El caso del encarcelamiento con fines de extradición por cargos de narcotráfico del ex guerrillero de las FARC, además de negociador en los Diálogos de Paz de La Habana, Seuxis Pausias Hernández –Jesús Santrich-, se ha convertido en un verdadero “match”, y permítaseme el anglicismo en gracia de su oportuna analogía. Y es que es insólito el caso de este ex comandante firmante del Acuerdo de Paz que después de la entrega de las armas y el inicio de su actividad política legal como partido y con lealtad reconocida por tirios y troyanos, sea capturado por orden del imperio con apremios de que le sea entregado para recluirlo en sus mazmorras. Esto, con el entusiasta respaldo del presidente que suscribió el Acuerdo. Los hechos ameritan una lectura política seria. No apenas una opinión, así sea muy válida.
Porque lo sucedido con Jesús Santrich -músico, poeta, pintor e historiador, valga decir intelectual de vasta cultura-, supera las peores previsiones sobre el nivel de perfidia de la que serían capaces el régimen, y en general el establecimiento a la hora de dar cumplimiento a los acuerdos. Ni qué decir del asesinato aleve, impune y sistemático de más de ochenta ex combatientes, muchos de ellos en el vecindario de las zonas donde fueron instalados a instancias del gobierno. Ni de la observancia apenas parcial de los beneficios pactados en materia de estudio, trabajo, salud y proyectos productivos. Este es un nivel de engaño que el gobierno justifica en fatalidades ajenas a su voluntad, sin admitir el propósito de burlar lo firmado. Antes por el contrario, frente a las demandas de la comunidad internacional –la verdadera-, hipócritamente se ratifica en su decisión de acatarlo. El asunto de fondo es otro.
Lo que significa el calvario de Santrich, quien lleva un año preso en un patio de máxima seguridad y situación de aislamiento agravada por su invidencia y quien debió hacer una heroica huelga de hambre de cuarenta días en reclamo de elementales garantías procesales, es muy claro. El establecimiento político, económico y mediático personalizado en el presidente de turno -el mismo, llámese Santos o Duque-, asumió la causa de reivindicar su intangibilidad, y como quien de un manotazo voltea la mesa de juego, dio su zarpazo al corazón del Acuerdo de Paz. Se trata de la provocación de desconocer en uno de los miembros más representativos de las FARC, una estipulación cardinal sin la cual las conversaciones de paz no habrían pasado del primer mes.
Pero, ¿por qué este desfachatado acto de perfidia?
Porque el establecimiento colombiano es fundamentalmente autoritario –léase violento- y con pretensiones absolutistas. Y la estructura legal y constitucional, a lo largo de doscientos años, ha perfilado un Estado para que sus miembros más conspicuos estén en posición de privilegio a la hora de competir por las posiciones y recursos de la riqueza nacional y los bienes sociales en general. Por ello, mucho más que “el pueblo corriente”, pueden acceder a mejores universidades y más prometedoras carreras, optar por los más altos cargos públicos, adquirir y conservar las tierras más valiosas, y tener a su servicio y favor la superestructura jurídica para sus emprendimientos industriales, mediáticos y financieros.
Una tal democracia como la colombiana, es lógico que la consideren perfecta y con virtudes de inmutabilidad. Consecuencialmente, no están dispuestos a admitir que se la modifique en aras de la inclusión política –muy mezquina por cierto- de los proscritos por el sistema unipartidista, o al menos, ofrezca pequeñas concesiones que en algo compensen la abismal marginalidad socioeconómica de las mayorías. Entonces cualquier materialización en este sentido es “claudicación ante el terrorismo”, “entrega del país al castro-chavismo”, “traición a los más caros valores de la nacionalidad.”
Corolario de lo anterior –y es cosa confesada y hecha pública sin pudor antes de comenzar el actual gobierno-, la fracción hegemónica en el poder jura “hacer trizas” los acuerdos, expresión muy acorde con la ira que le generan. El asunto central no es entonces Santrich y su inicuo encarcelamiento. Ni el asesinato de los excombatientes, ni la burla de los proyectos productivos, ni el escamoteo del pago de la mísera suma que reciben los desmovilizados. No. Estas son apenas las manifestaciones más inmediatas de ese “hacer trizas”. Lo que persigue a ultranza la extrema derecha en el gobierno -que en Colombia es casi todo el poder-, es no conceder que sus otrora enemigos ostenten alrededor del cinco por ciento de la representación congresional, ni que se revoque la contrarreforma agraria hecha por el paramilitarismo en favor de antiguos –y nuevos- latifundistas y caciques políticos. Tampoco que a los campesinos desposeídos se les adjudiquen los millones de hectáreas estipuladas, ni que las comunidades indígenas y afrocolombianas sean favorecidas con tierras, recursos y autonomías, mitigando en algo su ancestral marginalidad. Perfidia se llama eso en el Derecho Internacional.
Existe un error muy generalizado en el diagnóstico de esta situación. Consiste en considerar que hay un establecimiento “bueno” que está con los Acuerdos, y uno “malo” que está en contra de ellos. En lo fundamental, sin dejar de admitir matices “progresistas” que no son lo suficientemente representativos ni incidentes en el bloque en el poder, la clase dominante es uniforme en esta materia. Extraordinario por lo inverosímil, como prueba de ello es que el más rudo golpe al Acuerdo lo propinó el mismo presidente que suscribió el Acuerdo de Paz con las FARC. Fue Juan Manuel Santos quien al alimón con su más rabioso enemigo, el Fiscal Néstor Humberto Martínez, anunció la captura de Jesús Santrich con fines de extradición a los Estados Unidos por narcotráfico. Y la respaldó diciendo que era una decisión inevitable ante las “pruebas contundentes e irrefutables” –videos y grabaciones- que existían de su participación en el ilícito. Pues bien, al cabo de un año, se demostró de manera incontestable, que ni la Fiscalía de Colombia, ni la DEA de los Estados Unidos tenían nada que se pareciera a una prueba del ilícito. Y esta felonía por cuenta del “héroe” de una paz que para él sólo significaba la vanidad de alcanzar el codiciado Nobel de Paz, además del no desdeñable servicio de propiciarle al modelo neoliberal del capital transnacional el entorno de seguridad que reclamaba para sus negocios, en particular de minas y petróleo. Desde la prisión, solo y contra el mundo, Santrich ganó este “round”.
Así, el entonces presidente Santos actuó a sabiendas de la perfidia que comportaba la captura de Jesús Santrich, y lo falaz de las pruebas “contundentes”. Como igual mostró su insensibilidad de jugador de póker -dicen quienes lo conocen-, cuando apoyó al Fiscal Martínez en la escalada de allanamientos, ocupaciones, confiscación de miles de hectáreas y de cabezas de ganado, amén del vandalismo contra almacenes y supermercados que ordenó y propició diciendo tratarse de bienes de las FARC en poder de testaferros. De este modo dio un golpe demoledor al proceso de paz al punto de ponerle fin, ya que expropiar esos bienes constituye una violación de sus compromisos, lo que excluye a los miembros del Secretariado del partido FARC de los beneficios judiciales y políticos acordados. En consecuencia arguyó Martínez, toda la comandancia quedaba bajo su férula por delitos comunes y por fuera de la Jurisdicción Especial de Paz, JEP.
Tales han sido las celadas que la obcecada derecha le ha tendido al proceso de paz y del que ha resultado víctima Seuxis Pausias Hernández. Y que él, con un valor y fortaleza moral que sorprende a sus mismos enemigos, ha demolido una a una: en el Consejo de Estado a través de la defensa de su investidura parlamentaria; en la Corte Suprema haciendo valer el derecho de la Jurisdicción Especial de Paz a decretar pruebas sobre el narcotráfico endilgado; en la misma JEP respondiendo como víctima y no como victimario a los cientos de crímenes que le enrostra la Fiscalía. Y en el imaginario popular. En todas, Santrich ha develado infundios y cobrado victorias. Y su última batalla, la que ganó sin siquiera tener que librarla, la del grotesco montaje del Fiscal General en persona contra un funcionario de la JEP, llevándolo a decir ante un agente de la DEA provocador que ayudaría a no extraditar a Santrich por un millón de dólares. Aquí, a pesar de la medida de aseguramiento proferida contra los indiciados, el mismo fiscal delegado para el caso tuvo que reconocer que Santrich era ajeno al asunto. Además enfrenta nada menos que al presidente de la República Iván Duque – necesario mencionar su nombre por la dudas que hay-, quien en persona y comprometido con la innoble causa de su extradición, tuvo la osadía de exigirle a la JEP que la autorice. División de poderes llaman a eso en Colombia. Más perfidia.
Y por último, reiteramos, como una reacción volcánica de la extrema derecha en el poder, catalizadora del establecimiento damnificado por “el atropello” a sus derechos históricos de dominación que tiene como clase, está la objeción presidencial a la Ley Estatutaria reglamentaria de la JEP. Extravagante decisión que también afecta a Santrich, toda vez que la sustancia de las objeciones es que la comandancia de la ex guerrilla deba ser procesada y encarcelada como autora de crímenes de lesa humanidad. Que lo serían todas las acciones ajenas al levantamiento. “Volver trizas los acuerdos”, sólo que una vez que los combatientes, confiados en la palabra presidencial –llámese Santos o Duque porque lo pactado lo fue con el Estado-, se hubieran desmovilizado y entregado las armas.
Con toda certidumbre, en esta, la más visceral de las cruzadas presidenciales –fuera de la tragicómica invasión a Venezuela el pasado 23 de febrero-, en la que el poder se juega el honor y hace valer la ideología de su clase, Duque saldrá derrotado. Y tendrán también que ver en esta victoria las denuncias del prisionero, los libros publicados desde la cárcel y la contundencia de los memoriales de agravios en los que ha convertido su comparecencia ante los tribunales. Y entonces, pronto, en él con las cadenas rompiéndose, se comenzará a cumplir el vaticinio de uno de los profetas de nuestro tiempo, y “se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
Alianza de Medios por la Paz
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