volvió a postular. Durante 26 años, hasta 1992, fue miembro del Comité Central del Partido Comunista.

Gracias a esta pequeña cronología podemos afirmar que Gustavo Espinoza no fue, como él mismo lo señala, «un espectador de la vida política nacional, sino un actor». (Cito): «He visto mucho, he conocido muchas realidades y he vivido numerosas experiencias. Y soy consciente de representar a una generación de revolucionarios que jugó un determinado papel en la vida del país y que tiene el deber de rendir cuenta de sus actos […]. Tuve aciertos y errores, pero ni unos ni otros fueron producto de la casualidad, sino el resultado de una lucha resuelta, constante, obstinada y permanente».

Y para graficar esto quisiera narrar una anécdota consignada en este valioso libro: su insólito encuentro con el expresidente Fernando Belaunde. Gustavo como líder de la Federación de Estudiantes fue a exigirle al mismo palacio presidencial la suma de siete millones de soles que se le debía a la Universidad de Huancayo.

En medio de una masiva marcha estudiantil, Belaunde tuvo que interrumpir su cena con el presidente argentino para recibirlo. Gustavo, que aún no tenía ninguna experiencia en tratar con altos dignatarios del Estado, se dirigió al presidente como arquitecto.

(Cito): «Hemos venido porque el gobierno le debe siete millones de soles a la Universidad de Huancayo. Esa plata está aprobada por el Congreso, de modo que es usted, es decir el Ejecutivo, que tiene que entregárnosla. Por eso estamos aquí», le asestó Gustavo.

«Oiga, usted —respondió el presidente—, en primer lugar, debe usted saber dónde está y medir sus palabras. Está usted hablando con el presidente que ha devuelto la legalidad al país, que ha convocado elecciones municipales para que los pueblos y villorrios puedan elegir a sus autoridades, que ha prometido hacer la reforma agraria…».

Entonces Gustavo, sin temor alguno, lo interrumpió: «Miré, señor arquitecto, aquí no hemos venido a escuchar sus méritos ni a saber de sus obras, ni a criticarlas o discutirlas. Aquí hemos venido para que nos dé los siete millones de soles, y cuando nos los dé, nos iremos. Del resto hablaremos después».

Belaunde estaba indignadísimo. Pero Gustavo prosiguió: «Los estudiantes de Huancayo han caminado 300 kilómetros para llevarse la plata, den el dinero que les deben y no habrá más problemas».

«Usted está chantajeando al gobierno —le respondió Belaunde—. Yo no acepto que usted me hable de esa manera. Yo lo invito a que usted salga a la plaza y pregunte a los estudiantes si ellos están de acuerdo con que usted le hable al presidente en ese tono».

La respuesta de Gustavo fue contundente: «No hagamos demagogia, arquitecto. Yo podría decirle que usted salga a la plaza y les pregunte a los estudiantes si ellos están de acuerdo con que usted les niegue los 7 millones de soles que le debe a su universidad, y le van a decir que no; si están de acuerdo con que usted los haga caminar 300 kilómetros para darles el dinero que debieron enviar en su momento a Huancayo, y le van a decir que no; si están de acuerdo con que usted los mantenga afuera, a la intemperie, demandando una exigencia a la que tienen pleno derecho, y le van a decir que no. Así que no discutamos, dennos los 7 millones y nos vamos. Nada más».

Aquí Belaunde perdió los papeles: «Oiga —dijo—, yo no sigo discutiendo con usted. ¡Váyase inmediatamente de aquí! ¡Salga de mi despacho!». «Yo me voy con los 7 millones de soles, arquitecto, sino no», respondió Gustavo. «¡Ah! ¿No se va usted? ¡Entonces, me voy yo!», dijo Belaunde y abandonó el despacho presidencial.

Al día siguiente, el mismísimo ministro de Educación, Paco Miró Quesada, llamó a Gustavo para decirle que el presidente se había quedado muy alterado luego del encuentro, pero que accedía a entregarle el cheque ese mismo día. Gran victoria para la Federación de Estudiantes.

Posteriormente, en sus múltiples viajes al exterior, Gustavo pudo conocer a grandes líderes de los cuales aprendió mucho. Algunos de ellos fueron Fidel Castro (con quien pudo entrevistarse cinco veces), Raúl Castro, Lázaro Peña, Antonio Núñez Jiménez, Salvador Allende, Luís Corvalán, Volodia Teitelboim, Luis Carlos Prestes, Mijaíl Suslov, Alexander Shelepin, Sándor Gáspar y Tomás Borge. Además, pudo trabajar de cerca con personalidades de alto valor como Emiliano Huamantica, Alfonso Barrantes, Jorge del Prado, Isidoro Gamarra, Pedro Huilca, Asunción Caballero, entre otros.

En septiembre del 2015, Gustavo Espinoza recibió la Medalla de la Amistad de los Pueblos, una condecoración que confiere Cuba a quienes considera amigos en su más amplia dimensión. Ciertamente era un galardón merecido, pues Gustavo lideró en el Perú, durante 13 años, la lucha por la libertad de los cinco héroes cubanos apresados por el gobierno norteamericano, que como todos sabemos fueron finalmente liberados ante la presión internacional.

Podría continuar toda la noche narrándoles las anécdotas, logros y reconocimientos que ha recibido Gustavo en su prolífica vida, pero me detengo aquí para dedicarle unos versos, que el poeta bien pudo haber escrito para este luchador peruano sentado a mi costado.

En su poema La educación del cacique, Pablo Neruda nos habla de Lautaro, un destacado líder militar mapuche. Considero que estos versos resumen también la vida y la disciplina de Gustavo Espinoza para forjarse como el gran hombre que es y a quien admiro tanto.

Fue su primera edad solo silencio.

Su adolescencia fue dominio.

Su juventud fue un viento dirigido.

Se preparó como una larga lanza.

Acostumbró los pies en las cascadas.

Educó la cabeza en las espinas.

Ejecutó las pruebas del guanaco.

Vivió en las madrigueras de la nieve.

Acechó la comida de las águilas.

Arañó los secretos del peñasco.

Entretuvo los pétalos del fuego.

Se amamantó de primavera fría.

Se quemó en las gargantas infernales.

Fue cazador entre las aves crueles.

Se tiñeron sus manos de victorias.

Leyó las agresiones de la noche.

Sostuvo los derrumbes del azufre.

Se hizo velocidad, luz repentina.

Tomó las lentitudes del otoño.

Trabajó en las guaridas invisibles.

Durmió en las sábanas del ventisquero.

Igualó la conducta de las flechas.

Bebió la sangre agreste en los caminos.

Arrebató el tesoro de las olas.

Se hizo amenaza como un dios sombrío.

Comió en cada cocina de su pueblo.

Aprendió el alfabeto del relámpago.

Olfateó las cenizas esparcidas.

Envolvió el corazón con pieles negras.

Descifró el espiral hilo del humo.

Se construyó de fibras taciturnas.

Se aceitó como el alma de la oliva.

Se hizo cristal de transparencia dura.

Estudió para viento huracanado.

Se combatió hasta apagar la sangre.

Solo entonces fue digno de su pueblo.

Dignísimo hijo de su pueblo, efectivamente, es Gustavo Espinoza, a quien me honro de llamar amigo.

Gracias.

Martes, 16 de julio del 2019