LLAMAMIENTO DE CASA DE LAS AMERICAS

¡NUESTRA AMÉRICA, EN OTRA HORA DE LOS HORNOS…!

Ante  recientes medidas del actual gobierno de los Estados Unidos contra países de nuestra América,  que ratifican los torvos propósitos que la elite de esa nación ha venido manteniendo durante más de dos siglos, la Casa de las Américas se siente obligada a dar a conocer la siguiente declaración.

Apenas habían transcurrido veinte años desde que Thomas Jefferson proyectara el «imperio para la libertad», y seis desde la formulación de la Doctrina Monroe, cuando en 1829 Simón Bolívar supo ver, con inigualable agudeza, que «los Estados Unidos […] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad».

Estaban por producirse la invasión y robo de la mitad de México, y luego la intervención en Cuba –que convirtió a nuestro país primero en territorio ocupado militarmente, y después en neocolonia–, y ya el Libertador supo ver que la voracidad imperial no conocería límites.

La historia vino a darle la razón: Para viabilizar la construcción del canal, los Estados Unidos (esa nación que Martí llamaría «cesárea e invasora») se apoderaron de Panamá desgajándolo de Colombia; poco después invadieron México, la República Dominicana, Haití, Nicaragua, Guatemala, Cuba de nuevo y otra vez la República Dominicana, derrocaron  de modo particularmente sangriento el gobierno de Salvador Allende en Chile, quien, como el guatemalteco Arbenz y el dominicano Bosch, había accedido al poder tras elecciones convencionales. Antes de concluir el siglo xx, humillaron a la minúscula Granada e invadieron Panamá.

En el siglo xxi, con la emergencia de gobiernos de izquierda en nuestra América, la opción de los golpes duros cedió paso a nuevas formas de ataque. Intentos de golpes de Estado, golpes petroleros, parlamentarios y judiciales, campañas de satanización, confiscación de bienes, presiones y chantajes de todo tipo a gobiernos y organismos internacionales, las más variopintas listas negras, proclamación de presidentes espurios y, por supuesto, recrudecimiento del bloqueo contra Cuba con la esperanza de asfixiarla, auténtica obsesión de las administraciones norteamericanas desde 1959.

Cuando esas fórmulas resultan insuficientes, no hay el menor reparo en volver al garrote. «Todas las opciones están sobre la mesa», vocifera el actual gobierno estadunidense en su desesperado afán de aplastar cualquier vestigio de Revolución Bolivariana.

«¿Qué destino es dable esperar, para un mundo sumido de modo creciente en la barbarie?», se pregunta Roberto Fernández Retamar en un ensayo que pronto verá la luz en la revista Casa de las Américas (y ha sido adelantado en el blog Segunda Cita, del compañero Silvio Rodríguez). Ante tan oscuro panorama, no tenemos más alternativa que resistir por todos los medios este despiadado asalto de la reacción, ni la menor duda de que hoy es más necesaria que nunca la solidaridad con todos los pueblos de nuestra América, y especialmente con el de Venezuela, principal víctima, en este momento, de esa arrogancia imperial que con frecuencia cambia de pretextos pero nunca de objetivos.

Y a la vez, no podemos renunciar a «la Esperanza, que según Hesíodo fue la única que quedó en el vaso, detenida en los bordes, cuando todas las demás criaturas habían salido de él». Si Romain Rolland y Antonio Gramsci, también en tiempos convulsos, proponían oponer, al escepticismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad, Retamar suma –y nosotros con él– «la confianza en la imaginación, esa fuerza esencialmente poética», para que «una vez más avance, así sea en la sombra, lo que Marx llamó el viejo topo de la historia, y en algún sitio que quizá ahora no podemos prever esté al salir a la luz».

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