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Por Gustavo Espinoza M.
Los médicos definen el delirio como una alteración de la mente que genera pensamientos confusos y contradictorios; y una disminución de la conciencia respecto al entorno en el que se vive. El delirio, puede ser súbito; pero puede deberse también a razones externas: a factores que, ocurriendo en el exterior de las personas; asoman de pronto, generando alteraciones mentales, y modificando sustantivamente el comportamiento de los seres humanos. Adicionalmente, sostienen que el delirio, puede deberse a uno o más factores contribuyentes, como una enfermedad grave o crónica, cambios en el equilibrio metabólico, medicamentos, intoxicación o abstinencia por alcohol o drogas. Quizá esto último tenga incidencia decisiva en el tema que nos ocupa.
Podríamos –para situarnos en el lugar apropiado< hablar de los delirios de una persona, -el Presidente Donald Trump-; quizá sería lo indicado. Pero hacemos nuestra caracterización aludiendo a una institución, a la Casa Blanca, -sede del gobierno USA- por que los hechos nos demuestran que no es sólo una persona, sino un conjunto de individuos el que ha caído en el extremo de la locura, y puede llevar al mundo al fin de sus días.
No se trata, en efecto, sólo de Donald Trump, sino también Mike Pompeo, Marco Rubio, Eliot Ahrams, Mike Pence y John Bolton; quienes a la sombra del Poder Imperial, imaginan cosas que sólo caben en mentes atacadas por una dolencia que requiere inmediata atención clínica. Prácticamente desde que esos hombres llegaron a las más altas instancias del Poder en Washington City, la administración norteamericana se impuso la tarea de trasladar escenario de la guerra del Medio Oriente, a nuestro continente. Quizá si la razón, fuera más bien pragmática: Un barco cargado de petróleo demora, desde las costas de Irak a Nueva York, cinco semanas para arribar a su destino. Ese mismo barco, con similar cargamento, demora cinco días, desde los puertos de Venezuela hasta los Estados Unidos.
La diferencia de costos, es obvia. Y sustenta la reflexión que hiciera hace apenas unas semanas el señor Bolton: “es indispensable que las empresas norteamericanas se hagan cargo, de una vez, del petróleo de Venezuela”. Según parece, la guerra, es el camino. Para lograr su propósito la administración norteamericana no tiene más alternativa que derribar al gobierno de Nicolás Maduro. El Presidente venezolano y el proceso bolivariano que él encarna, constituyen un obstáculo insalvable. Y Washington cree tener en sus manos la posibilidad de concretar su caída. El 23 de febrero pasado, fue “la fecha límite” que puso al gobierno de Caracas para entregar el Mando. Para eso, orquestó una campaña a nivel continental. La inició con una ofensiva de prensa, orientada a “demostrar” que Venezuela vivía una situación material insostenible. Ideó la migración de centenares de miles de personas que salieron “en busca de comida”. Y acuñó la idea de una “crisis humanitaria” que haría indispensable una “intervención exterior”. Tres formulaciones reducidas a una: Atacar Venezuela
El Grupo de Lima, creado por iniciativa de los Estados Unidos, fue la herramienta. Cancilleres y mandatarios, se prestaron a oficiar de comadronas de un “nuevo régimen” que tendría que nacer a partir de la presión armada del Imperio. Las declaraciones del Grupo de Lima y la campaña internacional, lograron, en efecto, que cundiera el desconcierto y que, incluso algunas gentes, se confundieran, y creyeran en la verosimilitud de sus proclamas. Por la ofensiva de febrero, concluyó en un ruidoso fracaso.
Hay quienes se han preguntado ¿Por qué no cayó Maduro, en esa circunstancia?, ¿Cuál fue la fuerza que lo mantuvo en el Poder, pese a todas las amenazas? ¿Por qué se torno invulnerable a las demandas del Imperio, que fueron cada día más violentas y agresivas?
La respuesta puede mostrarse con mayor claridad ahora: Maduro no cayó porque es fuerte. Y es fuerte, porque impulsa un proceso patriótico que cuenta con apoyo de su pueblo. Y porque, además, tiene el respaldo de las Fuerzas Armadas de Venezuela que asumieran su papel en defensa de los intereses de su país; en lugar de dedicarse –como en otros rincones de América- a medrar a costa del Estado y enriquecerse con el negocio de las armas
Por eso resulta más evidente hoy el delirio de la Casa Blanca que suele ir acompañada de una descomunal ofensiva de los medios adictos a su prédica. En las primeras horas del 30 de abril saltaron de júbilo proclamando un “Golpe de Estado” –el que tanto anhelan los “demócratas” de estas latitudes-. Algunas vistas mostraron a Leopoldo López “liberado de su arresto domiciliario” y John White Dog en la calle, rodeado de una veintena de uniformados ¿serían en verdad militares?
Donald Trump, habló de la “inminente fuga” de Maduro, y contó lo que podría denominarse una broma de mal gusto dijo que “el Presidente Venezolano tenía un avión listo a volar hacia La Habana, y, cuando estaba partiendo, los rusos se lo impidieron” Y los medios aludieron a otras mentiras: “La toma del Cuartel La Carlota”, “las calles abarrotas de opositores”, el “pueblo indignado”. Nada de eso. Una suma de mentiras mediáticas para que las crean los ilusos. Venezuela está firme y el proceso bolivariano, como antes, hoy canta victoria.
En agosto de 1944, casi en la víspera del colapso del Reichstag, Heinrinch Himmler uno de los más destacados lugartenientes de Hitler, hablaba en la necesidad de organizar un bloque basado en la defensa de los intereses capitalistas y en la destrucción del comunismo. Cambiando la palabra “comunismo” por la de “chavismo”, la tesis de Trump es idéntica a la del líder Nazi ¿verdad? (fin)